I JUEVES DE ADVIENTO
(Is 26, 1-6; Sal 117; Mt 7, 21. 24-27)
PUERTAS POR LAS QUE ENTRAR
El Adviento es tiempo de inicio, de comenzar de nuevo, de entrar en el santuario, de atravesar las fronteras y de gustar la bondad de Dios.
La Palabra de Dios nos sitúa en la doble resonancia de la entrada del Señor en nuestro mundo, y de nuestra entrada en el mundo de Dios. Pero entrar en las moradas donde habita el Señor, no se puede hacer extorsionando, sino obedeciendo al querer divino.
Si deberemos abrir las puertas de par en par para que entre el Señor, solo los que obran la justicia, vencen al mal y cumplen la voluntad de Dios pueden pasar por la puerta del santuario.
Abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que observa la lealtad (Is 26, 2)
Abridme las puertas del triunfo, y entraré para dar gracias al Señor. Esta es la puerta del Señor: los vencedores entrarán por ella. (Sal 117)
-«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo (Mt 7, 21).
LA PUERTA SANTA
En su itinerario espiritual, Santa Teresa de Jesús propone entrar en el castillo, que es el propio interior de cada persona, y para ello debemos entrar por la puerta que no es otra que la vida de oración. “Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración” (Moradas I, 1, 7).
Para acertar con la puerta y no desatinar, la maestra espiritual recomienda el propio conocimiento. “Es gran cosa el propio conocimiento y ver que no van bien para atinar a la puerta” (Moradas I, 1,8).
Según la santa, no es poco beneficio determinarse a entrar y acercarse a la puerta por donde hacerlo. “En algunas cosas de las que aquí diré que hay en este aposento, bien creo que son pocas; mas aunque no sea sino llegar a la puerta, es harta misericordia la que las hace Dios; porque, puesto que son muchos los llamados, pocos son los escogidos” (Moradas V, 1,2).
INVITACIÓN
Este año teresiano en muchos lugares se lucra la gracia jubilar. Tenemos la oportunidad de la gracia y de la misericordia, que, sin duda, es una forma adecuada por la que entrar en el camino del Adviento.
Lectio Divina: Jueves , Primera semana de Adviento. Ciclo B.
Lectio: Mateo 7,21.24-27
Lectio:
1) Oración inicial
Despierta tu poder, Señor, y ven a socorrernos con tu fuerza; que tu amor y tu perdón apresuren la salvación que retardan nuestros pecados. Por nuestro Señor Jesucristo. Amen.
2) Lectura
Del santo Evangelio según Mateo 7,21.24-27
«No todo el que me diga: `Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
«Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.»
3) Reflexión
El evangelio de hoy cuenta la parte final del Sermón de la Montaña. El Sermón de la Montaña es una nueva lectura de la Ley de Dios. Empieza con las bienaventuranzas (Mt 5,1-12) y termina con la casa construida sobre la roca.
• Se trata de adquirir la verdadera sabiduría. La palabra de Dios, expresada en la ley de Dios, es fuente de salvación. La verdadera sabiduría consiste en sentir y practicar la Palabra de Dios (Lc 11,28). No basta decir “¡Señor, Señor!” Lo importante no es decir unas bonitas palabras sobre Dios, sino hacer la voluntad del Padre y ser una revelación de su amor y de su presencia en el mundo.
• Quien escucha y practica la palabra construye la casa sobre roca. La solidez no viene de la casa en sí, sino del terreno, de la roca. ¿Qué significa la roca? Es la experiencia del amor de Dios revelado en Jesús (Rom 8,31-39). Hay personas que practican la palabra para poder merecer el amor de Dios. Pero el amor no se compra, ni se merece (Cnt 8,7). El amor de Dios se recibe gratuitamente. Ponemos en práctica la Palabra no para merecer el amor, sino para decir gracias por el amor recibido. He aquí la buena tierra, la roca, que da seguridad a la casa. ¡La verdadera seguridad viene de la certeza del amor de Dios! Es la roca que sostiene en los momentos de dificultad y de tormenta.
• El evangelista termina el Sermón del Monte (Mt 7,27-28) diciendo que la multitud queda admirada por la enseñanza de Jesús, ya que “enseñaba con autoridad y no como los escribas”. El resultado de la enseñanza de Jesús es la conciencia crítica de la gente ante las autoridades religiosas de la época. Admirada y agradecida, la gente aprueba las preciosas enseñanzas de Jesús, que son diversas.
4) Para la reflexión personal
• ¿Soy de los que dicen “Señor, Señor”, o de los que ponen en práctica la palabra?
• ¿Observo la ley para merecer el amor y la salvación o para dar gracias a Dios por su amor y su salvación?
5) Oración final
¡Alabad a Yahvé, todas las naciones,
ensalzadlo, pueblos todos!
Pues sólido es su amor hacia nosotros,
la lealtad de Yahvé dura para siempre. (Sal 117)
Introducción
Las profecías mesiánicas se describen con imágenes de banquetes, de abundancia de bienes, como reconquista del paraíso, y como en la primera creación, será regalo de Dios, que se compadece de su pueblo.
La Navidad tiene la correspondencia con un tiempo rico en sabores, en postres, cenas, mesas familiares, que debieran evocar la magnanimidad de Dios, quien nos deja saborear los dones de la tierra.
Este tiempo es propicio para la generosidad solidaria. Crece la sensibilidad en favor de los que tienen menos. A la mesa de la creación están invitados todos.
Texto bíblico
Confiad siempre en el Señor, porque el Señor es la Roca perpetua (Is 26, 1-6).
Texto místico
Y luego a las subidas/ Cavernas de las piedras nos iremos,/ Que están bien escondidas,/ Y allí nos entraremos,/ Y el mosto de granadas gustaremos (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual 37).
Texto pontificio
“El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a «las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas ».156 Por eso, la Iglesia propuso al mundo el ideal de una « civilización del amor » (Francisco, LS 231).
El granado
Cuando el Señor, tu Dios, te introduzca en la tierra buena, tierra de torrentes, de fuentes y veneros que manan en el monte y la llanura, tierra de trigo y cebada, de viñas, higueras y granados, tierra de olivares y de miel, tierra en que no comerás tasado el pan, en que no carecerás de nada, tierra que lleva hierro en sus rocas y de cuyos montes sacarás cobre, entonces comerás hasta saciarte, y bendecirás al Señor, tu Dios, por la tierra buena que te ha dado (DT 8, 7-10).
La belleza de la floración, la abundancia de semillas de los frutos y las referencias bíblicas hacen del granado símbolo de la fertilidad, del amor, de la unidad y comunión, de bendición y de fiesta, matices que enriquecen este tiempo de esperanza.
¿Cuidas los detalles en tu convivencia?
La roca de la Palabra
Una ciudad fuerte (una fortaleza) es, ante todo, una ciudad con fundamentos profundos y firmes. No tiene por qué ser una ciudad cerrada. Al contrario, la fortaleza basada en los cimientos otorga seguridad y confianza para abrirse a los extraños y enfrentarse a lo nuevo. Y no hay mayor fortaleza que la basada en la verdad y la justicia. El engaño y la injusticia son como grietas en los muros de la ciudad, signos de debilidad, de falta de fundamento, que producen cerrazón y desconfianza. La ciudad fuerte, al contrario, se abre, acoge a los que buscan refugio, ofrece su seguridad a los débiles y los pobres. Estos constituyen un pueblo justo, pero sobre todo porque, al sentirse salvados entre los muros de la ciudad, se saben justificados. No en vano, la roca, el cimiento de esta ciudad, Jerusalén, es el Señor.
Cristo es la piedra angular de esta construcción, la roca sobre la que Dios instaura su Reino y construye su Iglesia. No es fácil construir sobre roca. Es más fácil hacerlo sobre la dócil arena. Pero lo más fácil no es, por eso, lo mejor. Jesús invita a los justificados, que han escuchado su Palabra, a realizar la obra difícil de ponerla en práctica. La gracia llama a la responsabilidad, a la respuesta.
El que dice “Señor, Señor” y no hace su voluntad puede ser el que se acuerda de santa Bárbara sólo cuando truena, y acude a Dios sólo a pedir, pero no a escuchar, y sólo cuando le conviene; o puede ser también el que dice aceptar y defender los valores cristianos, pero sin ponerlos en práctica, dejándose llevar por un ánimo vengativo y justiciero cuando se siente atacado u ofendido. En realidad, es muy posible que todos, en algún aspecto de nuestra vida, digamos “Señor, Señor”, pero sin poner en práctica lo que el Señor nos dice. Son puntos débiles de nuestra casa, que puede ceder cuando surge la dificultad. Así, en circunstancias personales, familiares o laborales difíciles, o en situaciones de persecución. No es infrecuente que en tales casos tendamos a pedirle cuentas a Dios, más que a escuchar y poner en práctica su Palabra.
Jesús nos llama a la coherencia de vida. Que nuestras acciones, nuestras actitudes y motivaciones correspondan con lo que confiesan nuestros labios. Sabiendo que nos falta esa coherencia, Jesús nos invita a emprender reformas en nuestra casa, para dar fundamento, profundidad y solidez allí donde haga falta.
El resultado del esfuerzo será beneficioso para nosotros mismos: firmeza, paz y confianza. “Los que confían en el Señor son como el monte Sión, no tiembla, está asentado para siempre” (Sal. 124, 1). Pero también para los demás: podremos abrir sin temor las puertas de nuestra casa, de nuestra pequeña fortaleza, para acoger a los pobres y los débiles, para ofrecer nuestro techo a los que viven en la intemperie. Y es que poner en práctica su voluntad es poner en práctica las obras del amor, ese Amor que nos ha justificado y que nos abre sin temor a los demás.
Adviento. 1ª semana. Jueves
VINO A CUMPLIR LA VOLUNTAD DEL PADRE
— Identificar nuestra voluntad con la del Señor. Cómo nos manifiesta Dios su voluntad. Voluntad de Dios y santidad.
— Otros modos de manifestarse la voluntad de Dios en nuestra vida: la obediencia. Imitar a Jesús en su ardiente deseo de cumplir la voluntad de su Padre Dios. Humildad.
— Cumplir la voluntad de Dios en momentos en que cuesta o resulta ingrata o difícil.
I. La vida de una persona se puede edificar sobre muy diferentes cimientos: sobre roca, sobre barro, sobre humo, sobre aire... El cristiano sólo tiene un fundamento firme en el que apoyarse con seguridad: el Señor es la Roca permanente.
El Señor nos habla en el Evangelio de la Misa de dos casas. En una de ellas quizá se quiso ahorrar la cimentación, quizá hubo prisa por terminarla. No se puso el debido cuidado. Al que edificó de esta manera el Señor le llama hombre loco. Las dos casas quedaron terminadas y parecían iguales, pero tenían muy distinto fundamento: una de ellas estaba cimentada sobre piedra firme; la otra, no. Pasó algún tiempo y llegaron las dificultades que pondrían a prueba la solidez de la edificación. Un día hubo temporal: cayó la lluvia, y los ríos salieron de madre y soplaron los vientos contra aquella casa.
Fue el momento en el que probaron su consistencia. Una se mantuvo firme en lo esencial; la otra se derrumbó estrepitosamente y el desastre fue completo.
Nuestra vida solo puede estar edificada sobre Cristo mismo, nuestra única esperanza, nuestro único fundamento. Y esto quiere decir, en primer lugar, que procuramos identificar nuestra voluntad con la suya. No es la nuestra una adhesión más o menos superficial a una borrosa figura de Cristo, sino una adhesión firme a su querer y a su Persona. No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, leemos también en el Evangelio de la Misa.
La voluntad de Dios es la brújula que nos indica en todo momento el camino que nos lleva a Él; es, al mismo tiempo, el sendero de nuestra propia felicidad. El cumplimiento del querer divino nos da también una gran fortaleza para superar los obstáculos.
¡Qué alegría poder decir al final de nuestros días: he procurado siempre buscar y seguir la voluntad de Dios en todo! No nos alegrarán tanto los triunfos cosechados, ni nos importarán demasiado los fracasos y los sufrimientos padecidos. Lo que nos importará, y mucho, es si hemos amado el querer de Dios sobre nuestra vida, que se manifestó unas veces de modo más general y otras de forma muy concreta. Siempre con la suficiente claridad, si no cegamos la luz del alma, que es la conciencia.
El cumplimiento amoroso de la voluntad de Dios es, a la vez, la cima de toda santidad: «Todos los fieles cristianos, en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida, y a través de todo eso, se santificarán más cada día si lo aceptan todo con fe, como venido de la mano del Padre celestial, y colaboran con la divina voluntad...». Es aquí donde se demuestra nuestro amor a Dios, y también el grado de unión con Él. Y el Señor nos manifiesta su voluntad a través de los Mandamientos, de las indicaciones, consejos y preceptos de nuestra Madre la Iglesia, y de las obligaciones que conlleva la propia vocación y estado.
Reconocer y amar la divina voluntad en esos deberes nos dará la fuerza necesaria para hacerlos con perfección, y en ellos encontraremos el lugar donde ejercitar las virtudes humanas y las sobrenaturales. La voluntad de Dios está muy relacionada con la sonriente caridad de todos los días, con el cumplimiento del deber aunque resulte dificultoso, con la ayuda que prestamos, en lo sobrenatural y en lo humano, a quienes están a nuestro lado.
II. La voluntad de Dios se nos manifiesta de una forma expresa a través de aquellas personas a quienes debemos obediencia, y a través de los consejos recibidos en la dirección espiritual.
La obediencia no tiene su fundamento último en las cualidades –personalidad, inteligencia, experiencia, edad– del que manda. Jesús superaba infinitamente –era Dios– a María y a José, y les obedecía. Es más, «Jesucristo, en cumplimiento de la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el reino de los cielos, nos reveló su misterio y realizó la redención con su obediencia».
Quienes piensan que la obediencia es un sometimiento indigno del hombre y propio de personas con escasa madurez han de considerar que el Señor se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Cristo obedece por amor, por cumplir la voluntad de su Padre; ese es el sentido de la obediencia cristiana: la que se debe a Dios y a sus mandamientos, la que se debe a la Iglesia, a los padres, la que de un modo u otro rige en la vida profesional, social, etcétera, cada una en su orden.
Para obedecer como obedeció Jesús es necesario un ardiente deseo de cumplir la voluntad de Dios en nuestra vida, y ser humildes. El espíritu de obediencia no cabe en un alma dominada por la soberbia. Solo el humilde acepta gustosamente otro criterio distinto del suyo –el de Dios–, al que debe conformar sus actos.
El que no es humilde rechazará abiertamente el mandato unas veces, y otras lo aceptará aparentemente, pero sin darle cabida, en realidad, en su corazón, porque lo someterá a discusión crítica y a limitaciones, y perderá el sentido sobrenatural que tiene la obediencia. «Estemos precavidos, entonces, porque nuestra tendencia al egoísmo no muere, y la tentación puede insinuarse de muchas maneras. Dios exige que, al obedecer, pongamos en ejercicio la fe, pues su voluntad no se manifiesta con bombo y platillo. A veces el Señor sugiere su querer como en voz baja, allá en el fondo de la conciencia: y es necesario escuchar atentos, para distinguir esa voz y serle fieles.
»En muchas ocasiones, nos habla a través de otros hombres, y puede ocurrir que la vista de los defectos de esas personas, o el pensamiento de si están bien informados, de si han entendido todos los datos del problema se nos presente como una invitación a no obedecer». Sin embargo, nuestro deseo de cumplir la voluntad de Dios superará ese y otros obstáculos que se puedan presentar a nuestra obediencia.
La humildad da paz y alegría para realizar lo mandado hasta en los menores detalles. El humilde se siente gozosamente libre al obedecer. «Mientras nos sometemos humildemente a la voz ajena nos superamos a nosotros mismos en el corazón», superamos el propio egoísmo y rompemos con sus lazos, que nos esclavizan.
En el apostolado, la obediencia se hace indispensable. De nada sirven el esfuerzo, los medios humanos, las mortificaciones..., sin obediencia todo sería inútil ante Dios. De nada serviría trabajar con tesón toda una vida en una obra humana si no contáramos con el Señor. Hasta lo más valioso de nuestras obras quedaría sin fruto si prescindiéramos del deseo de cumplir la voluntad de Jesús: «Dios no necesita de nuestros trabajos, sino de nuestra obediencia».
III. La voluntad de Dios también se nos manifiesta en aquellas cosas que Él permite y que no resultan como esperábamos, o son incluso totalmente contrarias a lo que deseábamos o habíamos pedido con insistencia en la oración.
Es el momento entonces de aumentar nuestra oración y de fijarnos mejor en Jesucristo. Especialmente cuando nos resulten muy duros y difíciles los acontecimientos: la enfermedad, la muerte de un ser querido, el dolor de los que más queremos...
El Señor hará que nos unamos a su oración: No se haga como yo quiero, Padre, sino como quieres Tú. No se haga mi voluntad, sino la tuya. Él quiso incluso compartir con nosotros todo lo que a veces tiene de injusto y de incomprensible el dolor. Pero también nos enseñó a obedecer hasta la muerte, y muerte de cruz.
Si alguna vez nos toca sufrir mucho, al Señor no le ofenden nuestras lágrimas. Pero enseguida hemos de decir: Padre, hágase tu voluntad. En nuestra vida puede haber momentos de mayor dureza, quizá de oscuridad y de dolor profundo, en los que cueste más aceptar la voluntad de Dios, con tentaciones de desaliento. La imagen de Jesús en el huerto de Getsemaní nos señala cómo hemos de proceder en esos momentos: hemos de abrazar la voluntad de Dios sin poner límite alguno ni condiciones de ninguna clase, y en una oración perseverante.
No serán pocas las veces en que, a lo largo de nuestra vida, tendremos que hacer actos de identificación con lo que es voluntad de nuestro Padre Dios. Y diremos interiormente en nuestra oración personal: «¿Lo quieres, Señor?... ¡Yo también lo quiero!». Y vendrá la paz, la serenidad a nuestra alma y a nuestro alrededor.
La fe nos hará ver una sabiduría superior detrás de cada acontecimiento: «Dios sabe más. Los hombres entendemos poco de su modo paternal y delicado de conducirnos hacia Él». Jesucristo nos consolará de todos nuestros pesares, y quedarán santificados.
Hay una providencia detrás de cada acontecimiento, todo está ordenado y dispuesto para que sirva mejor a la salvación de cada uno; absolutamente todo, tanto lo que sucede en el ámbito más general como lo que ocurre cada día en el pequeño universo de nuestra profesión y familia. Todas las cosas pueden y deben ayudarnos a encontrar a Dios, y por tanto a encontrar la paz y la serenidad en nuestra alma: Todo contribuye al bien de los que aman a Dios.
El cumplimiento de la voluntad de Dios es fuente de serenidad y de paz. Los santos nos han dejado el ejemplo de un cumplimiento sin condiciones de la divina voluntad. Así se expresaba San Juan Crisóstomo: «En toda ocasión yo digo: ¡Señor, hágase tu voluntad!: no lo que quiere este o aquel, sino lo que tú quieres que haga. Este es mi alcázar, y esta es mi roca inamovible, este es mi báculo seguro».
Terminamos nuestra oración pidiendo con la Iglesia: Señor y Dios nuestro, a cuyo designio se sometió la Virgen Inmaculada aceptando, al anunciárselo el ángel, encarnar en su seno a tu Hijo: tú, que la has transformado por obra del Espíritu Santo en templo de tu divinidad, concédenos, siguiendo su ejemplo, la gracia de aceptar tus designios con humildad de corazón