En la tarde de este jueves santo se remueven muchas fibras. Cuando la iglesia entera, esparcida por el
mundo, entra en el cenáculo, se descubre a sí misma, hace un cursillo acelerado para aprender el arte de lavar los pies y se pregunta de nuevo qué significan el pan y el vino que come cada día.
Hoy no quiero extenderme en explicaciones acerca de la Pascua judía o de la importancia teológica que tiene el relato que Pablo hace en la carta a los Corintios. Quisiera evocar con todos
vosotros el sacramento de la eucaristía, vinculándolo -como hace la liturgia- al amor fraterno y al ministerio eclesial.
Una mole de hormigón y ladrillo cubre los cenáculos donde se asientan hoy los comensales. Los de ayer
soñaban que el Nazareno les pusiera en marcha un país soberano. Lo soñaron hasta en la cena de despedida que conmemoramos en esta tarde. Los de hoy, alineados en bancos paralelos, nos conformamos
con que nos mantenga el tono vital en medio de un ritmo acelerado. En ambos casos, el anfitrión no se contenta con cubrir el expediente: se da a fondo perdido. No sólo nos invita a comer, que ya
es signo de amor, sino que se nos entrega como comida: "O sacrum convivium in quo Christus sumitur".
En medio de la ausencia -¿dónde puedo encontrar hoy a Cristo?- he aquí un destello en que el pasado, el
presente y el futuro se funden en un memorial de intensiva presencia. Hace falta estar muy ciego para no percibir la hermosura de su rostro y la huella de su pie resucitado. En esta tarde del
jueves santo aprendemos a "caer en la cuenta" de muchas presencias suyas casi desapercibidas.
Helo ahí en la asamblea congregada para recibir su dosis de pan y de palabra. Helo ahí, cargado de
arrugas y recuerdos o con las hormonas bailando el ritmo adolescente. Helo ahí en medio de esa humanidad que huele a conformismo y a búsqueda sincera a partes iguales. Helo ahí porque Él lo ha
dicho: donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.
Helo ahí en el que preside, débil de los pies a la cabeza, vestido de blanco y aprendiz de servidor, mano
trémula y visible de un Amigo misterioso. Helo ahí en el ministro cuyo encargo primordial es lavar los pies y repartir el pan.
Helo ahí en la palabra que se extrae del cofre arcano y vivo de las Escrituras, de esa Palabra que
permanece para siempre. Helo ahí hablando por la boca de Moisés y de Pablo de Tarso, con el estilo llano del evangelio de Marcos y con la elegancia de la carta a los Hebreos. Helo ahí porque Él
lo ha dicho: quien acoge mi palabra a mí me acoge.
Helo ahí en la encarnación diminutiva del pan y del vino, frutos de la tierra y de la artesanía, hechos
trampolín simbólico de un alimento sin fecha de caducidad. Helo ahí porque Él lo ha dicho: quien come mi cuerpo y bebe mi sangre tiene vida eterna.
Helo ahí, ignoto y estadísticamente inmenso, en esa turba de necesitados que lo mismo pasan hambre, que
son encarcelados o que se entierran vivos en una depresión. Helo ahí porque Él lo ha dicho: lo que hicisteis con uno de estos pequeños conmigo lo hicisteis.
Helo ahí cruzando de parte a parte esta realidad del mundo que ha sido inyectada de resurrección. Helo
ahí hablando la lengua de los signos de los tiempos, que hoy suena lucha por la paz y la justicia y mañana diálogo interreligioso o liberación de la mujer.
Helo ahí, invisible y terapéutico, en ese concentrado de presencias que es la eucaristía, cumbre y fuente
de toda vida cristiana. Donde hay eucaristía hay asamblea, ministro presidente, Palabra, pan y vino, hombres y mujeres necesitados, signos de los tiempos. Helo ahí, pues, hecho vitamina del mundo
en el gesto millonariamente repetido de tomar el pan, pronunciar la acción de gracias, partirlo y entregarlo.
¿Quién puede ser de los suyos al margen de este milagro cotidiano? ¿Quién va a partirse el tipo
desenganchado del Único que se lo ha partido hasta el final?
Jueves Santo
La Última Cena del Señor
Jesús realiza la institución de la Eucaristía, anticipa de forma sacramental –“mi Cuerpo entregado, mi Sangre derramada”- el sacrificio que va a consumar al día siguiente en el Calvario. Jesús se nos da en la Eucaristía para fortalecer nuestra debilidad, acompañar nuestra soledad y como un anticipo del Cielo. Jesús, aquella noche dió a sus Apóstoles y sus sucesores, los obispos y sacerdotes, la potestad de renovar el prodigio hasta el final de los tiempos:Haced esto en memoria mía (Lucas 22,19;1 Corintios 2,24)
I. Jesús celebra la Pascua rodeado de los suyos. Todos los momentos de esta Última Cena reflejan la Majestad de Jesús, que sabe que morirá al día siguiente, y su gran amor y ternura por los hombres. Jesús encomendó la disposición de lo necesario a sus discípulos predilectos: Pedro y Juan. Los dos Apóstoles se esmeran en los preparativos. Pusieron un especial empeño en que todo estuviera perfectamente dispuesto. Jesús se vuelca en amor y ternura hacia sus discípulos. Es una cena testamentaria; es una cena afectuosa e inmensamente triste, al tiempo que misteriosamente reveladora de promesas divinas, de visiones supremas. Lo que Cristo hizo por los suyos puede resumirse en estas breves palabras de San Juan: los amó hasta el fin (Juan 13, 1). Hoy meditamos en ese amor de Jesús por cada uno de nosotros, y en cómo estamos correspondiendo: en el trato con Él, en los actos de desagravio, en la caridad con los demás, en nuestro amor a la Eucaristía...
II. Jesús realiza la institución de la Eucaristía, anticipa de forma sacramental –“mi Cuerpo entregado, mi Sangre derramada”- el sacrificio que va a consumar al día siguiente en el Calvario. Jesús se nos da en la Eucaristía para fortalecer nuestra debilidad, acompañar nuestra soledad y como un anticipo del Cielo. Jesús, aquella noche memorable, dió a sus Apóstoles y sus sucesores, los obispos y sacerdotes, la potestad de renovar el prodigio hasta el final de los tiempos: Haced esto en memoria mía (Lucas 22, 19; 1 Corintios 2, 24). Junto con la Sagrada Eucaristía instituye el sacerdocio ministerial. Jesús se queda con nosotros. Jesús es el mismo en el Cenáculo y en el Sagrario. Esta tarde, cuando vayamos a adorarle en el Monumento, nos encontraremos con Él: nos ve y nos reconoce. Le contaremos lo que nos ilusiona y lo que nos preocupa y le agradeceremos su entrega amorosa. Jesús siempre nos espera en el Sagrario.
III. Jesús habla a sus Apóstoles de su inminente partida, y es entonces cuando enuncia el Mandamiento Nuevo, proclamado, por otra parte, en cada página del Evangelio: Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado (Juan 15, 12). Hoy, Jueves Santo, podemos preguntarnos si nos conocen como discípulos de Cristo porque vivimos con finura la caridad con los que nos rodean, mientras recordamos, cuando está tan próxima la Pasión del Señor, la entrega de María al cumplimiento de la Voluntad de Dios y al servicio de los demás. “La inmensa caridad de María hace que se cumpla, también en Ella, la afirmación de Cristo: nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos
Entra en Getsemaní, en el Huerto donde impera la noche, la tristeza, el agotamiento, el desaliento. Pocas escenas del Evangelio representan con más realismo la experiencia del hombre moderno y con frecuencia la experiencia de la comunidad cristiana, que el Huerto de los Olivos en la noche de la traición.
Giuliano Amidei (s. XIV-XV), La oración en el Huerto
Tres avisos quedan grabados en la memoria de los evangelistas como enseñanza del Maestro, que no habla de memoria, sino que comparte el secreto con los suyos, para que salgan vencedores en la
tentación.
El primer secreto: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar» (Mt 26, 36). «Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo» (Mt 26, 38).
Jesús ha necesitado la compañía humana, amiga, aunque ésta se queda a una distancia infranqueable. Nos enseña que en algunos momentos de la vida es muy importante tener próximos a los amigos,
poder decirles el corazón, expresar el sentimiento más íntimo.
Jesús no es el invulnerable, el valiente insensible, el fuerte solitario. Nos ha enseñado que es buena la amistad, que es necesaria la comunidad, que es mandamiento el amor mutuo. ¡Cómo ayuda
saber que están junto a ti los que te quieren, aunque no pueda ser en cercanía física!
Jesús invitó a sus discípulos a acompañarlo. Muchas otras veces se había retirado Él solo al monte, en la espesura de la noche y en las latitudes del descampado, para orar. Esta noche nos dice que en los momentos recios es bueno tener cerca a los que amas.
El segundo secreto: «Pedid que no caigáis en tentación» (Lc 22, 40). «¿Cómo es que estáis dormidos? Levantaos y orad para que no caigáis en tentación» (Lc 22, 46). «Simón, ¿duermes?, ¿ni una hora
has podido velar? Velad y orad, para que no caigáis en tentación; que el espíritu está pronto, pero la carne es débil» (Mc 14, 37-38).
Jesús reconoce nuestra vulnerabilidad, Él se sabe también frágil y comprende muy bien los sentimientos humanos, las reacciones psicológicas evasivas. El sueño es manifestación de defensa. No se
resuelve el problema evadiéndolo, ni dejando pasar las cosas sin afrontarlas, ni reaccionando de manera inconsciente.
Jesús recomienda dos actitudes para el momento de la prueba, la vigilancia y la oración. Hay veces que acontece lo peor por no estar atentos, porque se descuidan la sensibilidad y la prudencia. La astucia, la cautela, la vigilia son referencias evangélicas frente a los que puedan hacernos daño.
Jesús insiste en la oración. Los humanos consuelan. Los amigos son necesarios, pero el Maestro nos deja como testamento una llamada apremiante para la hora oscura. En el tiempo de las tinieblas, la luz proviene de la oración, de la súplica, del grito de socorro, con la certeza de saberse escuchado. El creyente ora y atraviesa el cerco del abismo hablando con Dios.
El tercer secreto: «¡Abbá, Padre! Todo es posible para ti; aparta de mí esta copa, pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú» (Mc 14, 36). «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú» (Mt 26, 39). «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22, 42).
Jesús clama: “¡Abba!” Éste es el desafío más grande que tiene el cristiano. En cualquier circunstancia, siempre, el creyente sabe que tiene por Padre a Dios, y desde esta certeza se atreve a abrazar unos acontecimientos que se muestran terribles.
Jesús nos ha enseñado a orar, y cuando nos ha apremiado a hacerlo, deberemos recordar su lección. Cuando oréis, decid: “Padre Nuestro”. Si nosotros, que somos malos, nos compadecemos de los que sufren, Dios ¿no va a tener compasión de nosotros? El creyente llega a sentir, en medio de la oscuridad y de las tinieblas, el cayado del Buen Pastor.
En la noche suprema, Jesús se abrazó a la voluntad de su Padre. Es la sabiduría cristiana por excelencia, que no se haga mi voluntad, sino la de Dios. Y en la peor encrucijada, no pedir otra cosa que lo que Dios quiera, y nos sorprenderemos de la fuerza que nos asiste y de la paz que nos acompaña.
La liturgia vespertina del Jueves Santo se celebra en la hora de las primeras Vísperas del Triduo Pascual, como pórtico solemne que abre e ilumina los misterios que se celebrarán en los tres días siguientes. Tiene, por tanto, carácter anticipatorio: de la misma forma que Cristo anticipó ritualmente en la última Cena lo que iba a realizar históricamente en la Cruz y Resurrección, así también se anticipa en la Eucaristía vespertina de este día lo que se celebrará más propiamente del Viernes Santo al Domingo de Resurrección. Junto con la institución de la Eucaristía y del sacerdocio, el mandato del Señor del amor fraterno es el gran misterio en que insiste la liturgia del Jueves Santo.
El sagrario vacío que contemplamos hoy en tantas iglesias recuerda aquella nada primordial, a partir de la cual Dios dio inicio al ser de toda la creación material, inaugurando así la historia de la salvación. Una nada en la que “el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas” (Gn 1,2). Ahora, una nueva nada, simbolizada en el sagrario abierto y vacío, preludia una nueva creación y anuncia el momento culminante de esa historia de salvación que es el misterio pascual que se va a celebrar en los días del Triduo Santo. A partir de la obra de Cristo, el Espíritu Santo da inicio a su obra, recreando por la gracia, de forma nueva y más plena, todo lo que el pecado había desordenado.
También la virginidad de María se asemeja a aquella primera ‘nada’ primordial de la que surgió la creación material. Ahora, en esa nueva ‘nada’ virginal, comienza, por la encarnación del Verbo, una nueva creación, la recreación del hombre y de todas las cosas. La fecundidad divina hizo salir del seno del Padre toda la creación del principio; esa misma fecundidad hizo salir del seno virginal de María esta nueva creación y este nuevo principio.
Así has de ponerte hoy tú también ante el Señor, como ese sagrario vacío y abierto, pronto y dispuesto para que entre en él esa gracia nueva con la que el Espíritu recrea y renueva tu vida y todas las cosas.
Uno de los ritos del Jueves Santo, dentro de la celebración de la Cena del Señor, es la reserva del Pan consagrado para la adoración de los fieles. Es lo que en nuestra tradición conocemos como "la vela del Santísimo ante el Monumento" (altar donde se deposita el Cuerpo del Señor).
Nació como un gesto práctico en siglos XIII-XIV para favorecer la adoración en la tarde-noche del Jueves Santo. Antes este monumento era una especie de "sepulcro" donde se guardaban las formas, incluso se enterraban, se colocaban guardias a los lados, se ponían emblemas fúnebres, e incluso se representaban dramas teatrales sobre el entierro de Jesús. Como vestigio de todo esto ha quedado la hora santa. Hoy día, este momento consiste en una oración breve, profunda, meditativa, de alabanza, iniciando la Pascua del Señor.
Introducción
Jesús ha vivido unos momentos intensos. Los discípulos quieren descansar, pero no le dejan solo. Esta tarde nuestra iglesia, nuestros grupos eran el Cenáculo. Jesús repetía sus palabras y sus signos... Fueron tantos y tan densos que queremos recordarlos, volver a meditarlos. Esta noche todos nosotros somos Getsemaní. Cristo está aquí. Y nosotros también para adorar y agradecer su entrega en el Pan y el Vino nuevos y para iniciar el misterio pascual de su muerte y resurrección.
Canto
1. PRIMER MOMENTO: REZAMOS
• En tu noche de entrega, en tu noche de soledad, en tu hora difícil, en tu lucha y agonía, Oremos: R/ nosotros queremos rezar contigo. • Cuando todos te abandonan, cuando Judas te traiciona, cuando el Sanedrín prepara tu condena, Oremos: R/nosotros queremos estar contigo. • Cuando los discípulos duermen, Oremos: R/nosotros queremos velar contigo. • Cuando los soldados te prenden, Oremos: R/ nosotros queremos defenderte. • Cuando Pedro te niega tres veces, Oremos: R/ nosotros queremos confesarte.
LECTURA DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 14,..-34.:
Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos. Jesús les dijo: Todos vais a caer, como está escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas.» Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a Galilea. Pedro replicó: -Aunque todos caigan, yo no. Jesús le contestó: Te aseguro, que tú hoy, esta noche, antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres. Pero él insistía: Aunque tenga que morir contigo, no te negaré. Y los demás decían lo mismo. Fueron a una finca, que llaman Getsemaní, y dijo a sus discípulos: Sentaos aquí mientras voy a orar. Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y angustia, y les dijo: Me muero de tristeza: quedaos aquí velando. .
Palabra del Señor
Silencio. Después, canto.
Lo más importante no es... * Que yo te busque, sino que tú me buscas en todos los caminos. * Que yo te llame por tu nombre, sino que tú tienes el mío tatuado en la palma de tus manos. * Que yo te grite cuando no tengo ni palabra, sino que tú gimes en mí con tu grito. * Que yo tenga proyectos para ti, sino que tú me invitas a caminar contigo hacia el futuro. * Que yo te comprenda, sino que tú me comprendes en mi último secreto. * Que yo hable de ti con sabiduría, sino que tú vives en mí y te expresas a tu manera. * Que yo te guarde en mi caja de seguridad, sino que yo soy una esponja en el fondo de tu océano. * Que yo te ame con todo mi corazón y todas mis fuerzas, sino que tú me amas con todo tu corazón y todas tus fuerzas. * Que yo trate de animarme, de planificar, sino que tu fuego arda dentro de mis huesos. * Porque ¿cómo podría yo buscarte, llamarte, amarte... Si tú no me buscas, llamas y amas primero? El silencio agradecido es mi última palabra y mi mejor manera de encontrarte.
2. SEGUNDO MOMENTO
Es el momento de la verdad, de la entrega, de la valentía. Jesús está dispuesto a aceptar las consecuencias de su vida, las consecuencias de su fidelidad a Dios y a los demás: tomar la cruz y salvar al mundo, el que podamos vivir y morir con esperanza. Pero la muerte no hace gracia a nadie.
Esta noche te pedimos ser como tú. Atentos al Padre y a los hermosos. Con esa entereza, esa confianza. Nosotros somos débiles y muchas veces pecadores que desaparecemos ante el primer problema, que huimos, que no tenemos fuerzas, que no nos comprometemos lo suficiente. Somos un poco Pedro que incluso te negó. Que sepamos vivir “nuestra hora”, y la hora de cada día.
LECTURA DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 14, 35-38.
Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y dijo:
- ¡Abba! (Padre): tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres. Volvió, y al encontrarlos dormidos, dijo a Pedro: -Simón, ¿duermes?, ¿no has podido velar ni una hora? Velad y orad, para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne es débil.
Palabra del Señor
Jesús nos dice esta noche que es posible orar al Padre desde toda situación humana. En la angustia, en la debilidad, en la enfermedad, en las persecuciones, en los terremotos. También en la fiesta, en la alegría, cuando estamos bien. Se puede hablar con el Padre, siempre. Porque el Padre está con Jesús, con nosotros, con todos. Silencio. Después, canto.
ORACIÓN Y MEDITACIÓN Lo más importante no es... * Que yo te busque, sino que tú me buscas en todos los caminos. * Que yo te llame por tu nombre, sino que tú tienes el mío tatuado en la palma de tus manos. * Que yo te grite cuando no tengo ni palabra, sino que tú gimes en mí con tu grito. * Que yo tenga proyectos para ti, sino que tú me invitas a caminar contigo hacia el futuro. * Que yo te comprenda, sino que tú me comprendes en mi último secreto. * Que yo hable de ti con sabiduría, sino que tú vives en mí y te expresas a tu manera. * Que yo te guarde en mi caja de seguridad, sino que yo soy una esponja en el fondo de tu océano. * Que yo te ame con todo mi corazón y todas mis fuerzas, sino que tú me amas con todo tu corazón y todas tus fuerzas. * Que yo trate de animarme, de planificar, sino que tu fuego arda dentro de mis huesos. * Porque ¿cómo podría yo buscarte, llamarte, amarte... Si tú no me buscas, llamas y amas primero? El silencio agradecido es mi última palabra y mi mejor manera de encontrarte.
3.- TERCER MOMENTO
Señor, gracias por quedarte con nosotros. No llegamos a alcanzar lo que es tu presencia en la Eucaristía, en la Escritura, pero creemos en ti. Eres luz, fuerza, amor. Es de noche, pero nos iluminas, te sientes débil ahora, pero sigues dando fuerza, nos pides que amemos, pero tú nos amas primero. Gracias por tu presencia. No olvidamos que muchos se sienten solos hoy día, que están enfermos, que sufren, que son perseguidos a causa de la justicia, que no puden dar de comer a sus hijos, que sufren la guerra de lsopoderosos,... Es un buen Getsemaní muy actual y muy vivo; pero ahí estás tú. También nosotros queremos estar unidos a todas esas personas; contigo en ellos, Señor. LECTURA DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 14,39-42.
De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió, y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados. Y no sabían qué contestarle. Volvió y les dijo: -Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta! Ha llegado la hora; mirad que el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega. Palabra del Señor
• Silencio. Después, canto.
ES CONVENIENTE Y NECESARIO QUE SIEMPRE Y EN TODO LUGAR DEMOS GRACIAS A DIOS POR JESUCRISTO:
• Por el misterio pascual de tu muerte y resurrección. R/ Te damos gracias, Señor. • Por el pan y el vino de la Eucaristía. R/ Te damos gracias, Señor. • Por haberte quedado con nosotros. R/ Te damos gracias, Señor. • Por haber bajado hasta nuestros infiernos. R/ Te damos gracias, Señor. • Por tu amor hasta la muerte. R/ Te damos gracias, Señor. • Por tu presencia permanente. R/ Te damos gracias, Señor. • Por la fuerza de tu resurrección R/ Te damos gracias, Señor. • Por el aliento de tu Espíritu. R/ Te damos gracias, Señor. • Por esta hora de oración. R/ Te damos gracias, Señor. • Por tu amor sin límites R/ Te damos gracias, Señor. • Porque siendo Dios, te arrodillas y a servir nos enseñas. R/ Te damos gracias, Señor. • Por tus palabras que reconfortan y sanan. R/ Te damos gracias, Señor. • Por todos los dones que nos concedes. R/ Te damos gracias, Señor. • Por olvidar nuestras traiciones e incoherencias. R/ Te damos gracias, Señor. • Por tu amor sin tregua y sin fronteras. R/ Te damos gracias, Señor. • Por la Madre que al pie del madero nos dejas. R/ Te damos gracias, Señor. • Por la comunidad cristiana que de ti . R/ Te damos gracias, Señor.
4. CUARTO MOMENTO
Llega la hora de la traición, el momento cumbre. Jesús se entrega en servicio por todos. Parece como si todo estuviera perdido. Las tinieblas se ríen de la luz; el odio parece triunfar sobre el amor. La muerte parece regodearse de la vida. Y, en la oración, Jesús ha vencido la angustia, ha recobrado las fuerzas, y sale decidido a proclamar la fuerza del amor, la belleza de la vida, la gratuidad de la luz.
LECTURA DEL EVANGELIO SEGÚN SAN MARCOS 14,46-50.
-Al que yo bese, es él: prendedlo y conducidlo bien sujeto. Y en cuanto llegó, se acercó y le dijo: -¡Maestro! Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los presentes, desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja ’al criado del sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo: -¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a caza de un bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis. Pero, que se cumplan las Escrituras. . Y todos lo abandonaron y huyeron. Palabra del Señor
Oración:
Señor te quedas solo; será un rato. Nosotros siempre estamos aquí contigo, esperando tu amor definitivo Tú eres realmente, el Cristo, el que ha de venir. Tú eres el amor de Dios. Un amor que ayuda, acoge, alienta, abraza; un amor de amigo, de padre, de alguien que no nos abandona. Haznos ser más seguidores tuyos, que podamos parecernos a ti que acojamos a todos con un corazón grande como el tuyo. En el triduo Pascual que celebramos queremos ser como Tú, y estar más cerca de ti y de nuestros hermanos necesitados. Silencio. Después, canto.
PRECES- ORACIÓN DE PETICIÓN:
Quisiéramos poner ante nuestros ojos a cuantos están marcados por el dolor y la angustia, por la soledad o el sinsentido, por la desgracia y la tortura, por la marginación y la miseria, por la enfermedad o la cárcel, por la humillación y condena a muerte... En todas Cristo sigue su agonía.
Pedimos:
• Por los agonizantes y enfermos terminales, que además de los paliativos, no les falte el ángel del consuelo. Roguemos al Señor • Por los que viven en la miseria y el olvido, que lleguen a todos sus gritos silenciosos. Roguemos al Señor • Por los que son víctimas del terror, de la guerra, de los secuestros y la tortura, que a todos nos interpele su martirio. Roguemos al Señor • Por los ancianos que no son queridos y se sienten solos, que encuentren personas que los acompañen y valoren. Roguemos al Señor • Por las mujeres maltratadas, víctimas de la violencia de género, la prostitución, que puedan recuperar su dignidad y su libertad. Roguemos al Señor • Por los niños esclavizados, vendidos, prostituidos, militarizados, que encuentren los medios para rehacer sus vidas. Roguemos al Señor • Por los que no tienen trabajo, por los fracasados, que no les falten nuevas oportunidades. Roguemos al Señor • Por todos los que están marcados por el desamparo o el vicio y las adicciones, que no pierdan la esperanza de una liberación. Roguemos al Señor • Por los inmigrantes, que tienen que afrontar tantos riesgos y separaciones, que puedan ser integrados socialmente y alcanzar sus proyectos. Roguemos al Señor • Por ……. Oremos: Oh Jesús, que luchaste y sufriste la agonía de Getsemaní, acompaña y conforta a cuantos se encuentran en esas noches tristes.
Recemos la oración de la fraternidad: PADRENUESTRO. Canto
CONSIDERACIÓN FINAL
Hemos pasado un rato acompañando al Señor. Las prolongadas horas de la agonía de Jesús han transcurrido ya para dar lugar a una jornada de tormentos y aflicciones y a las tres últimas horas de agonía sobre la cruz. Son acontecimientos que conmueven a todo creyente. Sin embargo, sería un error presentar separados o siquiera distantes el misterio de la Pasión y el de la Resurrección del Señor. Celebremos la Pasión a través de la visión gloriosa de Cristo resucitado. En el silencio de la fe, adoremos y demos gracias.
ORAMOS: Como yo os he amado. Pedimos que nos ayude a sentir esta noche la fuerza de su amor, y su amistad y su ternura. Queremos pedir a Jesús que nos enseñe a amar como él y que nos capacite para amar como él.
BENDICIÓN FINAL: "QUE OS AMÉIS COMO YO OS HE AMADO"
Por la mañana
Te has sentado a la mesa de la eterna fiesta de la fraternidad. Sabes muy bien lo que hay dentro de cada uno de nosotros, tus invitados. Por eso Tú, que en tu angustia ante la muerte clamaste a Dios y, sufriendo, aprendiste a obedecer, has querido hacer tuyas las pasiones y sufrimientos humanos. Has derrotado a la muerte derrotando la iniquidad y la injusticia.. Te compadeces tanto de nuestras debilidades, que quieres quedarte para siempre con nosotros y así poder echarnos una mano cuando sea necesario. Te has convertido para los que obedecen a Dios en autor de salvación. Y nuestra salvación, Señor, es quererte y amarte.
Te has sentado a la mesa, y has invitado como comensal a todo el mundo. Se acabó la negativa a compartir; la división entre los hermanos no tiene sentido ya; el desprecio por los pobres se convierte en acogida y servicio al lavarles los pies con gestos reales de entrega radical. Sí, te has sentado a la mesa y nos dices de corazón que has deseado enormemente comer esta comida pascual con nosotros, antes de padecer. Consciente de que había llegado tu hora, Jesús, habiéndonos amado, nos amaste hasta el extremo. Y ya tienes un pan en la mano, que bendices y nos repartes, animándonos a que lo comamos porque es tu cuerpo. Y sin haber podido salir aún de nuestro asombro, has llenado la copa de vino y nos la pasas también para que bebamos, porque es tu sangre. Y que te vas, pero que cada vez que nos reunamos y repitamos este gesto del pan y del vino, Tú estarás á nuestro lado para que podamos anunciar al mundo tu muerte y resurrección.
Cristo maravilloso, gracias por enseñamos a descubrir al hermano, a tender la mano, a presentar la otra mejilla, a compartir pan y hogar. Gracias por ese poco de pan en tus manos y ese vaso de vino, con los que nos dices cómo se vence el pecado, el hambre, la muerte. Que ahora nosotros continuemos tu lucha para que todo hombre y mujer sean queridos y respetados, para que a nadie le sea negado el pan y el trabajo, para que los niños puedan reír ilusionados. Sí, continuaremos tu lucha para que nadie se enriquezca con el trabajo de los demás y para que nadie tenga miedo de nadie.
Por la noche
Hoy, día del amor fraterno, procura partir tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, viste al que veas desnudo y no te cierres a tu propia carne. En la última cena, Jesús, nos dijiste con tu propia vida entregada a la muerte, que lo único que vale es el amor a los hermanos, hasta ser capaces de dar la vida por ellos. "Quien pierde su vida, la gana para siempre". Hoy, la víspera de padecer por nuestra salvación y la de toda la humanidad, tomas el pan y dices: TOMEN Y COMAN, ESTO ES MI CUERPO. Coges después la copa, y añades: TOMEN Y BEBAN, PORQUE ESA ES MI SANGRE. Por favor, nos suplica Jesús, hagan siempre y donde estén lo que acabo de hacer.
Gracias, Padre Dios, por tanto amor. Gracias, Jesús, porque en la última cena inventaste la misa; porque el Jueves Santo nos enseñaste a servir. Gracias, Jesús, porque incluso llamaste amigo al traidor Judas; porque nos diste un Mandamiento Nuevo; porque nos has dado un corazón parecido al tuyo.
La liturgia para el Jueves Santo es un verdadero festín. En la Misa Vespertina de la Cena del Señor, celebramos la institución de la Eucaristía (que quiere decir “acción de gracias”). Es el comienzo del Triduo Pascual. A pesar de estar tan cercanos a la Pasión, estamos de fiesta; por eso los ornamentos litúrgicos son blancos.
Las primeras lecturas tratan más directamente el tema de la Eucaristía, mientras el pasaje evangélico nos presenta un episodio relacionado: el lavatorio de los pies.
La primera lectura, tomada del libro del Éxodo (12,1-8.11-14), hace memoria del hecho liberador más importante en la historia del pueblo de Israel, su liberación de la esclavitud en Egipto. La primera Pascua, y la celebración de la primera cena pascual, signo de la Alianza entre Dios y su pueblo a través de la persona de Moisés. Ese hecho liberador se convirtió en “memorial” (zikkaron) para los judíos. Por eso, al celebrar la Pascua, cada judío se considera que él mismo (no sus antepasados) fue liberado de la esclavitud en Egipto.
La segunda lectura nos presenta la mejor narración de la institución de la Eucaristía que encontramos en el Nuevo Testamento, curiosamente por alguien que no estuvo allí, pero que la recibió por la Tradición: el apóstol san Pablo (1 Cor 11,23-26). Esa institución se dio durante la cena de Pascua que Jesús compartía con sus discípulos. Y en medio de esa celebración, Jesús se ofrece a sí mismo como signo de la Alianza nueva y eterna, y al ofrecer el pan y el vino pronunciando la acción de gracias, instituye la cena como zikkaron (memorial) de su Pasión: “Haced esto en memoria mía”.
La lectura evangélica, tomada del evangelio según san Juan (13, 1-15), contiene una de las frases más hermosas y profundas del Nuevo Testamento, y que le da sentido al Triduo Pascual que estamos comenzando: “sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Tanto nos amó que no quiso separarse de nosotros. Por el contrario, quiso quedarse con nosotros en todo su cuerpo, sangre, alma y divinidad, bajo las especies eucarísticas de pan y vino. Nos amó hasta el extremo, nos amó con pasión…
Este pasaje nos narra, como dijimos, el lavatorio de pies, que ocurre justo antes de la cena pascual. Todos conocemos el episodio. Lo importante es lo que Jesús les dice al terminar de lavarles los pies: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis”.
Él estaba a punto de marcharse, pero quería “sentar la tónica” del comportamiento que sus discípulos debían seguir. Podríamos desarrollar toda una catequesis sobre el significado de este gesto de Jesús, pero como he dicho antes el Espíritu Santo nos ha regalado la persona del papa Francisco, quien encarna ese mensaje de humildad y servicio. Les invito una vez más a mirarlo e imitarlo. Nuestra Iglesia está viviendo una nueva era, y nos ha tocado la gracia de ser testigos.
Jueves Santo
Pasión de Nuestro Señor
LA ÚLTIMA CENA DEL SEÑOR
— Jesús celebra la Última Cena con los Apóstoles.
— Institución de la Sagrada Eucaristía y del sacerdocio ministerial.
— El Mandamiento Nuevo del Señor.
I. Este Jueves Santo nos trae el recuerdo de aquella Última Cena del Señor con los Apóstoles. Como en años anteriores, Jesús celebrará la Pascua rodeado de los suyos. Pero esta vez tendrá características muy singulares, por ser la última Pascua del Señor antes de su tránsito al Padre y por los acontecimientos que en ella tendrán lugar. Todos los momentos de esta Última Cena reflejan la Majestad de Jesús, que sabe que morirá al día siguiente, y su gran amor y ternura por los hombres.
La Pascua era la principal de las fiestas judías y fue instituida para conmemorar la liberación del pueblo judío de la servidumbre de Egipto. Este día será para vosotros memorable, y lo celebraréis solemnemente en honor de Yahvé, de generación en generación. Será una fiesta a perpetuidad. Todos los judíos están obligados a celebrar esta fiesta para mantener vivo el recuerdo de su nacimiento como Pueblo de Dios.
Jesús encomendó la disposición de lo necesario a sus discípulos predilectos: Pedro y Juan. Los dos Apóstoles hacen con todo cuidado los preparativos. Llevaron el cordero al Templo y lo inmolaron, luego vuelven para asarlo en la casa donde tendrá lugar la cena. Preparan también el agua para las abluciones, las «hierbas amargas» (que representan la amargura de la esclavitud), los «panes ácimos» (en recuerdo de los que tuvieron que dejar de cocer sus antepasados en la precipitada salida de Egipto), el vino, etc. Pusieron un especial empeño en que todo estuviera perfectamente dispuesto.
Estos preparativos nos recuerdan a nosotros la esmerada preparación que hemos de realizar en nosotros mismos cada vez que participamos en la Santa Misa. Se renueva el mismo Sacrificio de Cristo, que se entregó por nosotros, y nosotros somos también sus discípulos, que ocupamos el lugar de Pedro y Juan.
La Última Cena comienza a la puesta del sol. Jesús recita los salmos con voz firme y con un particular acento. San Juan nos ha transmitido que Jesús deseó ardientemente comer esta cena con sus discípulos.
En aquellas horas sucedieron cosas singulares que los Evangelios nos han dejado consignadas: la rivalidad entre los Apóstoles, que comenzaron a discutir quién sería el mayor; el ejemplo sorprendente de humildad y de servicio al realizar Jesús el oficio reservado al ínfimo de los siervos: se puso a lavarles los pies; Jesús se vuelca en amor y ternura hacia sus discípulos: Hijitos míos..., llega a decirles. «El mismo Señor quiso dar a aquella reunión tal plenitud de significado, tal riqueza de recuerdo, tal conmoción de palabras y de sentimientos, tal novedad de actos y de preceptos, que nunca terminaremos de meditarlos y explorarlos. Es una cena testamentaria; es una cena afectuosa e inmensamente triste, al tiempo que misteriosamente reveladora de promesas divinas, de visiones supremas. Se echa encima la muerte, con inauditos presagios de traición, de abandono, de inmolación; la conversación se apaga enseguida, mientras la palabra de Jesús fluye continua, nueva, extremadamente dulce, tensa en confidencias supremas, cerniéndose así entre la vida y la muerte».
Lo que Cristo hizo por los suyos puede resumirse en estas breves palabras de San Juan: los amó hasta el fin. Hoy es un día particularmente apropiado para meditar en ese amor de Jesús por cada uno de nosotros, y en cómo estamos correspondiendo: en el trato asiduo con Él, en el amor a la Iglesia, en los actos de desagravio y de reparación, en la caridad con los demás, en la preparación y acción de gracias de la Sagrada Comunión, en nuestro afán de corredimir con Él, en el hambre y sed de justicia...
II. Y ahora, mientras estaban comiendo, muy probablemente al final, Jesús toma esa actitud trascendente y a la vez sencilla que los Apóstoles conocen bien, guarda silencio unos momentos y realiza la institución de la Eucaristía.
El Señor anticipa de forma sacramental –«mi Cuerpo entregado, mi Sangre derramada»– el sacrificio que va a consumar al día siguiente en el Calvario. Hasta ahora la Alianza de Dios con su pueblo estaba representada en el cordero pascual sacrificado en el altar de los holocaustos, en el banquete de toda la familia en la cena pascual. Ahora, el Cordero inmolado es el mismo Cristo: Esta es la nueva alianza en mi Sangre... El Cuerpo de Cristo es el nuevo banquete que congrega a todos los hermanos: Tomad y comed...
El Señor anticipó sacramentalmente en el Cenáculo lo que al día siguiente realizaría en la cumbre del Calvario: la inmolación y ofrenda de Sí mismo –Cuerpo y Sangre– al Padre, como Cordero sacrificado que inaugura la nueva y definitiva Alianza entre Dios y los hombres, y que redime a todos de la esclavitud del pecado y de la muerte eterna.
Jesús se nos da en la Eucaristía para fortalecer nuestra debilidad, acompañar nuestra soledad y como un anticipo del Cielo. A las puertas de su Pasión y Muerte, ordenó las cosas de modo que no faltase nunca ese Pan hasta el fin del mundo. Porque Jesús, aquella noche memorable, dio a sus Apóstoles y sus sucesores, los obispos y sacerdotes, la potestad de renovar el prodigio hasta el final de los tiempos: Haced esto en memoria mía. Junto con la Sagrada Eucaristía, que ha de durar hasta que el Señor venga, instituye el sacerdocio ministerial.
Jesús se queda con nosotros para siempre en la Sagrada Eucaristía, con una presencia real, verdadera y sustancial. Jesús es el mismo en el Cenáculo y en el Sagrario. En aquella noche los discípulos gozaron de la presencia sensible de Jesús, que se entregaba a ellos y a todos los hombres. También nosotros, esta tarde, cuando vayamos a adorarle públicamente en el Monumento, nos encontraremos de nuevo con Él; nos ve y nos reconoce. Podemos hablarle como hacían los Apóstoles y contarle lo que nos ilusiona y nos preocupa, y darle gracias por estar con nosotros, y acompañarle recordando su entrega amorosa. Siempre nos espera Jesús en el Sagrario.
III. La señal por la que conocerán que sois mis discípulos será que os amáis lo unos a los otros.
Jesús habla a los Apóstoles de su inminente partida. Él se marcha para prepararles un lugar en el Cielo, pero, mientras, quedan unidos a Él por la fe y la oración.
Es entonces cuanto enuncia el Mandamiento Nuevo, proclamado, por otra parte, en cada página del Evangelio: Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Desde entonces sabemos que «la caridad es la vía para seguir a Dios más de cerca» y para encontrarlo con más prontitud. El alma entiende mejor a Dios cuando vive con más finura la caridad, porque Dios es Amor, y se ennoblece más y más en la medida en que crece en esta virtud teologal.
El modo de tratar a quienes nos rodean es el distintivo por el que nos conocerán como sus discípulos. Nuestro grado de unión con Él se manifestará en la comprensión con los demás, en el modo de tratarles y de servirles. «No dice el resucitar a muertos, ni cualquier otra prueba evidente, sino esta: que os améis unos a otros». «Se preguntan muchos si aman a Cristo, y van buscando señales por las cuales poder descubrir y reconocer si le aman: la señal que no engaña nunca es la caridad fraterna (...). Es también la medida del estado de nuestra vida interior, especialmente de nuestra vida de oración».
Os doy un mandamiento nuevo: que os améis.... Es un mandato nuevo porque son nuevos sus motivos: el prójimo es una sola cosa con Cristo, el prójimo es objeto de un especial amor del Padre. Es nuevo porque es siempre actual el Modelo, porque establece entre los hombres nuevas relaciones. Porque el modo de cumplirlo será nuevo: como yo os he amado; porque va dirigido a un pueblo nuevo, porque requiere corazones nuevos; porque pone los cimientos de un orden distinto y desconocido hasta ahora. Es nuevo porque siempre resultará una novedad para los hombres, acostumbrados a sus egoísmos y a sus rutinas.
En este día de Jueves Santo podemos preguntarnos, al terminar este rato de oración, si en los lugares donde discurre la mayor parte de nuestra vida conocen que somos discípulos de Cristo por la forma amable, comprensiva y acogedora con que tratamos a los demás. Si procuramos no faltar jamás a la caridad de pensamiento, de palabra o de obra; si sabemos reparar cuando hemos tratado mal a alguien; si tenemos muchas muestras de caridad con quienes nos rodean: cordialidad, aprecio, unas palabras de aliento, la corrección fraterna cuando sea necesaria, la sonrisa habitual y el buen humor, detalles de servicio, preocupación verdadera por sus problemas, pequeñas ayudas que pasan inadvertidas... «Esta caridad no hay que buscarla únicamente en los acontecimientos importantes, sino, ante todo, en la vida ordinaria».
Cuando está ya tan próxima la Pasión del Señor recordamos la entrega de María al cumplimiento de la Voluntad de Dios y al servicio de los demás. «La inmensa caridad de María por la humanidad hace que se cumpla, también en Ella, la afirmación de Cristo: nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos (Jn 15, 13)»