El crecimiento en los Dones del Espíritu Santo forma en el alma perfecciones llamadas Frutos del Espíritu Santo
Hay muchas similitudes entre las virtudes y los dones
Ambos son hábitos operativos que residen en las facultades humanas. Ambos buscan practicar el bien honesto y tienen el mismo fin remoto: la perfección del hombre.
Pero hay diferencias
1: La causa motora: Las Virtudes son movidas por la razón vs. los Dones del Espíritu Santo son movidos directamente por el Espíritu Santo.
- Las virtudes disponen para seguir el dictamen de la razón humana (ilustrada por la fe si se trata de virtud infusa), bajo la previa moción de Dios (gracia actual)
- Los dones son movidos por el Espíritu Santo como instrumentos directos suyos.
2: El objeto formal. Las Virtudes actúan por razones humanas vs. los Dones del Espíritu Santo actúan por razones divinas.
Los dones del Espíritu Santo transcienden la esfera de la razón humana, aun de la razón iluminada por la fe.
3: Las Virtudes = modo humano vs. los Dones del Espíritu Santo = modo divino.
- Las virtudes infusas tienen por motor al hombre y por norma la razón humana iluminada por la fe. Se deduce que sus actos son a modo humano.
- En cambio los dones tienen por causa motora y por norma el mismo Espíritu Santo, sus actos son a modo divino o sobrehumano. De esto se deduce que las virtudes infusas son imperfectas por la modalidad humana de su obrar, y es imprescindible que los dones del Espíritu Santo vengan en su ayuda para proporcionarles su modalidad divina, sin la cual las virtudes no podrán alcanzar su plena perfección.
4: Las Virtudes = Uso a nuestro arbitrio vs. los Dones del Espíritu Santo = al arbitrio divino.
- Se deduce de las diferencias anteriores que el hábito de las virtudes infusas lo podemos usar cuando nos plazca -presupuesta la gracia actual, que a nadie se niega-
- Mientras que los dones sólo actúan cuando el Espíritu Santo quiere moverlos. Los dones de Espíritu no confieren al alma más que la facilidad para dejarse mover, de manera consciente y libre, por el Espíritu Santo, quien es la única causa motora de ellos. Nuestra parte es sólo disponernos. Ej.: refrenando el tumulto de las pasiones, afectos desordenados, distracciones, etc.
“La primera oración que sentí, a mi parecer, sobrenatural, que llamo yo lo que con industria ni diligencia no se puede adquirir aunque mucho se procure, aunque disponerse para ello sí, y debe de hacer mucho al caso…”.
-Sta. Teresa de Ávila.
--------------------------------------------------------------------------------
Dones en las Sagradas Escrituras
Sabemos de la existencia de los dones por la Biblia.
Según Sto. Tomás de Aquino, la sabiduría pagana desconocía los dones del Espíritu Santo.
Isaías menciona seis de los dones (falta el don de piedad)
Isaías 11, 1-3
Saldrá un vástago del tronco de Jesé,
y un retoño de sus raíces brotará.
Reposará sobre él el espíritu de Yahveh:
espíritu de sabiduría e inteligencia,
espíritu de consejo y fortaleza,
espíritu de ciencia y temor de Yahveh.
Este texto es mesiánico. Se refiere propiamente al Mesías. No obstante, los Santos Padres lo extienden también a los fieles de Cristo, en virtud del principio universal de la economía de la gracia que enuncia San Pablo, cuando dice: “Porque a los que de antes conoció, a ésos los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo” Rm 8, 29.
San Pablo describe el don de Piedad: “No habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio de que somos hijos de Dios” Rom 8, 14-17
Otros textos que revelan los dones
AT: Gen 41, 38; Ex 31, 3; Num 24, 2; Deut 34, 9; Ps 31, 8; 32, 9; 118, 120; 142, 10; Sap 7, 28; 7, 7; 7, 22; 9, 17; 10, 10; Eccli 15, 5; Is 11, 2; 61, 1; Mich 3, 8.
NT: Lc 12, 12; 24, 25; Jn 3, 8; 14, 17; 14, 26; Hechos 2, 2; 2, 38; Rm 8, 14; 8, 26; 1 Cor 2, 10; 12, 8; Apoc 1, 4; 3, 1; 4, 5; 5, 6.
Padres de la Iglesia
Tanto los Padres griegos como los latinos hablan con frecuencia de los dones del Espíritu Santo, aunque con diversos nombres: dona, munera, charismata, spiritus, virtutes, etc.
Los Dones del Espíritu Santo
Introducción
Cuando hablamos de dones y carismas, muchas veces nos confundimos y no sabemos qué es lo que comprende cada uno de ellos. Aquí, con el nombre de DONES nos referiremos específicamente a los que enumera Isaías 11,2 y el Catecismo de la Iglesia en el numeral 1831. La tradición y la teología se refieren siempre a SIETE dones que recibimos todos en el momento del bautismo. Los carismas los estudiaremos en un capítulo aparte y estableceremos la diferencia entre dones y carismas. Por hoy, entiéndase, cuando hablamos de DONES, tratamos sobre los SIETE que todos hemos recibido ya en el bautismo: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.
Definición
La vida moral de los cristianos está sostenida por los dones del Espíritu Santo. Estos son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir los impulsos del Espíritu Santo.
Los siete dones del Espíritu Santo son: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios. Pertenecen en plenitud a Cristo, Hijo de David (cfIs11, 1-2). Completan y llevan a su perfección las virtudes de quienes los reciben. Hacen a los fieles dóciles para obedecer con prontitud a las inspiraciones divinas (Catecismo de la Iglesia Católica 1830-1831).
Los dones del Espíritu Santo son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma para recibir y secundar las mociones del propio Espíritu Santo al modo divino o sobrehumano (Royo Marín, Fr. Antonio, Teología de la Perfección Cristiana).
Los dones que recibimos en el bautismo, nos auxilian y disponen para seguir los impulsos del Espíritu Santo y actúan en nosotros cuando estamos en estado de gracia, sin pecado mortal. Pero éstos operan solo por la acción del mismo Espíritu Santo; el hombre por sí solo no puede ponerlos en acción, si no es porque el Espíritu Santo interviene. Lo único que podemos hacer es disponernos para la divina moción, que el Espíritu Santo opere, quitando los obstáculos, permaneciendo fiel a la gracia (sin pecado mortal), pidiendo humildemente en oración al Espíritu Santo para que sus dones operen en nosotros, etc. Y cuando los dones actúen, debemos dejarlos operar libremente. Sin la acción misma del Espíritu Santo, los dones permanecerían en estado ocioso en nosotros.
Antes de comenzar a estudiar cada uno de los dones es necesario recordar que éstos vienen a perfeccionar las virtudes a las que están asociados. Cada don perfecciona en nosotros a una o más virtudes, por ejemplo el de sabiduría perfecciona la virtud de la caridad. Esto sucede porque las virtudes por sí solas no nos pueden llevar a la perfección, dado que operan solo en el modo humano, tienen la limitante de nuestra capacidad humana. Requieren de un impulso divino para ser perfectas y ahí es donde los dones surgen como una intuición, un fogonazo, una luz divina que, prescindiendo de nuestra capacidad intelectual humana, soluciona todo al modo de Dios.
Las virtudes son como una forma de participar de la vida de Dios al modo humano. Los dones del Espíritu Santo son una participación de la vida de Cristo al modo divino. Monseñor José Ignacio Munilla pone un ejemplo gráfico para explicar esta diferencia: las virtudes son a los dones lo que los remos son a la vela. No es lo mismo mover una barca con remos que hacerlo con una vela; moverla remando que usando la fuerza del viento para que la vela impulse impetuosamente a la barca. Participar de la vida en Cristo al modo humano tiene muchas limitantes que se vencen con el auxilio de los dones. En las virtudes asiste la gracia, pero al modo humano. Actúa la gracia pero con la participación de las capacidades humanas. Por ejemplo la virtud de la fe requiere un esfuerzo humano, pero cuando Dios da el don de entendimiento, el Espíritu Santo sopla y se hace más sencillo creer. El hombre recibe prontamente la inspiración divina.
Aunque la causa eficiente, en cuanto hábitos, es Dios tanto para la virtud como para el don, las virtudes tienen como causa motora a la razón ilustrada por la fe, mientras que los dones actúan mediante la acción inmediata del Espíritu Santo. Los dones nos hacen pensar, sentir y querer como Dios. Por eso, las virtudes las podemos usar cuando nosotros queramos (presupuesta la gracia actual, que a nadie se le niega); mientras que los dones solo actúan cuando el Espíritu Santo quiere moverlos.
Es un tanto complicado decir que se puede establecer la frontera entre el don y la virtud. Lo cierto es que el don es necesario para llevar a la perfección a la virtud.
Veamos ahora cada uno de los dones en relación a la virtud que perfeccionan, a ver si logramos comprender mejor esta diferencia.
Los siete dones del Espíritu Santo
Los siete dones actúan solo por la intervención directa del Espíritu Santo. Esto hay que tomarlo bien en cuenta para cada uno de los dones. Sin la ayuda del Espíritu Santo, los dones permanecerían ociosos, pues el hombre es incapaz de ponerlos en acción por sí solo. El hombre no puede hacer más que, con la ayuda de la gracia, disponerse a la acción del Espíritu Santo, quitando todo obstáculo (como el del pecado) y orando humildemente para pedir esa actuación santificadora.
1. Don de Sabiduría
1.1. Definición
El Don de Sabiduría es el encargado de llevar a su última perfección la virtud de la caridad. Siendo la caridad la más excelente y perfecta de todas las virtudes, entonces el don de Sabiduría es el más excelente y perfecto de los dones.
El don de sabiduría es un hábito sobrenatural por el cual juzgamos rectamente de Dios y de las cosas divinas bajo el instinto especial del Espíritu Santo, que nos las hace saborear.Saboreando y experimentando a Dios, entonces podemos juzgar de las cosas por Dios creadas desde el punto de vista de Dios. Santo Tomás decía que el que conoce y saborea a Dios, está capacitado para juzgar todas las cosas por sus propias razones divinas. Llegamos, por este don, a ver la mano de Dios en todo acontecimiento y en todo lo creado.
Con el don de sabiduría llegamos a experimentar y saborear lo que por la fe creemos. La fe se limita a creer y el don de sabiduría experimenta y saborea lo que la fe cree. Las personas que lo experimentan comprenden la expresión del salmo "Gustad y ved qué bueno es el Señor" (Sal 33,9). Por eso hay almas que, mediante la contemplación, llegan a éxtasis que les lleva a saborear lo divino como si estuvieran en el cielo.
El conocimiento que nos proporciona este don, es incomparablemente superior a cualquier otro conocimiento, incluso el que nos aporta le Teología. Por eso nos encontramos con muchas personas muy sencillas que, sin estudios teológicos, nos sorprenden por sus conocimientos profundos de las cosas divinas.
El don de sabiduría, entonces, es aquel que ilumina nuestro conocimiento que tenemos de Dios nos permite ver las cosas creadas con los ojos de Dios.
1.2. Necesidad del don de Sabiduría
El don de sabiduría es absolutamente necesario para que la caridad se desarrolle en toda su plenitud y perfección. Sin la intervención del don, la virtud se queda sin comprometerse mucho, actuando con prudencia y mezquindad.
1.3. Efectos
Personas como los grandes santos, que se dejan guiar dócilmente por el don de sabiduría, ven todo desde las alturas, desde el punto de vista de Dios, a tal grado que ven a Dios obrando tanto en los acontecimientos sencillos como en los grandes. En todo ven clarísima la mano de Dios, incluso en un insulto, una bofetada, una humillación o una calumnia que se hace contra ellos, de inmediato se remontan a Dios que lo quiere o permite para ejercitarse en la virtud de la paciencia y humildad. Cualquiera puede pensar en la maldad del hombre ante una ofensa, incluso buscar la venganza, pero un santo se remonta a Dios y juzga todo desde las alturas. No llaman desgracia a lo que comúnmente llamamos todos, como la muerte, un desastre natural, persecución, enfermedad y otras, contrariedades, sino a aquello que realmente representa para ellos una desgracia, tal como la tibieza espiritual, el pecado, alejarse de Dios. Llegan a una madurez espiritual tal que cuando ven un diamante o una joya preciosa, simplemente ven un cristal que brilla más que los demás, pero que no amerita mayor atención y ser considerado como una gran riqueza o una joya, pues comprenden que no hay otro tesoro más valioso que Dios y las cosas que nos llevan a Él. De modo que siempre que ven algo o van a adquirir algo, se preguntan primero cuánto va a servir aquel bien para obtener la eternidad.
Por ejemplo sor Isabel de la Trinidad, llegó a un grado de perfección con el don de sabiduría, que todo lo contemplaba desde las alturas, desde Dios, y por eso cualquier ofensa, pruebas o sufrimientos, nunca le quitaban la paz de su alma; todo resbalaba sobre ella.
Otro efecto de este don es que lleva hasta el heroísmo la virtud de la caridad, de tal manera que las almas trabajadas por el don de sabiduría, mueren a su propio yo y aman a Dios con un amor purísimo y anhelan tanto el cielo, porque desean ardientemente estar con Dios para amarlo con mayor intensidad. Solo por este don se pueden entender los actos de hombres y mujeres como Santa Teresa de Calcuta y su labor con los leprosos, porque ven a Cristo en los pobres, en los que sufren, y corren a ayudarle con el alma llena de amor.
El don de Sabiduría produce en nosotros los frutos de la caridad, el gozo espiritual y la paz.
1.4 Medios para fomentar este don
Para todos los dones hay medios generales por los que podemos fomentarlos: recogimiento, vida de oración, fidelidad a la gracia, invocar al Espíritu Santo con frecuencia y con profunda humildad, vida sacramental, etc. Pero para el caso del don de sabiduría, debemos hacer uso de algunos medios como:
Esforzarnos por ver todas las cosas desde el punto de vista de Dios. Ver siempre la mano de Dios en todos los acontecimientos prósperos o adversos, en la salud y en la enfermedad, en la alegría y la tristeza; en todo, absolutamente todo, debemos buscar la mano de Dios y saber que suceden para algo, pues todas las cosas suceden para bien de los que aman a Dios (Cf. Rm 8,28)
No aficionarse demasiado a las cosas de este mundo aunque sean buenas y honestas. Es cierto que la ciencia, el arte, la cultura humana y el progreso en general son de suyo buenas siempre que se encauzan y ordenan rectamente; pero si nos entregamos a estas cosas con demasiado afán y ardor, con seguridad que nos perjudicarán acostumbrándonos al gusto por las criaturas y no por el creador.
No apegarnos a los consuelos espirituales, sino pasar a Dios a través de ellos. A veces Dios nos da algunos estímulos para que lo busquemos con más ardor: podemos sentir algo muy especial en una oración, un retiro espiritual o durante la Santa Misa, pero no debemos apegarnos a ellos, porque cuando venga la prueba no nos va a gustar y todo se nos puede venir abajo. Debemos acostumbrarnos a servir y amar a Dios tanto en la oscuridad como en la luz, en la sequedad como en los consuelos, en la aridez como en los deleites espirituales. Debemos buscar directamente al Dios de los consuelos y no los consuelos de Dios.
2. Don de Entendimiento (Inteligencia)
2.1. Definición
El don de entendimiento o Inteligencia es una gracia especial del Espíritu Santo que nos permite comprender la Palabra de Dios y todas las verdades reveladas. Por la acción iluminadora del Espíritu Santo, la inteligencia del hombre se hace apta para profundizar las verdades reveladas. Es como un fogonazo que nos ilumina para comprender al instante una verdad revelada. Tomamos la Sagrada Escritura, la leemos y no comprendemos algún pasaje; pero, de repente, una luz penetrante del Espíritu Santo nos hace comprender de inmediato aquello inaccesible para nuestra capacidad humana, como les sucedió a los discípulos de Emaús, cuando se les abrieron los ojos y reconocieron a Jesús.
La palabra "inteligencia" deriva del latín intus legere, que significa "leer dentro", penetrar, comprender a fondo. Mediante este don el Espíritu Santo, que "escruta las profundidades de Dios" (1 Cor 2,10), comunica al creyente una chispa de capacidad penetrante que le abre el corazón a la gozosa percepción del designio amoroso de Dios. Se renueva entonces la experiencia de los discípulos de Emaús, los cuales, tras haber reconocido al Resucitado en la fracción del pan, se decían uno a otro: "¿No ardía nuestro corazón mientras hablaba con nosotros en el camino, explicándonos las Escrituras?" (Lc 24:32)
La virtud de la fe proporciona al entendimiento el conocimiento de las verdades sobrenaturales de una manera imperfecta, al modo humano; mientras que el Don de Entendimiento nos lleva a conocer las verdades reveladas al modo divino, en una intuición sencilla, rápida y luminosa, pero sin emitir juicio sobre ellas (un plan de simple aprehensión). Caso contrario sucede con el don de ciencia, al que le compete juzgar rectamente de las cosas creadas; al de sabiduría, que juzga rectamente de las cosas divinas, y si se trata de la aplicación a los casos concretos y singulares, corresponde al don de consejo.
2.2. Necesidad del don de Entendimiento
Las verdades de la fe no pueden ser captadas en toda su limpieza y perfección por la sola virtud de la fe, al modo humano. Se requiere el golpe de vista intuitivo y penetrante del don de entendimiento, que nos hace aptos por la iluminación del Espíritu Santo, para comprender las verdades de la fe.
1.3. Efectos
A las almas que dejan perfeccionar su fe por el don de Entendimiento, el Espíritu Santo les proporciona un increíble grado de intensidad y certeza, les manifiesta las verdades reveladas con tal claridad, que, sin descubrirles del todo el misterio, les da una seguridad inquebrantable de la verdad de nuestra fe, quitando toda duda sobre la fe, a tal grado estarían dispuestas a creer lo contrario de lo que ven con sus propios ojos antes que dudar en lo más mínimo de alguna de las verdades de la fe.
Este don nos permite descubrir la divinidad presente en la Eucaristía, sin ninguna duda. Por eso hay personas que ante el Santísimo se vuelven contemplativas, sin hablar, sin decir nada, solo contemplar porque se ven envueltas por esa divina presencia que les da paz y tranquilidad. «Le miro y me mira», como dijo al santo Cura de Ars aquel sencillo campesino poseído por el divino Espíritu.
Otro efecto es que nos abre el sentido oculto de las Sagradas Escrituras. Fue lo que les ocurrió a los discípulos de Emaús cuando «les abrió la inteligencia para que entendiesen las Escrituras» (Le 24,45), y es lo que les sucede a los místicos han experimentado este fenómeno, quienes, sin estudios ni otro tipo de ayuda humana, el Espíritu Santo les descubre de pronto el sentido profundo de algún pasaje de las Sagradas Escrituras. Por eso se les caen de las manos los libros escritos por los hombres y deciden mejor escuchar solo las palabras que brotan del Verbo Encarnado.
No se rompen jamás del todo en esta vida los velos del misterio, como decía San Pablo: «ahora vemos como en un espejo y oscuramente» (1 Cor 13,12), pero nos da una seguridad inquebrantable de las verdades de la fe.
Del don de Entendimiento se producen los frutos del gozo espiritual y la certeza inquebrantable de la fe.
1.4 Medios para fomentar este don
Avivar la fe con la ayuda de la gracia ordinaria. Debemos poner de nuestra parte para incrementar la fe, con el esfuerzo humano. No podemos cruzarnos de brazos y dejar que todo lo haga el Espíritu Santo por medio del don de Entendimiento. Al ver nuestro esfuerzo, Dios nos dará sus gracias, si nos disponemos bien a recibirlas.
Pureza de alma y estado de gracia. Definitivamente con la impureza del pecado no podremos dejar que el Espíritu Santo obre en nosotros con su don de Entendimiento. Las verdades de la fe se hacen accesibles a los limpios de corazón.
Recogimiento interior. En medio del bullicio y la distracción, jamás lograremos escuchar la voz de Dios, que habla a nuestro interior en el recogimiento y la soledad: «Las llevaré a la soledad y le hablaré al corazón» (Os 2,14).
Invocar al Espíritu Santo. El mismo Espíritu que inspiró las Sagradas Escrituras puede explicárnoslas, pero hay que invocarlo para que actúe en nuestro entendimiento. Por eso cada vez que leemos la Biblia, primero debemos invocar al Espíritu Santo.
3. Don de Consejo
3.1. Definición
Por medio de este don, El Espíritu Santo nos ilumina la conciencia ante las diversas circunstancias de la vida diaria, para que descubramos con prontitud y seguridad sobrehumana lo que es la voluntad de Dios. Nos sugiere lo que es lícito y conviene al alma.
Este don enriquece y perfecciona la virtud de la prudencia y guía al alma desde dentro, iluminándola sobre lo que debe hacer, especialmente cuando se trata de opciones importantes como la elección de su cónyuge o la vocación misma al sacerdocio o vida consagrada. Actúa como un soplo en la conciencia sugiriéndole lo que le conviene y es bueno a los ojos de Dios. Viene en nuestro auxilio para ver lo mejor, qué es lo que hay que hacer ante las situaciones que se nos presentan a diario, muchas veces complicadas para tomar la mejor decisión.
3.2. Necesidad del don de Consejo
Es indispensable la intervención del don de consejo para perfeccionar la virtud de la prudencia, sobre todo en ciertos casos repentinos, imprevistos y difíciles de resolver, que requieren, sin embargo, una solución ultrarrápida, puesto que el pecado o el heroísmo es cuestión de un instante. Estos casos no pueden resolverse con el trabajo lento y laborioso de la virtud de la prudencia, se requiere la intervención del don de consejo, que nos dará la solución instantánea, inmediata. Una luz, un chispazo y la mejor solución o decisión surge, producto de la acción del Espíritu Santo por el don de consejo. Hay casos en los que hay que combinar la sencillez de la serpiente con la prudencia de la paloma; hay casos en los que tenemos que ser suaves, pero no flojos; guardar un secreto, pero no faltar a la verdad, y ahí es donde la sola virtud de la prudencia muchas veces se queda corta y se requiere la intervención del don de consejo, que nos saque de apuros de inmediato, sin titubeos, como en el caso del juicio de Salomón o la respuesta de Jesús para confundir a quienes le preguntaron si había que pagar el impuesto al César.
3.3. Efectos
a. Nos preserva del peligo de una falsa conciencia. Cuando se tienen ciertos conocimientos, corremos el riesgo de querer adaptar los principios morales y religiosos a nuestra conveniencia. Es más, hay personas que buscan un "consejo" de un guía espiritual, pero, en realidad, lo que andan buscando es alguien que les apruebe lo que ya tienen pensado hacer en ciertas situaciones sobre las que buscan ayuda. Y cuando consultan a un sacerdote y éste les da una respuesta diferente a la que buscan, entonces van a un segundo o un tercero, hasta encontrar a alguien que les diga lo que esperan escuchar, como para justificar o tranquilizar falsamente su conciencia.
Al ignorante le es más difícil, pero el técnico y entendido encuentra facilmente un «título colorado» para justificar lo injustificable. Con razón decía San Agustín que «lo que queremos, es bueno; y lo que nos gusta, santo». Sólo la intervención del don de consejo, que, superando las luces de la razón natural, entenebrecida por el capricho o la pasión, dicta lo que hay que hacer con una seguridad y fuerza inapelables, puede preservarnos de este gravísimo error de confundir la luz con las tinieblas
b. Nos resuelve, con infalible seguridad y acierto, multitud de situaciones difíciles e imprevistas. Podríamos encontrarnos ante situaciones que requieren una decisión inmediata, pero tan difíciles que requieren horas de estudio para acertar en una resolución adecuada, sin embargo, la respuesta debe ser inmediata, porque, por ejemplo, de una resolución acertada o equivocada podría depender la salvación de un alma, como en el caso de un sacerdote administradon los últimos sacramentos a un moribundo. En estos casos, las almas en gracia y dóciles a la acción del Espíritu Santo, reciben de pronto la inspiración del don de consejo, que las resuelve en el acto aquella situación delicadísima con una seguridad y firmeza verdaderamente admirables. es el caso del Santo cura de Ars, quien con escasos conocimientos teológicos, podía resolver en el confesionario casos difíciles de moral, que dejaban sorprendidos a los teólogos más eminentes.
3.4 Medios para fomentar este don
4. Don de Fortaleza
4.1 Definición
4.2 Necesidad del don de Fortaleza
4.3 Efectos
4.4 Medios para fomentar este don
5. Don de Ciencia
5.1 Definición
Es un hábito sobrenatural infundido con la gracia por el cual la inteligencia del hombre, bajo la acción iluminadora del Espíritu Santo, juzga rectamente de las cosas creadas en relación a Dios, su creador.
Por este don, el hombre es capaz, al modo divino, de ver a todas las cosas creadas y relacionarlas con Dios.
El don de ciencia perfecciona la virtud de la fe y nos lleva a estimar rectamente la presente vida temporal en orden a la vida eterna. Es un conocimiento diferente al adquirido por la ciencia filosófica o teológica, por las cuales deducimos las cosas a partir del razonamiento natural. El don de ciencia nos da un conocimiento sobrenatural procedente de una ilustración especial del Espíritu Santo, que nos descubre y hace apreciar rectamente la relación de las cosas creadas con Dios, su creador. Por el don de ciencia, el hombre no procede por la razón, sino que juzga rectamente de todo lo creado por un impulso superior y una luz más alta que la simple razón iluminada por la fe.
El don de Ciencia, junto con el de entendimiento y sabiduría, se parecen, en tanto que los tres inciden en la razón, en cuanto que nos dan conocimiento; pero hay una gran diferencia entre los tres. Por el don de entendimiento captamos y penetramos las verdades reveladas (por ejemplo al leer la Biblia) por una profunda intuición sobrenatural, pero sin emitir juicio sobre ellas. Por el don de ciencia, por impulso especial del Espíritu Santo juzgamos rectamente de las cosas creadas en relación a su creador. El don de sabiduría juzga rectamente de las cosas divinas, no de las creadas. O sea, el don de ciencia juzga lo creado, el don de sabiduría juzga las cosas divinas. Ambos tienen algo en común: los dos nos hacen conocer a Dios y a las criaturas. Pero cuando conocemos a Dios por las criaturas, estamos hablando del don de ciencia; cuando se juzga de las criaturas por el gusto y conocimiento que se tiene de Dios, entonces nos referimos al don de sabiduría. La ciencia nos lleva a conocer a Dios por las criaturas. La sabiduría nos lleva a conocer sobre las criaturas por el conocimiento que tenemos de Dios.
El don de ciencia nos lleva a juzgar cómo las cosas creadas nos pueden llevar al conocimiento de Dios y acercarnos a Él, pero también nos advierte de cómo las criaturas nos pueden apartar de Dios. Da al hombre el recto juzgar en ambos sentidos. Las cosas creadas nos pueden acercar a Dios: un sacerdote, un padre de familia, una persona que nos da un buen consejo. También podemos tener una bonita experiencia al contemplar la naturaleza y admirar a Dios por las maravillas de su creación, según aquello de San Pablo: "Lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las criaturas" (Rom. 1,20). Por eso San Francisco tenía un profundo respeto por la naturaleza y llamaba "hermanos" a los seres creados. Pero también las criaturas nos pueden alejar de Dios: una mala compañía, un inconverso en la familia que se opone a la perseverancia en la Iglesia, el alcohol, la droga, la televisión, etc. El don de ciencia nos ayuda a usar bien de lo creado y saber lo que nos aleja o nos acerca a Dios.
Por este don juzgamos rectamente sobre el uso de las criaturas, su valor, utilidad o peligro en orden a la vida eterna.
5.2. Efectos
Nos enseña a juzgar rectamente de las cosas creadas en relación a Dios. Es lo propio de este don. Nos ayuda a descubrir la huella de Dios en la creación. Por lo creado nos lleva al creador. Pero también nos hace ver el vacío de las criaturas, de su nada; por eso grandes santos como Santo Domingo, llegaron a sentir dolor por la suerte de los pobres pecadores. Nos hace sentir dolor por una persona que fallece en pecado mortal, al saber que, lo más probable, es que su alma se pierda en el infierno.
Nos guía certeramente acerca de lo que debemos creer y no creer. Las almas en las que el don de ciencia actúa intensamente, tienen instintivamente el sentido de la fe. Sin haber estudiado teología ni otras ciencias religiosas, se dan cuenta en el acto si una devoción, una doctrina, un consejo o una máxima cualquiera están de acuerdo o en oposición a la fe. Aunque no sepan las razones, lo entienden perfectamente.
Nos inspira el modo más acertado de conducirnos con el prójimo en orden a la vida eterna. Por este don, un predicador conoce lo que debe decir a sus oyentes, y cómo debe exhortarles para llevarles a la conversión. Una persona que dirige a un grupo de oración o una comunidad conoce el estado de las almas que dirige, sus necesidades espirituales, los obstáculos que se oponen a su perfección, lo que Dios obra en ellas y lo que deben hacer de su parte para colaborar con Dios y cumplir sus designios. Un padre de familia, por este don, es capaz de saber cómo conducir su hogar para llevarlo a Dios.
Nos desprende de las cosas de la tierra. Nos lleva a comprender que todas las criaturas son como si no fueran delante de Dios. El alma pasa por las criaturas sin verlas para no detenerse sino en Cristo. Este don nos hace quitar nuestra mirada en el dinero para ponerla en Dios. Nos hace despreocuparnos tanto por lo material, porque todo es nada comparado con Dios (El oro solo es un mineral que brilla). Llegamos a comprender de las cosas creadas: su fragilidad, su vanidad, su escasa duración su impotencia para hacernos felices y el daño que el apego a ellas puede acarrearle al alma.
Nos enseña a usar debidamente de las criaturas, haciendo de ellas peldaños para subir hasta Dios. Este efecto es complementario del anterior: de las cosas creadas no solo debemos desprendernos, sino usarlas como escalas para llegar a Dios. La creación nos conduce a Dios, de Él nos hablan y a Él nos llevan cuando las usamos correctamente. Por el don de la ciencia, lejos e encontrar obstáculos en las criaturas para acercarnos a Dios, las usamos como palancas y así nos ayudan para hacerlo con más facilidad.
5.3 Medios para fomentar este don
Considerar la Vanidad de las cosas creadas. Constantemente meditar en lo poco que valen las cosas creadas en relación a su creación. Vanidad de vanidades.
Acostumbrarse a relacionar con Dios todas las cosas creadas. No descansar en las criaturas, sino pasar a través de ellas hasta Dios. Esforzarnos por ver en todas las cosas la huella de Dios.
Oponerse enérgicamente al Espíritu del mundo. El mundo nos ofrece la felicidad en las criaturas. Hay que huir de las reuniones mundanas. No asistamos a espectáculos saturados o influenciados por ambientes malsanos del mundo, donde se hablan y afirman cosas contrarias al Espíritu de Dios.
6. Don de Piedad
Comencemos aclarando que este don viene a perfeccionar la virtud de la religión, por lo que debemos hacernos una idea sobre esta virtud.
La Virtud de la Religión es una virtud moral que inclina la voluntad del hombre a dar a Dios el culto debido como primer principio de todas las cosas. Es darle a Dios el culto que se merece por ser nuestro Creador. La religión da culto a Dios como a Señor y Creador, pero el don de piedad se lo ofrece como a Padre, y en éste sentido es aún más precioso que la virtud de la religión (II-II,121, 1 ad2m). La virtud de la religión venera a Dios como Creador, o sea como primer Principio de todo cuanto existe, conocido por las luces de la razón y de la fe, mientras que el don de piedad le considera más bien como Padre, que nos ha engendrado a la vida sobrenatural, dándonos con la gracia santi ficante una participación física y formal de su propia naturaleza divina.
6.1 Definición
Cuando hablamos del don de la Piedad tendemos a confundirlo o hacernos ideas diferentes sobre el mismo. Así decimos, por ejemplo, que una persona es piadosa cuando pasa solo orando, en la Iglesia, ante el Santísimo. En parte lo es, porque este don despierta ese deseo de hablar con Dios por ser nuestro padre. Pero este don va más allá de nuestra relación con Dios, nos traslada también a ver al prójimo como nuestro hermano.
El don de Piedad es un hábito sobrenatural que despierta en nosotros, por instinto del Espíritu Santo, un afecto filial hacia Dios considerado como Padre y un sentimiento de fraternidad universal para con todos los hombres en cuanto hermanos nuestros e hijos del mismo Padre, que está en los cielos.
Indica nuestra pertenencia a Dios y nuestro vínculo profundo con Él. Nos lleva a ver a Dios como Padre y amarle como tal; pero también a ver a todos los seres humanos como hermanos nuestros y amarles fratermalmente, porque también ellos son hijos del mismo Dios, y por lo tanto, hermanos nuestros, todos por igual. Nos hace darle reverencia a Dios con devoción y filial afecto, y extiende ese reverencial amor no sólo a padres y superiores, sino también a los hermanos e iguales, e incluso a los inferiores, a todas las hermanas criaturas. Santo Tomás dice que así como por la virtud de la piedad ofrece el hombre culto y veneración, no sólo al padre carnal, sino también a todos los consanguíneos (parientes), en cuanto pertenecen al padre, así el don de piedad no se limita al culto y veneración de Dios, sino que lo extiende también a todos los hombres, en cuanto pertenecen a Dios (Cf 121,1 ad 3).
En resumen, nos hace ver a Dios como Padre, a nosotros mismos como hijos suyos, y a los hombres como hermanos:
«Todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús... No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús» (Gál 3, 26-28).
"Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios." (Rm 8, 15-16)
Aunque tendemos a llamar "hermanos" solo a aquellos a quienes podemos realmente considerar "hermanos en la fe" porque pertenecen a nuestra misma Iglesia y han recibido, como nosotros, el bautismo y por lo tanto, han pasado a ser hijos de Dios y hermanos nuestros, tambié los no bautizados, los no creyentes, son nuestros hermanos porque también ellos han sido creados por Dios. Los hermanos en la fe merecen especial afecto, eso sí, pero los no cristianos también merecen nuestro respeto.
6.2 Necesidad del don de Piedad
Este don es necesrio para para perfeccionar la virtud de la religión. Con el don de la piedad pasamos de darle culto a Dios como Crador (virtud de la religión), a brindárselo como Padre amorosísimo que nos ama con infinita ternura. Solo a través del don de la piedad podremos dar un servicio a Dios sin ningún esfuerzo, con exquisita perfección y delicadeza, porque se trata del servicio del Padre, no ya del Dios de terrible majestad. Oraremos sin esfuerzo y nos sacrificaremos con gusto. También sentiremos más fácil amar a los demás hombres, no por obligación, sino porque son nuestros hermanos, nuestra familia.
6.3 Efectos
Pone en el alma una ternura verdaderamente filial hacia nuestro Padre amorosísimo, que está en los cielos. Con esto dejan de ser una carga pesada los ejercicios de piedad, como la oración, el ayuno, ir a Misa, etc., y tórnanse en una verdadera necesidad del alma, y en un suspiro del corazón hacia Dios, porque no es cualquier cosa para nosotros, es nuestro "Padre". Por eso Santa Teresita lloraba de amor al pensar en lo bello y dulce que era llamar "Padre" a un Dios tan bueno.
Pone en el alma un filial abandono en los brazos del padre celestial. Por este don, el alma se abandona tranquila y confiada en brazos de su Padre celestial. Nada le preocupa ni le quita la paz. No pide nada ni rechaza nada en orden a su salud o enfermedad, vida corta o larga, consuelos o arideces, persecuciones o alabanzas, etc. Corre a Dios como un hijo hacia su padre.
Nos hace ver en el prójimo a un hijo de Dios y hermano en Jesucristo. Este don lleva a las almas a amar a todos los hombres con apasionante ternura, viendo en ellos a hemanos queridísimos en Cristo Jesús, a los que quisiera colmar de toda clase de bendiciones y gracias. Por eso San Pablo decía a los Filipenses (4,1): "Por tanto, hermanos míos queridos y añorados, mi gozo y mi corona, manteneos así firmes en el Señor, queridos". Un alma por este don es capaz de ver en todos a Cristo y hacer por ellos lo que por Cristo haría.
6.4 Medios para fomentar este don
Cultivar en nosotros el espíritu de hijos adoptivos de Dios. Meditar constantemente en ese gran misterio y esa dicha de poder llamar Dios "Padre", como lo hacía Santa Teresita.
Cultivar el espíritu de fraternidad universal con todos los hombres. Hay que hacer ejercicios frecuentes de fraternidad: cada vez que vemos a un ser humano, pensar que también es hijo de Dios, comenzando por los vecinos, compañeros de trabajo, de estudios. Mirarles con ojos de ternura porque son nuestros hermanos. Luego vemos a un hombre de otra raza, cualquiera, africano, asiático, americano, europe, de la que sea, y pensar que también son hijos de Dios y hermanos nuestros.
Cultivar el espíritu de total abandono en brazos de Dios. Hemos de convencernos plenamente de que, siendo Dios nuestro Padre, es imposible que nos suceda nada malo en todo cuanto quiere o permite que venga sobre nosotros. Cuentan la historia de un niño que iba en un cruzero, cuando, de repente, todos empezaron alarmados a buscar sus salvavidas. El niño jugaba en el piso y preguntó a uno de los pasajeros por qué la gente corría asustada. El pasajero contestó que el barco se estaba hundiendo y que había que buscar la forma de saltar del mismo para sobrevivir. El niño retomó sus juguetes y continuó jugando, por lo que el pasajero preguntó: "¿No te assuta? ¿No te preocupa? ¿No vas a correr por tu vida?". El niño respondió: "No, es que mi papa es el capitán de este barco, y si él sabe que yo voy a bordo, no permitirá que algo malo suceda".
7. Don de Temor de Dios
Este don se encarga de perfeccionar la virtud de la esperanza.
7.1 Definición
El don de Temor de Dios es un hábito sobrenatural por el que el cristiano, movido por el Espíritu Santo, teme sobre todas las cosas ofender a Dios, separarse de Él, aunque sólo sea un poco, y desea someterse absolutamente a la voluntad divina. Dios es a un tiempo Amor absoluto y Señor total; debe, pues, ser al mismo tiempo amado y reverenciado.
Santo Tomás, cuando habla de este "temor de Dios" se pregunta "¿Es posible que Dios sea temido?". Y contesta diciendo que Dios en sí mismo, como suprema e infinita Bondad, no puede ser objeno de temor, sino de amor. Pero en cuanto que que en castigo de nuestras culpas, puede causarnos un mal, debe ser temido.
Antes de asustarse por esta aclaración de Santo Tomás, debemos entender que hay diferentes tipos de temor y que, Dios es infinitamente misericordioso, pero también es infinitamente justo. El Papa Francisco decía hace algún tiempo que en Dios todas las virtudes se elevan al infinito. Dios es infinitamente misericordioso y por eso tenemos la esperanza de conseguir nuestra salvación, apelando a esa misericordia. Pero también es infinitamente justo y dará el premio justo a quien practique el bien (el cielo), pero también recibirá su debido premio (causarle un mal, el infierno) aquel que practique el mal, en oposición al mandado divino. Al final de los tiempos o en el juicio particular, habrá justicia para todos de acuerdo a nuestras obras. En ese sentido, el cristiando sabe perfectamente que con Dios no se juega y debe rendírsele la reverencia debida.
La misericordia de Dios exita en nosotros la esperanza; pero la justicia exita el temor. Así Dios es objeto de esperanza y de temor. ¿Qué tipo de temor? Veamos:
Hay cierto temor mundano que busca evitar a toda costa un mal en este mundo, de tal menera que es capaz de renunciar a Dios por evitar un mal. Si tuviera que sufrir un castigo por ser cristiano, renuncia a ser cristiano para evitar dicho castigo. Este temor es siempre malo, no puede provenir del Espíritu Santo. También existe el temor servil que impulsa a servir a Dios y a cumplir su divina voluntad para evitar el castigo al portarse mal. Por evitar los castigos temporales o el infierno. Pero existe un temor filial, que sí procede del Espiritu Santo. Es el que nos impulsa a servir a Dios y cumplir su divina voluntad, evitando el pecado solo por ser una ofensa a Dios y por el temor de ser separado de Él. Huye del pecado sin tener para nada en cuenta la pena que implica caer en pecado, sino por no ofender a Dios y ser separado de Él.