Virgen Santísima! ruega por estas intenciones y por todos nosotros
ante Tu Hijo amado "En tu poder y en tu bondad fundo mi vida, en ellos espero confiando como niño. Madre Admirable, en ti en tu Hijo en toda circunstancia creo y confío ciegamente. Amén.
La oración es la práctica de la presencia de Dios. Es el lugar donde se abandona el orgullo, la esperanza se levanta, y ruego que se haga. La oración es el lugar de admitir nuestra necesidad, de adoptar humildad, y afirmando la dependencia de Dios. La oración es la práctica necesaria del cristiano. La oración es el ejercicio de la fe y la esperanza. La oración es el privilegio de tocar el corazón del Padre a través de Su Hijo, Jesucristo nuestro Señor.
Acérquense a Dios, y él se acercará a ustedes. Santiago 4:8
No se preocupen por nada. Que sus peticiones sean conocidas delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias, Y que la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guarde sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús. Filipenses 4:6-7
Padre, en tu misericordia, escucha nuestras oraciones. Amén
“¡Dios te Salve, María!… El Evangelio ya nos anuncia tu nombre, expresión de un sentido maravilloso para los creyentes pues Tu María eres la abogada de las causas difíciles, la mujer que siente en su corazón las necesidades de sus hijos, estás repleta de solicitud maternal, eres benigna entre todas las mujeres, eres la intercesora ante el Padre, ejemplificas la misión que Dios nos encomienda desde el día de nuestro nacimiento, eres el sostén que nos permite seguir en el peregrinaje de la vida, eres la luz que ilumina el camino…
“¡Dios te Salve, María!…” La mujer del Sí que nos convierte en mejores personas, la Madre que Dios nos entrega como Madre nuestra, la
mujer bondadosa que acoges en tu seno maternal las aspiraciones de los hombres, la Estrella del Mar -como te conocemos en la tradición de Occidente- que surges inmaculada en la oscura turbulencia
de las tormentas de nuestras experiencias dolorosas.
“¡Dios te Salve, María!…” ¡Qué nombre tan hermoso, tan dulce, tan sereno, tan suave, tan tierno el tuyo, Señora! ¡Cuán abundantes y
bellos son los frutos que nos envías en nuestras peticiones, Madre! ¡Tu eres la Madre del amor hermoso, de la santa paciencia, de la esperanza cristiana, de la gracia que se hace camino, del amor
fiel, de la vida, de la humildad sencilla, de la serenidad confiada…!
“¡Dios te Salve, María!…” Tu nos haces entender que nuestra vida, como la tuya, va asociada a la redención de Cristo. Que nuestro
camino es la Cruz de cada día. Que hemos de aprender a caminar con nuestros dolores, nuestros pesares y nuestros sufrimientos. Tu nombre va también asociado a la tristeza de aquellos que van por
el mal camino, de los condenados, de los que caemos siempre en la misma piedra… pero siguiéndote a Ti, Señora, es posible no desviarse del camino, ni perderse entre las tentaciones mundanas de
esta vida.
“¡Dios te Salve, María!…” Señora, de la oración y la plegaria. Intercesora ante el Padre. Sabemos que rogándote a Ti, nos llega la
fortaleza y se elevan nuestras súplicas.
“¡Dios te Salve, María!…” Tu nombre es ejemplo de luminosa transparencia. Tu alma está limpia del pecado y no hace más que irradiar
pureza porque gozaste de la voluntad del Padre. Eres santa Virgen de las vírgenes, Madre purísima y castísima, virtudes a las que nos llamas a todos para perfumar nuestra alma con la fragancia de
tu dulzura.
¡Quiero seguir tu ejemplo y unirme totalmente a tu Hijo, Jesucristo! ¡Intercede por mí, Señora, por los míos, por los que me encuentro por el camino y, sobre todo, por todos aquellos que no conocen a tu Hijo y en su encuentro glorioso encontrarán la felicidad cristiana! ¡Que aprenda a pronunciar un Sí decidido en mi vida!