Enséñanos San José:
- Cómo se es "no protagonista";
- Cómo se avanza sin pisotear;
- Cómo se colabora, sin imponerse;
- Cómo se ama, sin reclamar.
Dínos, San José:
- Cómo se vive siendo "número dos";
- Como se hacen cosas fenomenales desde un segundo puesto.
Explícanos, San José:
- Cómo se es grande, sin exhibirse;
- Cómo se lucha, sin aplausos;
- Cómo se avanza, sin publicidad;
- Cómo se persevera y se muere, sin esperar un homenaje. Amén.
Señora y Madre mía, por la conversión y por el perdón de los pecadores; para desagraviar y glorificar tu Inmaculado Corazón, y para que pronto veáis cumplido tu deseo de que todos los pueblos de la tierra se consagren a él, he aquí que yo me entrego por completo a Ti, Virgen Santísima, y te ruego que te dignes aceptar mi inteligencia y mis facultades, mis pensamientos y mis deseos, mis palabras y mis obras, mi cuerpo y mi alma, en una palabra: todo mi ser, pues a tu Inmaculado Corazón consagro todo lo que soy, todo lo que tengo, y con ello me consagro yo mismo para siempre, Madre mía
¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y caigo en la cuenta de que, también esto, me lo enseñaste Tú viviendo, obediente al Padre, durante
treinta años en la casa de Nazaret esperando la gran misión.
¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y en la carpintería de José, tu custodio y el mío, aprendo a trabajar, a obedecer, para lijar las
asperezas de mi vida y preparar una obra de arte para Ti.
¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y sé que no estoy solo porque María, como cada madre, está ahí detrás haciendo las tareas de casa y
preparando la comida para nosotros, todos familia de Dios.
¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y responsablemente lo hago por mi bien, por la salud de mi ciudad, de mis seres queridos, y por el bien
de mi hermano, el que Tú has puesto a mi lado pidiéndome que vele por él en el jardín de la vida.
¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y, en el silencio de Nazaret, trato de orar, de leer, de estudiar, de meditar, y ser útil con pequeños
trabajos para hacer más bella y acogedora nuestra casa.
¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y por la mañana Te doy gracias por el nuevo día que me concedes, tratando de no estropearlo, de acogerlo
con asombro como un regalo y una sorpresa de Pascua.
¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y a mediodía recibiré de nuevo el saludo del Ángel, me haré siervo por amor, en comunión Contigo que te
hiciste carne para habitar en medio de nosotros; y, cansado por el viaje, Te encontraré sediento junto al pozo de Jacob, y ávido de amor sobre la Cruz.
¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y si al atardecer me atenaza un poco de melancolía, te invocaré como los discípulos de Emaús: "Quédate
con nosotros, porque atardece y el día va de caída".
¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y en la noche, en comunión orante con tantos enfermos y personas solas, esperaré la aurora para volver a
cantar tu misericordia y decir a todos que, en las tempestades, Tú eres mi refugio.
¡Yo me quedo en casa, Señor!
Y no me siento solo ni abandonado, porque Tú me dijiste: Yo estoy con vosotros todos los
días.
Sí, y sobre todo en estos días de desamparo, Señor, en los que, si mi presencia no es necesaria,
alcanzaré a todos con las únicas alas de la plegaria. Amén.
¡Oh alto y glorioso Dios! ilumina las tinieblas de mi corazón. y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta, sentido y conocimiento, Señor, para que cumpla tu santo y veraz mandamiento.
Te bendecimos, Corazón de Jesús, te glorificamos unidos a la alabanza perenne del cielo, te damos gracias con todos los ángeles y santos, te amamos junto con Santa María del Carmelo y San José, su esposo. Te ofrecemos nuestros corazón. Dígnate acogerlo, llenarlo de tu amor y hacerlo contigo ofrenda agradable al Padre. Inflámanos con tu Espíritu Santo para que podamos alabar dignamente tu nombre y anunciar tu salvación a las gentes. En un prodigio de amor, nos has redimido con tu sangre preciosa. Corazón de Jesús, nos confiamos a tu perenne misericordia. En ti nuestra esperanza: no seamos confundidos para siempre.
Señor Jesús, acoge la ofrenda de nosotros mismos y preséntanos al Padre en unión a tu oblación de amor, en reparación de nuestros pecados y de los de todo el mundo, y por las benditas ánimas del purgatorio. Concédenos tener en nosotros los sentimientos de tu Corazón, imitar sus virtudes y recibir sus gracias. Tú, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Acordaos, oh purísimo Esposo de María, oh dulce protector mío San José, que jamás se oyó decir que haya dejado de ser consolado uno solo de cuantos han acudido a vuestra protección e implorado vuestro auxilio. Con esta confianza vengo a vuestra presencia y me encomiendo a Vos fervorosamente, oh padre nutricio del Redentor. No desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas piadosamente. Amén.
Oh Dios, que por providencia inefable os dignásteis escoger al bienaventurado José para esposo de vuestra Santísima Madre, os suplicamos nos concedáis la gracia de que, venerándole en la tierra como a nuestro protector, merezcamos tenerle por intercesor en los cielos. Amén.
¡Oh, Santísimo Jesús, que aquí sois verdaderamente Dios escondido!, concededme:
desear ardientemente,
buscar prudentemente,
conocer verdaderamente
y cumplir perfectamente en alabanza, y gloria de vuestro nombre todo lo que os agrada.
Ordenad, ¡oh Dios mío!, el estado de mi vida; concededme que conozca lo que de mí queréis y que lo
cumpla como es menester y conviene a mi alma.
Dadme, ¡oh Señor Dios mío!, que no desfallezca entre las prosperidades y adversidades, para que ni en
aquellas me ensalce, ni en éstas me abata.
De ninguna cosa tenga gozo ni pena, sino de lo que lleva a Vos o aparta de Vos.
A nadie desee agradar o tema desagradar sino a Vos.
Séanme viles, Señor, todas las cosas transitorias y preciosas todas las eternas.
Disgústeme, Señor, todo gozo sin Vos, y que no ambicione cosa ninguna fuera de Vos.
Séame deleitoso, Señor, cualquier trabajo por Vos, y enojoso el descanso sin Vos.
Dadme, oh Dios mío, levantar a Vos mi corazón frecuente y fervorosamente, hacerlo todo con amor, tener
por muerto lo que no pertenece a vuestro servicio, hacer mis obras no por rutina, sino refiriéndolas a Vos con devoción.
Hacedme, oh Jesús, amor mío y mi vida,
obediente sin contradicción,
pobre sin rebajamiento,
casto sin corrupción,
paciente sin disipación,
maduro sin pesadumbre,
diligente sin inconstancia,
temeroso de Vos sin desesperación,
veraz sin doblez.
Haced, Señor Jesucristo,
que practique el bien sin presunción,
que corrija al prójimo sin soberbia,
que le edifique con palabras y obras sin fingimientos.
Dadme, oh Señor Dios mío, un corazón vigilante que por ningún pensamiento curioso se aparte de
Vos;
dadme un corazón noble que por ninguna intención siniestra se desvíe de Vos;
dadme un corazón firme que por ninguna tribulación se quebrante;
dadme un corazón libre que ninguna pasión violenta le domine.
Otorgadme, oh Señor Dios mío,
entendimiento que os conozca,
diligencia que os busque,
sabiduría que os halle,
comportamiento que os agrade,
perseverancia que confiadamente os espere,
y esperanza que, finalmente, os abrace.
Dadme que me aflija con vuestras penas aquí por la penitencia, y en el camino de mi vida use de vuestros
beneficios por gracia, y en la patria goce de vuestras alegrías por gloria.
Señor que vivís y reináis, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.
Señor, ten misericordia de nosotros.
!Oh Cristo! ten misericordia de nosotros.
Señor, ten misericordia de nosotros.
!Oh Cristo!, óyenos.
Señor, ten misericordia de nosotros.
!Oh Cristo!, escúchanos.
Dios Padre celestial, ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros.
Santísima Trinidad, un solo Dios, ten misericordia de nosotros.
Pan vivo que bajaste del Cielo, ten misericordia de nosotros.
Dios escondido y Salvador, ten misericordia de nosotros.
Comida de los escogidos, ten misericordia de nosotros.
Vino que engendras vírgenes, ten misericordia de nosotros.
Pan substancioso y de los reyes regalo, ten misericordia de nosotros.
Sacrificio continuo, ten misericordia de nosotros.
Ofrenda pura, ten misericordia de nosotros.
Cordero sin mancha, ten misericordia de nosotros.
Mesa purísima, ten misericordia de nosotros.
Comida de los ángeles, ten misericordia de nosotros.
Maná escondido, ten misericordia de nosotros.
Memorial de las maravillas de Dios, ten misericordia de nosotros.
Pan sobresubstancial, ten misericordia de nosotros.
Verbo hecho carne, ten misericordia de nosotros.
Dios con nosotros, ten misericordia de nosotros.
Hostia Santa, ten misericordia de nosotros.
Cáliz de Bendición, ten misericordia de nosotros.
Misterio de fe, ten misericordia de nosotros.
Preexcelxo y venerable Sacramento, ten misericordia de nosotros.
Sacrificio, el más santo de todos, ten misericordia de nosotros.
Verdadero propiciatorio por los vivos y difuntos, ten misericordia de nosotros.
Remedio celestial, con el que nos preservamos de todos los pecados, ten misericordia de
nosotros.
Milagro asombroso sobre todos los milagros, ten misericordia de nosotros.
Memoria sacratísima de la Pasión del Señor, ten misericordia de nosotros.
Don que excedes a toda riqueza, ten misericordia de nosotros.
Memorial principal del amor divino, ten misericordia de nosotros.
Abundancia de liberalidad divina, ten misericordia de nosotros.
Sacrosanto y augustísimo misterio, ten misericordia de nosotros.
Medicamento de inmortalidad, ten misericordia de nosotros.
Sacramento vivífico digno de todo respeto, ten misericordia de nosotros.
Pan hecho carne por el Todopoderoso, ten misericordia de nosotros.
Sacrificio incruento, ten misericordia de nosotros.
Comida y fuente de vida, ten misericordia de nosotros.
Convite dulcísimo en el que sirven los ángeles, ten misericordia de nosotros.
Sacramento de piedad, ten misericordia de nosotros.
Vínculo de caridad. ten misericordia de nosotros.
Oferente y ofrecido, ten misericordia de nosotros.
Espiritual dulzura gustada en la misma fuente, ten misericordia de nosotros.
Sustento de las almas santas, ten misericordia de nosotros.
Viático de los que mueren en el Señor, ten misericordia de nosotros.
Prenda de la gloria que esperamos, ten misericordia de nosotros.
Sé para nosotros propicio, perdónanos, Señor.
Sé para nosotros propicio, escúchanos, Señor.
De la comunión sacrílega, líbranos, Señor.
De la concupiscencia de la carne, líbranos, Señor.
Del deseo desordenado de los ojos, líbranos Señor.
De las soberbia de la vida, líbranos, Señor.
De toda ocasión de pecar, líbranos , Señor.
Por aquel deseo con que deseaste comer esta pascua con tus discípulos, líbranos, Señor.
Por la encendida caridad con que instituiste este divino Sacramento, líbranos, Señor.
Por tu sangre preciosa, que nos dejaste en el altar, líbranos, Señor.
Por las cinco llagas de tu cuerpo sacratísimo, que por nosotros recibiste, líbranos,
Señor.
Nosotros pecadores, te rogamos óyenos.
Que te dignes aumentar y conservar en nosotros la fe, reverencia y devoción de este admirable
Sacramento, te rogamos óyenos.
Que te dignes guiarnos por la verdadera confesión de los pecados, a la frecuente comunión, te rogamos,
óyenos.
Que te dignes librarnos de toda herejía, infidelidad y ceguedad de corazón, te rogamos
óyenos.
Que te dignes hacernos participantes de los frutos preciosos y celestiales de este Santísimo Sacramento,
te rogamos óyenos.
Que te dignes confortarnos y fortalecernos en la hora de nuestra muerte con este Viático celestial, te
rogamos óyenos.
!Oh Hijo de Dios! te rogamos óyenos.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros.
!Oh Cristo, óyenos!
!Oh Cristo, escúchanos!
!Señor, ten misericordia de nosotros!
!Señor, ten misericordia de nosotros!
(Padre nuestro, Avemaría, Gloria).
v/ El pan del cielo les has dado.
r/ Que contiene en sí todo el deleite.
v/ Bendito eres, Señor, en los Cielos.
r/ Digno de todas las alabanzas, y de ser exaltado y glorificado en todos los siglos.
v/ Señor, oye gustoso mi súplica.
r/ Y llegue a tu oído mi clamor.
v/ El Señor esté con vosotros.
r/ Y con tu espíritu.
Oración:
Oh Dios, que nos dejaste la memoria de tu Pasión en este admirable Sacramento, concédenos que de tal
suerte veneremos los sagrados misterios de tu cuerpo y sangre, que experimentemos continuamente en nosotros el fruto de nuestra redención. Tú que vives y reinas con Dios Padre, en unidad del
Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos. Amén.
1. Canta, lengua, el misterio del cuerpo glorioso y de la sangre preciosa que el Rey de las naciones,
fruto de un vientre generoso, derramó como rescate del mundo.
2. Nos fue dado, nos nació de una Virgen sin mancilla; y después de pasar su vida en el mundo, una vez
esparcida la semilla de su palabra, terminó el tiempo de su destierro dando una admirable disposición.
3. En la noche de la última cena, recostado a la mesa con los hermanos, después de observar plenamente
la ley sobre la comida legal, se da con sus propias manos como alimento para los Doce.
4. El Verbo hecho carne convierte con su palabra el pan verdadero en su carne, y el vino puro se
convierte en la sangre de Cristo. Y aunque fallan los sentidos, basta la sola fe para confirmar al corazón recto en esa verdad.
5. Veneremos, pues, inclinados tan gran Sacramento; y la antigua figura ceda el puesto al nuevo rito; la
fe supla la incapacidad de los sentidos.
6. Al Padre y al Hijo sean dadas alabanza y júbilo, salud, honor, poder y bendición; una gloria igual
sea dada al que de uno y de otro procede. Amén.
Oremos:
Oh Dios, que en este admirable Sacramento nos dejaste el memorial de tu pasión; te pedimos nos concedas
venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente el fruto de tu redención. Tú que vives y reinas por los siglos de los
siglos.Amén.
Oh! Dios, que escogiste a María como Hija Predilecta Tuya, Esposa del Espíritu Santo y Madre de Tu Hijo Divino. Y una vez llevada al Cielo en Cuerpo y Alma glorioso, la proclamaste Reina Universal. Haz que vivamos la grandeza cristiana de ser Templos tuyos por la Gracia Santificante, y sintamos la experiencia gozosa de tener a María como Madre y Señora, que quiere y puede siempre ayudarnos. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Santísima Señora, Madre de Dios; tú eres la más pura de alma y cuerpo, que vives más allá de toda pureza, de toda castidad, de toda virginidad; la única morada de toda la gracia del Espíritu Santo; que sobrepasas incomparablemente a las potencias espirituales en pureza, en santidad de alma y cuerpo; mírame culpable, impuro, manchado en el alma y en el cuerpo por los vicios de mi vida impura y llena de pecado; purifica mi espíritu de sus pasiones; santifica y encamina mis pensamientos errantes y ciegos; regula y dirige mis sentidos; líbrame de la detestable e infame tiranía de las inclinaciones y pasiones impuras; anula en mí el imperio de mi pecado; da la sabiduría y el discernimiento a mi espíritu en tinieblas, miserable, para que me corrija de mis faltas y de mis caídas, y así, libre de las tinieblas del pecado, sea hallado digno de glorificarte, de cantarte libremente, verdadera madre de la verdadera Luz, Cristo Dios nuestro. Pues sólo con Él y por Él eres bendita y glorificada por toda criatura, invisible y visible, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
María, hija de Israel, tú has proclamado la misericordia ofrecida a los hombres, de edad en edad, por el amor misericordioso del Padre.
María, Virgen Santa, Sierva del Señor, tú has llevado en tu seno el fruto precioso de la Misericordia divina.
María, tú que has guardado en tu corazón las palabras de salvación, testimonias ante el mundo la absoluta fidelidad de Dios a su amor.
María, tú que seguiste a tu Hijo Jesús hasta el pie de la cruz con el fiat de tu corazón de madre, te adheriste sin reserva al servicio redentor.
María, Madre de misericordia, muestra a tus hijos el Corazón de Jesús, que tú viste abierto para ser siempre fuente de vida.
María, presente en medio de los discípulos, tú haces cercano a nosotros el amor vivificante de tu Hijo resucitado.
María, Madre atenta a los peligros y a las pruebas de los hermanos de tu Hijo, tú no cesas de conducirles por el camino de la salvación.
¡Madre de Dios y Madre mía María!
Yo no soy digno de pronunciar tu nombre;
pero tú que deseas y quieres mi salvación,
me has de otorgar, aunque mi lengua no es pura,
que pueda llamar en mi socorro
tu santo y poderoso nombre,
que es ayuda en la vida y salvación al morir.
¡Dulce Madre, María!
haz que tu nombre, de hoy en adelante,
sea la respiración de mi vida.
No tardes, Señora, en auxiliarme
cada vez que te llame.
Pues en cada tentación que me combata,
y en cualquier necesidad que experimente,
quiero llamarte sin cesar; ¡María!
Así espero hacerlo en la vida,
y así, sobre todo, en la última hora,
para alabar, siempre en el cielo tu nombre amado:
“¡Oh clementísima, oh piadosa,
oh dulce Virgen María!”
¡Qué aliento, dulzura y confianza,
qué ternura siento
con sólo nombrarte y pensar en ti!
Doy gracias a nuestro Señor y Dios,
que nos ha dado para nuestro bien,
este nombre tan dulce, tan amable y poderoso.
Señora, no me contento
con sólo pronunciar tu nombre;
quiero que tu amor me recuerde
que debo llamarte a cada instante;
y que pueda exclamar con san Anselmo:
“¡Oh nombre de la Madre de Dios,
tú eres el amor mío!”
Amada María y amado Jesús mío,
que vivan siempre en mi corazón y en el de todos,
vuestros nombres salvadores.
Que se olvide mi mente de cualquier otro nombre,
para acordarme sólo y siempre,
de invocar vuestros nombres adorados.
Jesús, Redentor mío, y Madre mía María,
cuando llegue la hora de dejar esta vida,
concédeme entonces la gracia de deciros:
“Os amo, Jesús y María;
Jesús y María,
os doy el corazón y el alma mía”.
Jesús, Tú viniste por los enfermos y los pecadores. Por eso, me vuelvo hacia Ti y quiero pedirte que sanes mi alma y mi cuerpo. Tú sabes, Jesús, que el pecado destroza y desgarra la integridad del ser humano; que destruye las relaciones entre los hombres y nuestra amistad con contigo. Pero no existe pecado ni enfermedad que Tú no puedas curar con Tu Palabra omnipotente. No hay herida alguna que no pueda ser sanada por Ti.
María, Tú me has invitado a orar por mi sanación. Quiero hacerlo ahora y por eso te pido que acompañes mi oración con tu fe. Ora conmigo en estos momentos, para que pueda ser digno de obtener la gracia de la curación, no sólo para mí, sino también para aquellos por quienes deseo interceder.
esús, Tú viniste también a calmar las tempestades del mundo y te haces presente en la barca de toda vida. ¡Lo haces porque tu nombre es Emmanuel… Dios con nosotros, Dios por nosotros! Por tanto, ahora te pido Señor, que entres en mi vida. También mi barca ha comenzado a hundirse, anegando mi conciencia y mi subconsciente. ¡Entra, Jesús, a las profundidades de mi alma! He perdido mi rumbo Señor. ¡Levántate y ordena a mi inquietud que se calme! ¡Ordena a las olas de muerte que me rodean que dejen de amenazarme! Apacigua mi corazón para que pueda escuchar Tu Palabra divina y creadora.
(Permanece en silencio y escucha la voz del Señor en tu corazón)
¡Ven, Jesús, y sube también a la barca de mi familia, de mi comunidad, de mi país y del mundo entero! ¡Permite, Señor, que nuestros gritos te despierten! Extiende tu mano para que llegue la calma. ¡Ven Señor Jesús, ven! Penetra hasta el fondo de mi ser y entra en aquel rincón donde he sido más lastimado.
Ven, Jesús, y sube igualmente en las barcas de aquellas vidas que se encuentran ancladas a los hábitos más perniciosos: al alcohol, a las drogas, a los placeres carnales, y que les impiden continuar navegando de frente. Jesús, calma las tempestades. ¡Haz que todos escuchemos tu voz y que venga a nosotros Tu Paz!
¡Oh Purísima Virgen María!, que en tu inmaculada concepción fuiste hecha por el Espíritu Santo Tabernáculo escogido de la Divinidad, ¡ruega por nosotros!
¡Y haz que el Divino Paráclito, venga pronto a renovar la faz de la tierra!
¡Oh Purísima Virgen María, que en el misterio de la encarnación fuiste hecha por el Espíritu Santo verdadera Madre de Dios, ruega por nosotros!
¡Y haz que el Divino Paráclito, venga pronto a renovar la faz de la tierra!
¡Oh Purísima Virgen María, que estando en oración con los Apóstoles, en el Cenáculo fuiste inundada por el Espíritu Santo, ruega por nosotros!
¡Y haz que el Divino Paráclito, venga pronto a renovar la faz de la tierra!
Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía tu Espíritu y será una nueva creación. Y renovarás la faz de la tierra.
María, Nuestra Señora de Lourdes, Tú que te apareciste a Bernardita, pequeña y sencilla
pastora de Bigorra, En el hueco de la roca de Massabielle, Le trajiste la luz resplandeciente de tu sonrisa, El dulce y radiante resplandor de tu presencia.
Creaste una relación con ella a lo largo de los días En la que la mirabas como una persona
habla con otra persona.
Estamos ante ti, pobres también nosotros, y te rezamos
humildemente.
Haz que aquellos que dudan, descubran la alegría de la confianza, Haz que aquellos que
desesperan, sientan tu discreta presencia. María, Nuestra Señora de Lourdes, Tú que revelaste a Bernardita tu nombre Diciendo simplemente «Yo soy la Inmaculada Concepción». Haznos descubrir la
alegría del perdón que siempre se ofrece, Pon en nosotros el deseo de la inocencia recuperada y la santidad gozosa.
Ayuda a los pecadores que no quieren ver.
Has dado a luz al Salvador del mundo, Mira con ternura nuestro mundo espléndido y
dramático. Abre en nosotros los caminos de la esperanza, Guíanos hacia Aquel que es la Fuente viva, Jesús, tu Hijo, que nos enseña a decir:
Padre Nuestro…
Te escojo hoy, Oh María
en presencia de toda la corte Celestial por mi Madre y Señora,
te entrego y consagro con todo amor
y entera sumisión mi cuerpo y mi alma,
mis bienes interiores y exteriores
y aún el valor de mis buenas acciones: pasadas, presentes y futuras,
dejándote en entero y pleno derecho de disponer de mi y de cuanto me pertenece
sin excepción según tu amable beneplácito para mayor gloria de Dios en el tiempo y en la
eternidad.
Madre del Señor acepta mi oblación y preséntala a tu Hijo si El me redimió con tu colaboración debe ahora
recibir de tu mano ahora el don total de mi mismo.
¡Amén!
Bendito seas, Dios, Padre nuestro, que creaste a María tan bella,y
nos la diste por Madre
junto a la Cruz de Jesús.
Bendito seas porque nos llamaste, como a Bernardita, para ver
a María en tu luz
y beber en la fuente de tu Corazón.
Tu conoces, María, las miserias y pecados de nuestras vidas y de nuestro mundo.
Nos confiamos a ti en este día, totalmente y sin reservas.
Queremos renacer de ti cada día por el poder del Espíritu, y
vivir la vida de Jesús como
humildes servidores de nuestros hermanos.
Enséñanos, María, a llevar la vida del Señor. Enséñanos el Sí de tu corazón.
«Oh Madre de Dios y Madre de todas las gracias: por las muchísimas que te concedió la Santísima Trinidad, y particularmente por tu poder, sabiduría y ardiente caridad, te suplico nos concedas a nosotros participar de estas gracias, como participan los hijos de los bienes de sus padres, y especialmente nos concedas la gracia que te pedimos en esta novena honrando en ti al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Amén.
1 «Oh Virgen poderosísima: así como Dios Padre, en su munificencia omnipotente, levantó tu alma sobre un trono de gloria sin igual, hasta el punto de que, después de él, eres la más poderosa en el cielo y en la tierra, así también te suplico que me asistas en la hora de la muerte, para fortificarme y rechazar de mí toda potestad enemiga.
Ave María
2 «Oh Virgen sapientísima: así como el Hijo de Dios, conforme a los tesoros de su sabiduría, te adornó y llenó maravillosamente de ciencia y entendimiento, de tal modo que gozas del conocimiento de la Santísima Trinidad más que todos los santos juntos, y como sol brillante, con la claridad de que te ha embellecido, adornas todo el cielo, así también te ruego me asistas en la hora de la muerte, para llenar mi alma de las luces de la fe y de la verdadera sabiduría, para que no la oscurezcan las tinieblas de la ignorancia y del error.
Ave María
3 «Oh Virgen amantísima: así como el Espíritu Santo te llenó por completo de las dulzuras de su amor y te hizo tan amable y tan amante que, después de Dios, eres la más dulce y la más misericordiosa, así también te ruego me asistas en la hora de la muerte, llenando mi alma de tal suavidad de amor divino, que toda pena y amargura de muerte se cambie para mí en delicias.»
Ave María