Dios hace brotar el perdón en el odio
La Cuaresma es camino de conversión hacia la novedad del Reino. En la Cuaresma resuena aquel primer grito de Jesús: ¡Convertíos porque el Reino de Dios está cerca! Y cuando nos convertimos y abrimos los ojos a la novedad del Reino, descubrimos que verdaderamente Jesús nos sitúa en una nueva realidad. Nada que ver con lo que vivíamos antes. Nada que ver con lo que nos habían enseñado. Jesús nos lleva por caminos nuevos de amor y de misericordia.
Esa novedad está claramente señalada en la primera lectura del profeta Isaías. Para aquellos judíos que conocían bien el desierto porque lo tenían muy cerca de casa, la comparación era fácilmente comprensible. Pero además seguro que de sus oyentes saldría también alguna voz que diría: ¡Eso es imposible! Nadie puede hacer brotar ríos en el yermo. Nadie puede hacer que el desierto se convierta en un vergel. Pero eso es precisamente lo que dice Isaías. Dios va a hacer eso con el único objetivo de calmar la sed de su pueblo. Dios hace que lo imposible sea posible.
En el Evangelio nos encontramos con una historia que desgraciadamente se sigue repitiendo hoy en algunas culturas. A Jesús le presentan una mujer sorprendida en adulterio –siempre las culpas se dirigen contra la mujer–. La ley, lo de antes, la tradición decía que había que apedrearla hasta la muerte. Era el castigo por su pecado. Los letrados y fariseos seguro que no se acordaban de la lectura del profeta Isaías pero Jesús sí: “No recordéis lo de antaño, mirad que realizo algo nuevo”. Jesús es el que realiza la novedad. Primero hace caer en la cuenta a los acusadores de que nadie está libre de pecado. Sus palabras han quedado en la sabiduría popular: “El que esté sin pecado que tire la primera piedra”. ¡Lástima que las apliquemos tan pocas veces en nuestra vida! Y luego, una vez que los acusadores han desaparecido Jesús pronuncia la palabra de Dios sobre la mujer. Pero no es la que los acusadores esperaban –cuando querían apedrear a la mujer, lo hacían precisamente en nombre de Dios–: una palabra de condena sino que es una palabra de perdón, de acogida, de cariño.
Algún día deberíamos llegar a comprender que ésa es precisamente la novedad que nos ha traído Jesús: que Dios no nos condena sino que nos salva, nos levanta y nos invita a seguir caminando. Él sabe que el pecado nos hace más daño a nosotros que a nadie. Por eso no quiere que pequemos. Y confía en que seremos capaces de salir adelante. ¿No es eso el agua de la vida que brota en medio del desierto de nuestros corazones?
Estamos ya en el V Domingo de la Cuaresma, despacito nos estamos aproximando de los momentos culminantes de la vida terrena de Jesús que son para nosotros el tiempo central de nuestra historia de salvación. Todos los que queremos ser cristianos debemos espejarnos en la vida de Jesucristo, para que de a poquito podamos conformarnos a Él. De hecho, es Él, su vida, sus palabras, sus actitudes, que debe transformarnos modelándonos a Su imagen.
Jesús sabe que está llegando la hora de enfrentarse con las fuerzas de este mundo. Él siente que muchas personas atadas al poder o a las tradiciones ya no lo soportan y están buscando el modo de eliminarlo. El reconoce que está llegando el momento de llevar a las últimas consecuencias su propuesta de amor, de perdón, de donación gratuita, de servicio ...
Está llegando el momento decisivo de su vida. Y, al igual que todas las personas cuando tienen que tomar una gran decisión, él se siente envuelto en la angustia y en el miedo, porque toda decisión significa igualmente alguna renuncia y, consecuentemente, algún dolor. Es en este contexto que Jesús recuerda: «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto». Realmente en el grano de trigo podemos encontrar esta gran verdad de nuestras vidas: si queremos preservarnos egoístamente, nos arruinamos y nos descomponemos, pero si nos donamos, si nos gastamos por los demás, entonces milagrosamente crecemos y descubrimos lo que es la vida.
Si el grano de trigo es conservado en una vasija, él después de un tiempo se secará completamente y perderá la vida, o entonces será arruinado por el moho, pero si él es sembrado en la tierra, ciertamente morirá, se destruirá, pero de su muerte surgirá una nueva vida con muchos frutos.
Jesús sabía que su vida estaba en peligro;
Sabía que podría huir para otros lugares;
Sabía que podría comprometerse en no hacer más milagros y no predicar más a la gente y así lo dejarían en paz;
Sabía que él tenía el poder de destruir anticipadamente a todos los que le querían hacer el mal.
Pero, Él sabía también que el peligro era consecuencia de su coherencia de vida;
Sabía que huir para protegerse era una contradicción con lo que Él predicaba;
Sabía que renunciar a su verdad y su caridad era desfigurarse;
Sabía que destruir a los otros para protegerse era hacerse igual a ellos en la maldad.
Por eso él continua su camino hacia Jerusalén, aun intuyendo todo lo que pasaría allá.
Sabemos que este discurso parece muy extraño en nuestros días, principalmente porque vivimos en el mundo de las facilidades, donde impera la ley del menor esfuerzo, de las facilidades y de los privilegios a todo costo. Todos estamos embriagados de la cultura que siempre piensa primero en nuestras propias ventajas. Vivimos buscando siempre la mayor comodidad personal. Somos especialistas en defender nuestros “derechos”, y aun más en presentar nuestras excusas.
En nuestros días, palabras como renuncia, penitencia, corrección, sacrificio, donación gratuita, abstinencia, disciplina, fidelidad, obediencia, perdón sincero, humildad, nos chocan en el oído, nos hacen mal, creemos que son realidades anticuadas y superadas.
Existe hoy una ideología de la vida fácil, que prometiéndonos con el mínimo esfuerzo todas las delicias, nos está destruyendo desde nuestro interior. Son muchos hoy los que no son capaces de llevar adelante los estudios por las exigencias que se hacen; o sueñan en ser atletas pero no aguantan los ejercicios y la disciplina; muchos esperan ser felices en el matrimonio, pero son incapaces de autentica colaboración, de dialogo, de fidelidad y de perdón; muchos quieren crecer en un trabajo, pero no tienen perseverancia ni empeño; quieren ser padres o madres pero sin asumir la responsabilidad que esto implica; tal cultura “del todo fácil” nos está arruinando.
Más que nunca las palabras de Jesús encuentran un fuerte sentido: «quien quiere preservar su vida la destruye, pero quien la dona, la conserva...»
En este domingo ciertamente esta es la pregunta que Jesús nos hace: ¿qué estás haciendo con tu vida? ¿Estás muy preocupado solo contigo mismo, con tus cosas, con tus comodidades... o eres también capaz de hacer una renuncia por el bien de los demás? ¿Eres un grano de trigo dispuesto a morir para dar vida, o piensas de conservarte y morir estéril?
Es increíble, pero cuanto menos somos capaces de vencernos a nosotros mismos, más nos hundimos, más nos arruinamos. Solo es verdaderamente libre quien ya venció a sí mismo.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.
Hoy es el quinto domingo de Cuaresma. A la distancia nos parece divisar el Gólgota y todo el drama de la Pasión de Jesús, su muerte redentora que sellará con su sangre la Nueva y definitiva Alianza en su persona, y su gloriosa Resurrección.
La primera lectura, tomada de la profecía de Jeremías (31,31-34), nos apunta hacia la naturaleza permanente de esa Alianza, superior a la Antigua, y el valor redentor de la misma: “así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días –oráculo del Señor–: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”.
El relato evangélico (Jn 12,20-33), que Juan sitúa en el contexto de la Pascua, cuando todos “subían” a Jerusalén a celebrarla, añade el elemento de unos “griegos” que querían ver a Jesús, y utiliza como uno de los mensajeros a Andrés, hermano de Simón Pedro, a quien Juan el Bautista le había señalado a Jesús al comienzo de su Evangelio: “He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Todo el pasaje gira en torno a la “hora” de su glorificación que ya está cercana.
La presencia de los griegos, por su parte, apunta hacia la universalidad de la redención mediante una Alianza que no quedará circunscrita al pueblo de Israel, sino a toda la humanidad.
El domingo pasado leíamos en el Evangelio (Jn 3,14-21): “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna”. Hoy ratifica esa redención, y la universalidad de la misma al decir: “cuando yo sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”. De este modo, Juan nos presenta la Cruz como triunfo y glorificación, la “locura de la Cruz” de la que nos habla san Pablo (1Cor 1,18).
Otro aspecto importante es la radicalidad del seguimiento, significado en la figura de la semilla de trigo que tiene que morir para que rinda fruto: “Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna”. Se refería, no tan solo a su Pasión y muerte inminentes, sino también a los que decidamos seguirlo. “El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará”.
Como tantas otras veces, Jesús echa mano de los símbolos agrícolas, conocidos por todos los de su tiempo, para transmitir su mensaje. Y el mensaje es claro; el verdadero seguidor de Jesús tiene que “morir” para poder convertirse en generador de fraternidad y agente de salvación para otros. Aunque Jesús lo llevó al extremo de la privación violenta de la vida, ese “morir” para nosotros implica morir a todo lo que nos impida seguir sus pasos y entregarnos a servir a otros por amor, que es a lo que Él nos invita, con la certeza de que, al igual que Él, el Padre nos premiará.
Jesús nos invita a seguirle. El camino es difícil, pero la recompensa es eterna…
“Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto”.
La idea de Jesús es clara. Con la vida sucede lo mismo que con el grano de trigo, que tiene que morir para liberar toda su energía y producir un día su fruto. Si “no muere” se queda sólo encima del terreno. Por el contrario, si “muere” vuelve a levantarse trayendo consigo nuevos granos y nueva vida….
No se puede engendrar vida sin dar la propia. No es posible ayudar y vivir si uno no está dispuesto a “desvivirse” por los demás. Nadie contribuye a un mundo más justo y humano viviendo apegado a su propio bienestar. Nadie trabaja seriamente por el reino de Dios y su justicia, si no está dispuesto a asumir los riesgos y rechazos, la conflictividad y persecución que sufrió Jesús.
Nos pasamos la vida tratando de evitar sufrimientos y problemas. La cultura del bienestar nos empuja a organizarnos de la manera más cómoda y placentera posible. Es el ideal supremo. Sin embargo, hay sufrimientos y renuncias que es necesario asumir si queremos que nuestra vida sea fecunda y creativa. El hedonismo no es una fuerza movilizadora; la obsesión por el propio bienestar empequeñece a las personas.
Jer 31,31-34
Vienen días -dice el Señor- en que yo haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva. No como la alianza que hice con sus padres cuando los tomé de la mano y los saqué del país de Egipto, alianza que ellos violaron, por lo cual los rechacé -dice el Señor-.
Ésta es la alianza que haré con la casa de Israel después de aquellos días -dice el Señor-: pondré mi ley en su interior, la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo. No tendrán ya que instruirse mutuamente, diciéndose unos a otros: «¡Conoced al Señor!», pues todos me conocerán, desde el más pequeño al mayor -dice el Señor-, porque perdonaré su crimen y no me acordaré más de sus pecados.
Palabra de Dios
COMENTARIO A LA 1ª LECTURA
El pueblo de Dios ha quebrantado su alianza con el Señor y por eso sufre las consecuencias de su infidelidad. Por medio del profeta Dios llama de nuevo a su pueblo a la conversión y establece con la casa de Israel una “nueva alianza” escribiendo la ley en su corazón. Así llegarán al conocimiento de Dios.
R: Oh, Dios, crea en mí un corazón puro
Cristo, en los días de su vida mortal, presentó con gran clamor y lágrimas oraciones y súplicas al que podía salvarle de la muerte, y fue escuchado en atención a su obediencia; aunque era hijo, en el sufrimiento aprendió a obedecer; así alcanzó la perfección y se convirtió para todos aquellos que le obedecen en principio de salvación eterna.
Palabra de Dios
COMENTARIO
Cristo con su sufrimiento y muerte en la cruz nos trajo la salvación eterna y la posibilidad de que se nos perdonaran nuestros pecados. De su muerte brota abundantemente la vida de Dios.
Entre los que habían ido a Jerusalén para dar culto a Dios en la fiesta había algunos griegos. Éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: «Señor, queremos ver a Jesús». Felipe se lo fue a decir a Andrés; Andrés y Felipe se lo dijeron a Jesús. Jesús les respondió: «Ha llegado la hora en que va a ser glorificado el hijo del hombre.
Os aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la perderá; y el que odia su vida en este mundo la conservará para la vida eterna.
El que quiera ponerse a mi servicio, que me siga, y donde esté yo allí estará también mi servidor. A quien me sirva, mi Padre lo honrará. Ahora estoy profundamente angustiado. ¿Y qué voy a decir? ¿Pediré al Padre que me libre de esta hora?
No, pues para esto precisamente he llegado a esta hora. Padre, glorifica tu nombre». Entonces dijo una voz del cielo: «Lo he glorificado y lo glorificaré de nuevo». La gente que estaba allí y lo oyó, dijeron que había sido un trueno.
Oros decían que le había hablado un ángel. Jesús replicó: «Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora es cuando va a ser juzgado este mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, a todos los atraeré hacia mí” Decía esto indicando de qué muerte iba a morir
Palabra de Dios
Cuaresma. Quinto domingo
UN CLAMOR DE JUSTICIA
— Anhelo de justicia y de mayor paz en el mundo. Vivir las exigencias de la justicia en nuestra vida personal y en el ámbito donde se desarrolla nuestra vida.
— Cumplimiento de los deberes profesionales y sociales.
— Santificar la sociedad desde dentro. Virtudes que amplían y perfeccionan el campo de la justicia.
I. Hazme justicia, oh Dios, defiende mi causa... Tú eres mi Dios y protector, rezamos en la Antífona de entrada de la Misa.
En gran parte de la humanidad se oye un fuerte clamor por una mayor justicia, por «una paz mejor asegurada en un ambiente de respeto mutuo entre los hombres y entre los pueblos». Este deseo de construir un mundo más justo en el que se respete más al hombre, que fue creado por Dios a su imagen y semejanza, es parte muy fundamental del hambre y sed de justicia que debe existir en el corazón cristiano.
Toda la predicación de Jesús es una llamada a la justicia (en su plenitud, sin reduccionismos) y a la misericordia. El mismo Señor condena a los fariseos que devoran las casas de las viudas mientras fingen largas oraciones. Y es el Apóstol Santiago quien dirige este severo reproche a quienes se enriquecen mediante el fraude y la injusticia: vuestra riqueza está podrida (...). El jornal de los obreros que han segado vuestros campos, defraudado por vosotros, clama, y los gritos de los segadores han llegado a oídos del Señor de los ejércitos.
La Iglesia, fiel a la enseñanza de la Sagrada Escritura, nos urge a que nos unamos a este clamor del mundo y lo convirtamos en una oración que llegue hasta nuestro Padre Dios. A la vez, nos impulsa y nos urge a vivir las exigencias de la justicia en nuestra vida personal, profesional y social, y a salir en defensa de quienes –por ser más débiles– no pueden hacer valer sus derechos. No son propias del cristiano las lamentaciones estériles. El Señor, en lugar de quejas inútiles, quiere que desagraviemos por las injusticias que cada día se cometen en el mundo, y que tratemos de remediar todas las que podamos, empezando por las que están a nuestro alcance, en el ámbito en el que se desarrolla nuestra vida: la madre de familia, en su hogar y con quienes se relaciona; el empresario, en la empresa; el catedrático, en la Universidad...
La solución última para instaurar y promover la justicia a todos los niveles está en el corazón de cada hombre, donde se fraguan todas las injusticias existentes, y donde está la posibilidad de volver rectas todas las relaciones humanas. «El hombre, negando e intentando negar a Dios, su Principio y Fin, altera profundamente su orden y equilibrio interior, el de la sociedad y también el de la creación visible.
»La Escritura considera en conexión con el pecado el conjunto de calamidades que oprimen al hombre en su ser individual y social». Por eso no podemos olvidar los cristianos que cuando, mediante nuestro apostolado personal, acercamos a los hombres a Dios, estamos haciendo un mundo más humano y más justo. Además, nuestra fe nos urge a no eludir jamás el compromiso personal en defensa de la justicia, de modo particular en aquellas manifestaciones más relacionadas con los derechos fundamentales de la persona: el derecho a la vida, al trabajo, a la educación, a la buena fama... «Hemos de sostener el derecho de todos los hombres a vivir, a poseer lo necesario para llevar una existencia digna, a trabajar y a descansar, a elegir estado, a formar un hogar, a traer hijos al mundo dentro del matrimonio y poder educarlos, a pasar serenamente el tiempo de la enfermedad o de la vejez, a acceder a la cultura, a asociarse con los demás ciudadanos para alcanzar fines lícitos, y, en primer término, a conocer y amar a Dios con plena libertad».
En nuestro ámbito personal, debemos preguntarnos si hacemos con perfección el trabajo por el que cobramos, si pagamos lo debido a las personas que nos prestan un servicio, si ejercitamos responsablemente los derechos y deberes que pueden influir en el modo de configurarse las instituciones en las que nos encontramos, si trabajamos aprovechando el tiempo, si defendemos la buena fama de los demás, si salimos en justa defensa de los más débiles, si acallamos las críticas difamatorias que pueden surgir a nuestro alrededor... Así amamos la justicia.
II. Los deberes profesionales son un lugar excepcional para vivir la virtud de la justicia. El dar a cada uno lo suyo, propio de esta virtud, significa en este caso cumplir lo estipulado. El patrono, el ama de casa con el servicio, el jefe, se obligan a dar la justa retribución a las personas que trabajan a sus órdenes de acuerdo con las leyes civiles justas y con lo que dicta la recta conciencia, que irá en ocasiones más allá de las propias leyes. Por otra parte, los obreros y empleados tienen el deber grave de trabajar responsablemente, con profesionalidad, aprovechando el tiempo. La laboriosidad se presenta así como una manifestación práctica de la justicia. «No creo en la justicia de los holgazanes –decía San Josemaría Escrivá–, porque (...) faltan, y a veces de modo grave, al más fundamental de los principios de la equidad: el del trabajo».
El mismo principio se puede aplicar a los estudiantes. Tienen un deber grave de estudiar –es su trabajo– y han contraído una obligación de justicia con la familia y con la sociedad, que les sostiene económicamente, para que se preparen y puedan rendir unos servicios eficaces.
Los deberes profesionales son, por otra parte, el cauce más oportuno con el que ordinariamente contamos para colaborar en la resolución de los problemas sociales y para intervenir en la construcción de un mundo más justo.
El cristiano, en su anhelo de construir este mundo, ha de ser ejemplar en el cumplimiento de las legítimas leyes civiles, porque si son justas son queridas por Dios y constituyen el fundamento de la misma convivencia humana. Como ciudadanos corrientes que son, han de ser ejemplares en el pago de los impuestos justos, necesarios para que la sociedad pueda llegar a donde el individuo personalmente sería ineficaz.
Dad a cada uno lo debido: a quien tributo, tributo; a quien impuestos, impuestos; a quien respeto, respeto; a quien honor, honor. Y lo hacen –dice el mismo Apóstol–, no solo por temor, sino también a causa de la conciencia. Así vivieron los cristianos desde el comienzo sus obligaciones sociales, aun en medio de las persecuciones y del paganismo de los poderes públicos. «Como hemos aprendido de Él (Cristo) –escribía San Justino Mártir, a mediados del siglo ii–, nosotros procuramos pagar los tributos y contribuciones, íntegros y con rapidez, a vuestros encargados».
Entre los deberes sociales del cristiano, el Concilio Vaticano II recuerda «el derecho y al mismo tiempo el deber (...) de votar para promover el bien común». Desentenderse de manifestar la propia opinión en los distintos niveles en los que debemos ejercer estos derechos sociales y cívicos sería una falta contra la justicia, en algunas ocasiones grave, si ese abstencionismo favoreciera candidaturas (ya sea en la configuración de los parlamentos, en la junta de padres de un colegio, en la directiva de un colegio profesional, en los representantes de la empresa...) cuyo ideario es opuesto a los principios de la doctrina cristiana. Con mayor razón, sería una irresponsabilidad, y quizá una grave falta contra la justicia, apoyar organizaciones o personas –del modo que sea– que no respeten en su actuación los fundamentos de la ley natural y de la dignidad humana (aborto, divorcio, libertad de enseñanza, respeto a la familia...).
III. «El cristiano que quiere vivir su fe en una acción política concebida como servicio, no puede adherirse, sin contradecirse a sí mismo, a sistemas ideológicos que se oponen –radicalmente o en puntos sustanciales– a su fe y a su concepción del hombre. No es lícito, por tanto, favorecer a la ideología marxista, a su materialismo ateo, a su dialéctica de violencia y a la manera como esa ideología entiende la libertad individual de la colectividad, negando al mismo tiempo toda trascendencia al hombre y a su historia personal y colectiva. Tampoco apoya el cristiano la ideología liberal, que cree exaltar la libertad individual sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la búsqueda exclusiva del interés y del poder, y considerando las solidaridades sociales como consecuencias más o menos automáticas de iniciativas individuales, y no ya como fin y motivo primario del valor de la organización social».
Hoy nos unimos a ese deseo de una mayor justicia, que es una de las principales características de nuestro tiempo. Pedimos al Señor una mayor justicia y una mayor paz, pedimos por los gobernantes, como siempre se hizo en la Iglesia, para que sean promotores de justicia, de paz, de un mayor respeto por la dignidad de la persona. Nosotros, en lo que está de nuestra parte, hacemos el propósito de llevar las exigencias del Evangelio a nuestra propia vida personal, a la familia, al mundo en el que cada día nos movemos y del que participamos.
Junto a lo que pertenece en sentido estricto a la virtud de la justicia, cuidaremos aquellas otras manifestaciones de virtudes naturales y sobrenaturales que la complementan y la enriquecen: la lealtad, la afabilidad, la alegría... Y, sobre todo, la fe, que nos da a conocer el verdadero valor de la persona, y la caridad, que nos lleva a comportarnos con los demás más allá de lo que pediría la estricta justicia, porque vemos en los demás hijos de Dios, al mismo Cristo que nos dice: lo que hicisteis por uno de estos mis hermanos más pequeños, por mí lo hicisteis