Estamos transitando el viernes de la primera semana de adviento. Para este tiempo les proponemos meditar el evangelio central de este camino que es el nacimiento de Jesús. Que esta lectura, meditación y oración nos acerque aún más al corazón de del recién nacido y nos de la gracia de nacer de nuevo en el amor familiar, en el amor en el servicio. Evangelio de San Lucas 2, 8 - 20 8 En la región había pastores que vivían en el campo y que por la noche se turnaban para cuidar sus rebaños.
Se les apareció un ángel del Señor, y la gloria del Señor los rodeó de claridad. Y quedaron muy asustados. Pero el ángel les dijo: «No tengan miedo, pues yo vengo a comunicarles una buena noticia, que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor. Miren cómo lo reconocerán: hallarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre.»
De pronto una multitud de seres celestiales aparecieron junto al ángel, y alababan a Dios con estas palabras: 14 «Gloria a Dios en lo más alto del cielo y en la tierra paz a los hombres: ésta es la hora de su gracia.» Después que los ángeles se volvieron al cielo, los pastores se dijeron unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha dado a conocer.»
Fueron apresuradamente y hallaron a María y a José con el recién nacido acostado en el pesebre. Entonces contaron lo que los ángeles les habían dicho del niño. Todos los que escucharon a los pastores quedaron maravillados de lo que decían. María, por su parte, guardaba todos estos acontecimientos y los volvía a meditar en su interior.
Después los pastores regresaron alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, tal como los ángeles se lo habían anunciado. A la luz del evangelio podemos detenernos en algunas palabras y frases que iluminan nuestro corazón: En el versículo 8 el Señor nos habla de dónde vivían y que hacían los pastores; “vivían en el campo y cuidaban sus rebaños”: Podemos ir a lo mas profundo de nuestro corazón y preguntarnos, dónde vive, en que lugar está nuestros corazón este tiempo? Vive en un lugar muy cómodo y seguro que ni si quiera hay espacio para recibir al recién nacido o vive en lo sencillo del pesebre esperando que la gracia del Señor vaya obrando, manifestándose y visitando nuestras vidas? Estaban cuidando su rebaño, quizás este rebaño al que hace mención la Palabra tenga que ver con sus tareas de todos los días, sus imprevistos.
La palabra continúa diciendo: “y la gloria del Señor los rodeó de claridad”: remitiéndonos al versículo del Antiguo Testamento: “El pueblo que camina en tinieblas vio una gran luz” En Navidad cuando el espíritu de las tinieblas cubre el mundo, se renueva el acontecimiento que siempre nos asombra y sorprende: el pueblo en camino ve una gran luz que nos invita a reflexionar en este misterio de caminar y de ver .
“No tengan miedo, pues yo vengo a comunicarles una buena noticia, que será motivo de mucha alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, ha nacido para ustedes un Salvador, que es el Mesías y el Señor” Uno cuando camina en tinieblas tiene miedo, la mentira es entre otras cosas lo que nos lleva a vivir en tinieblas. Pero el Ángel del Señor viene a anunciarnos lo opuesto a las tinieblas, viene a comunicarnos una buena noticia que será motivo de mucha alegría para el pueblo.
Hagamos hincapié en “no tengan miedo”, “buena noticia”, “alegría”, “nacimiento”, “Salvador”, “El Señor”; todas palabras que convierten nuestra oscuridad, tiniebla, pecado en “una gran luz”. Dejemos nacer de nuevo al Señor, amemos a Dios con todo nuestro corazón, nuestras fuerzas y nuestra alma, a los hermanos caminaremos en la luz. “Miren cómo lo reconocerán: hallarán a un niño recién nacido, envuelto en pañales y acostado en un pesebre”: uno de los frutos de caminar en la luz es reconocer en mi familia, en mi esposo o esposa, abuelos, hermanos, comunidades, compañeros de trabajo, de estudio; al recién nacido, en la expresión más humilde que un ser humano haya estado en este mundo. Reconocer al niño recién nacido es entrar descalzo al corazón de mi hermano que está solo, enfermo, al de mi hijo que está transitando la adolescencia y me cuesta entenderlo.
“Gloria a Dios en lo más alto del cielo y en la tierra paz a los hombres: ésta es la hora de su gracia”: Navidad es un tiempo de alabanza, adoración, acción de gracias. “Tanto amó el Padre al mundo que le donó a su Hijo y El nos amó hasta el extremo”. No por nada Navidad es la fiesta de los dones, de los regalos. Porque detrás de la fragilidad de un Niño se esconde la medida sin medida del Don, del Amor; de lo que no tiene precio, la Gratuidad (Extracto artículo “Navidad perenne” de Sonia Vargas Andrade)
“Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha dado a conocer”: El Padre no está dando a conocer que la Navidad es la puerta hacia lo nuevo, lo que tiene que nacer nuevamente en nuestros corazones.
Es el tiempo para meditar que dones y que regalos recibió nuestro corazón, nuestras familias del recién nacido. Algunos seguramente los descubriremos en la medida que removamos la tierra de nuestros corazones. Reflexionemos en esto “de lo que no tiene precio, la Gratuidad” de todo lo que pensó nuestro Señor de nosotros cuando nos regaló la vida.
“Fueron apresuradamente y hallaron a María y a José con el recién nacido acostado en el pesebre. Entonces contaron lo que los ángeles les habían dicho del niño”: Como dice la Palabra, María y José estaban con el recién nacido. La Madre miraba todo el tiempo y en ese acto contemplaba las maravillas de lo que estaba viviendo. Que humildad y sencillez la de María que desde la comunión con el Señor recién nacido podía ver con otros ojos las circunstancias que atravesaron para poder dar a luz a su Hijo, ver con una mirada de amor el entorno, el lugar, a su esposo que desde la alianza eran uno contemplando tal grandeza. María y José, ayúdennos a mirar nuestras vidas, dones, regalos con la mirada que tuvieron ustedes en ese momento. “María, por su parte, guardaba todos estos acontecimientos y los volvía a meditar en su interior”
Hoy, en este primer viernes de Adviento, el Evangelio nos presenta tres personajes: Jesús en el centro de la escena, y dos ciegos que se le acercan llenos de fe y con el corazón esperanzado. Habían oído hablar de Él, de su ternura para con los enfermos y de su poder. Estos trazos le identificaban como el Mesías. ¿Quién mejor que Él podría hacerse cargo de su desgracia?
Los dos ciegos hacen piña y, en comunidad, se
dirigen ambos hacia Jesús. Al unísono realizan una plegaria de petición al Enviado de Dios, al Mesías, a quien nombran con el título de “Hijo de David”. Quieren, con su plegaria, provocar la
compasión de Jesús: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!» (Mt 9,27).
Jesús interpela su fe: «¿Creéis que puedo hacer
eso?» (Mt 9,28). Si ellos se han acercado al Enviado de Dios es precisamente porque creen en Él. A una sola voz hacen una bella profesión de fe, respondiendo: «Sí, Señor» (Ibidem). Y Jesús
concede la vista a aquellos que ya veían por la fe. En efecto, creer es ver con los ojos de nuestro interior.
Este tiempo de Adviento es el adecuado, también
para nosotros, para buscar a Jesús con un gran deseo, como los dos ciegos, haciendo comunidad, haciendo Iglesia. Con la Iglesia proclamamos en el Espíritu Santo: «Ven, Señor Jesús» (cf. Ap
22,17-20). Jesús viene con su poder de abrir completamente los ojos de nuestro corazón, y hacer que veamos, que creamos. El Adviento es un tiempo fuerte de oración: tiempo para hacer plegaria de
petición, y sobre todo, oración de profesión de fe. Tiempo de ver y de creer.
Recordemos las palabras del Principito: «Lo
esencial sólo se ve con el corazón».
Hablar de Jesús por toda la comarca
Pocas enfermedades nos causan tanto horror como la ceguera. Sin embargo, la sordera no es menos terrible. Dicen que la ceguera nos aparta de las cosas, mientras que la sordera nos exilia de las personas. La ceguera suele producir depresión, mientras que la sordera genera desconfianza. En todo caso, estas crueles enfermedades sirven para expresar de modo muy llamativo “lo que no debería ser”, son como cifras de cualquier desgracia o injusticia. El profeta imagina y sueña los tiempos mesiánicos precisamente como un reino en el que ceguera y sordera, pobreza, opresión y violencia quedan desterrados del todo. Que Dios salva significa que el hombre es liberado de toda forma de opresión: en su entorno natural (el desierto que florece), social (el destierro de violentos, cínicos y tramposos), y en su propio cuerpo (la ceguera y la sordera y toda forma de invalidez).
Cuando Jesús cura a los ciegos, como en el Evangelio de hoy, está diciendo que los tiempos mesiánicos han llegado y se están cumpliendo en él mismo. Pero Jesús no es un curandero y sus acciones no tienen sólo, ni sobre todo, sentido médico. Son acciones salvíficas, signos proféticos de una salvación que ya ha empezado a operarse. Y lo notable de estas acciones es que, aunque Jesús no curara entonces, ni cure ahora, a todos los ciegos, sordos o afectados por cualquier otra enfermedad (aunque sin excluir que esto suceda en ocasiones), la salvación que esas acciones expresan sí que alcanza a todos, con tal de que nos acerquemos a él, acojamos su persona, pongamos en práctica su Palabra.
Durante más de diez años, trabajando como consiliario de la Frater (Fraternidad cristiana de personas con discapacidad), pude comprobar cómo se hacía verdad el milagro de personas, que pese a sus limitaciones físicas, se ponían en pie, y, olvidándose de sus propios problemas, iban el encuentro de otros enfermos para prestarles su ayuda y anunciarles la Buena Noticia de Jesucristo. Ahí comprendí y me convencí de que aquella respuesta de Jesús a la pregunta de Juan el Bautista, “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, y una Buena Nueva llega a los pobres” (Mt 11, 5) tiene un sentido mucho más amplio que el meramente físico. Es verdad que no hay que olvidarse de esto último: la misericordia cristiana se inclina sobre el que sufre, y no sólo para darle un consuelo “espiritual”, sino para ayudarle en la concreción de su problema, superándolo en lo posible. Pero no siempre existe esa posibilidad. Sin embargo, la presencia ya real del Reino de Dios entre nosotros se expresa en la capacidad de salir de esa situación de postración, de no encerrarse en ella, de asumirla y, de esa forma, superarla. Cuando esto se logra, precisamente personas consideradas “minusválidas” alcanzan un nivel de humanidad y una valía, que para sí quisieran muchos de los considerados sanos. Esta fue la experiencia que tuve la suerte y la gracia de hacer con muchísimas personas, grandes personalidades, en mis años felices en la Frater. Son personas realmente sanadas por Cristo y que, con su modo de vida, “hablan de él por toda la comarca”.
Adviento. 1ª semana. Viernes
AUMENTAR NUESTRA FE
— Necesidad de la fe. Pedirla.
— La fe, el tesoro más grande que tenemos. Guardarla. Comunicarla.
— La fe de María.
I. En aquel día, los sordos oirán las palabras del libro, y desde las tinieblas y desde la oscuridad verán los ojos del ciego. Y los mansos se alegrarán más y más en el Señor, y los pobres se regocijarán en el Santo de Israel.
La nueva era del Mesías es anunciada por los Profetas llena de alegría y de prodigios. Una sola cosa pedirá el Redentor: fe. Sin esta virtud el reino de Dios no llega a nosotros.
El Evangelio de la Misa nos presenta a dos ciegos que seguían a Cristo, pidiéndole a voces su curación: Ten misericordia de nosotros, Hijo de David, le dicen. El Señor les pregunta: ¿Creéis que yo puedo hacer esto? Cuando ellos le dijeron que sí, Él los despidió curados con estas palabras: Hágase en vosotros según vuestra fe. A otro ciego, en Jericó, le devolvió igualmente la vista y le dijo: Anda, tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista, y le seguía por el camino. Al padre de una niña muerta le asegura: No temas, basta que creas y vivirá. Pocos momentos antes había curado a una mujer, enferma durante mucho tiempo, que solo había manifestado su fe tocando la orla de su vestido, y le había dicho: Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz. ¡Oh mujer, grande es tu fe!, le dirá a una mujer cananea. Y luego: Hágase como tú quieras. No hay obstáculo para el creyente. Todo es posible para el que cree, le dice al padre del muchacho que estaba poseído por un espíritu mudo.
Los Apóstoles se manifiestan al Señor con toda sencillez. Conocen su fe insuficiente en muchos casos ante lo que ven y oyen, y un día le piden a Jesús: ¡Auméntanos la fe! El Señor les responde: Si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este moral: arráncate y plántate en el mar, y os obedecería.
También nosotros nos encontramos como los Apóstoles; nos falta fe ante la carencia de medios, ante las dificultades en el apostolado, ante los acontecimientos, que nos cuesta interpretar desde un punto de vista sobrenatural.
Si vivimos con la mirada puesta en Dios no hemos de temer nada: «la fe, si es fuerte, defiende toda la casa», defiende toda nuestra vida. Con ella podemos alcanzar frutos que están por encima de nuestras pocas fuerzas; no tendremos imposibles. «Jesucristo pone esta condición: que vivamos de la fe, porque después seremos capaces de remover los montes. Y hay tantas cosas que remover..., en el mundo y, primero, en nuestro corazón».
Imitemos a los Apóstoles y con ánimo humilde, porque conocemos nuestras pocas fuerzas y nuestras cobardías, pidamos al Señor que tenga piedad de nosotros. «Señor, ¡auméntanos la fe!», le decimos en nuestra oración. ¡Santa María, pídele a tu Hijo que aumente nuestra fe flaca y débil en tantas ocasiones!
Con esta confianza aguardamos la Navidad, y por eso rezamos con la Iglesia: Estás viendo, Señor, cómo tu pueblo espera con fe el nacimiento de tu Hijo; concédenos llegar a la Navidad –fiesta de gozo y salvación– y poder celebrarla con alegría desbordante.
II. La fe es el tesoro más grande que tenemos y, por eso, hemos de poner todos los medios para conservarla y acrecentarla. También es lógico que la defendamos de todo aquello que le pueda hacer daño: lecturas (especialmente en épocas en que los errores están más difundidos), espectáculos que ensucian el corazón, provocaciones de la sociedad de consumo, programas de televisión que puedan dañar este tesoro que hemos recibido. Pongamos los medios para una adecuada formación, tanto más sólida cuanto más difíciles sean los ambientes y situaciones en los que se desarrolla nuestra vida; procuremos rezar con atención el Credo en la Misa de los domingos y fiestas, haciendo una verdadera profesión de fe.
En un época de confusión doctrinal hay que velar con especial cuidado para no ceder en el contenido de nuestra fe, ni aun en lo más pequeño, porque «si se cede en cualquier punto del dogma católico, después será necesario ceder en otro, y después en otro más, y así hasta que tales abdicaciones se conviertan en algo normal y lícito. Y una vez que se ha metido la mano para rechazar el dogma pedazo a pedazo, ¿qué sucederá al final, sino repudiarlo en su totalidad?».
Si guardamos la fe y la reflejamos en nuestra vida ordinaria sabremos comunicarla a los demás. Daremos al mundo el mismo testimonio que dieron los primeros cristianos: fueron fuertes como la roca ante dificultades inimaginables. Muchos de nuestros amigos, al ver que nuestra conducta es coherente con la fe que profesamos, se verán movidos por este testimonio sereno y firme y se acercarán a Nuestro Señor.
A todo el que me confiese delante de los hombres, también yo le confesaré delante de mi Padre que está en los Cielos. ¡Qué gran promesa para alentarnos a una vida apostólica!
Reconocer al Señor delante de los hombres es ser testigos vivos de su vida y de su palabra. Nosotros queremos cumplir nuestras tareas cotidianas según la doctrina de Jesucristo, y debemos estar dispuestos a que se transparente nuestra fe en todas nuestras obligaciones familiares y profesionales. Pensemos un momento en nuestro trabajo, en nuestros compañeros, en nuestras amistades: ¿se nos reconoce como personas cuya conducta es coherente con su fe? ¿Nos falta audacia para hablar de Dios a nuestros amigos? ¿Nos sobran respetos humanos? ¿Cuidamos la fe de aquellos que, de alguna forma, el Señor ha puesto a nuestro cargo?
Una consecuencia de la fe firme es el optimismo y la seguridad de que las cosas saldrán adelante. El poder de Dios está con nosotros y disipa todo posible temor. Él que nos ha dado una vocación de santidad y una misión divina, nos dará también la gracia para cumplirla.
III. En todo tiempo hemos de fijarnos en Nuestra Señora, que vivió toda su existencia movida por la fe, pero especialmente en este tiempo de Adviento que es tiempo de espera, de esperanza segura, antes de que naciera el Mesías de su seno virginal. Bienaventurada tú que has creído, le dice su prima Santa Isabel.
Confianza y serenidad de la Virgen ante el descubrimiento mismo de su vocación. ¡Ella es la Madre de Dios! Es aquella criatura de quien venían hablando los Libros Sagrados desde los mismos comienzos del Génesis, la que aplastaría la cabeza del enemigo de Dios y de los hombres, la anunciada tantas veces por los Profetas. Yahvé ha mirado la humildad, la sencillez, de su esclava.
Serenidad confiada de la Virgen en el silencio que ha de mantener ante San José. María quería a José y le ve sufrir. Ella confía en Dios. Es posible que al seguir la propia vocación, o al actuar cumpliendo la voluntad de Dios, temamos hacer sufrir a las personas queridas. ¡Él sabe arreglar bien las cosas! «¡Dios sabe más!», ve más lejos. El cumplimiento de la voluntad de Dios, que siempre exige fe, es el mayor bien para nosotros y para quienes habitualmente tratamos.
Fe de la Virgen en los momentos difíciles que preceden al Nacimiento de Jesús. San José llamó a muchas puertas aquella noche santa, y la Virgen oyó muchas negativas. Fe ante la huida precipitada a Egipto. ¡Dios huyendo a un país extraño...!
Confianza de María cada día de los treinta años que Jesús vivió oculto en Nazaret, cuando no hay signos prodigiosos de la divinidad de su Hijo, sino un trabajo sencillo y normal.
Fe de María en el Calvario. «Avanzó la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz, junto a la cual no sin designio divino permaneció en pie, sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su Sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la Víctima que Ella misma había engendrado».
María vive con la mirada puesta en Dios. Ha puesto toda su confianza en el Altísimo y se ha rendido por completo a Él. Eso nos pide Ella a nosotros: que vivamos con una confianza inquebrantable en Jesús. Y esto, porque desea vernos serenos en medio de todas las tempestades, y porque debemos dar serenidad a quienes están cerca de nosotros. Quiere, sobre todo, vernos un día en el Cielo, junto a su Hijo.
Con la liturgia de la Iglesia rezamos: Dios y Señor nuestro, que en el parto de la Virgen has querido revelar al mundo entero el esplendor de tu gloria: asístenos con tu gracia, para que proclamemos con fe íntegra y celebremos con piedad sincera el misterio admirable de la encarnación de tu Hijo