En este despertar del amanecer de tu Triunfo, Yo, tu hijo, unido en la respuesta a tu llamado maternal, hago este solemne acto de consagración a tu Inmaculado Corazón.
Oh Santísima Virgen de Pureza, Mediadora de todas las gracias celestiales, habita en mi corazón, trae contigo a tu Esposo, el Espíritu Santo; así mi consagración será fructífera por medio de los regalos, gracias y dones infundidos por Su llegada. Con el poder de Su presencia permaneceré firme en confianza, fuerte y persistente en la oración y entregado en total abandono a Dios Padre.
Me comprometo a realizar en mí la conversión interior requerida por el evangelio, que me libre de todo apego a mí mismo, de los fáciles compromisos con el mundo, para estar como Tú, sólo disponible para hacer siempre la voluntad del Padre. Yo, (Nombre), tu hijo(a), en presencia de todos los ángeles de tu Triunfo, de todos los Santos del Cielo y en unión con la Santa Madre Iglesia, renuevo en las manos del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, los votos de mi Bautismo, y asumo todos sus compromisos.
Ofrezco, querida Madre, todo mi pasado, mi presente y mi futuro, las alegrías y las tristezas, las oraciones y los sacrificios, todo lo que soy y todo lo que tengo y todo lo que el Padre moldeará en mí.
Me comprometo a vivirla según tus deseos, con un renovado espíritu de oración y de penitencia; me comprometo a rezar el Rosario diariamente; me comprometo a un austero modo de vida conforme al Evangelio y me comprometo a ser un buen ejemplo para los demás en la observancia de la ley de Dios, en el ejercicio de las virtudes cristianas y en especial de la caridad, la humildad y la pureza de la infinita misericordia y amor de Dios Padre. Como un apóstol de tu Triunfo, te prometo, Madre, ser testigo de la divina presencia de tu Hijo en la Sagrada Eucaristía, la fuerza unificante de tu poderoso ejército. Que encuentre convicción, confianza en el único centro de unidad que es el Santísimo Sacramento.
«Que sea creada por Él en mí un alma de perfección» con la participación fervorosa en la celebración de la Eucaristía y en su apostolado.
Ruego que Su reflejo brille sobre todo el mundo y sobre todos los hombres. Prometo, Madre mía, la fidelidad a nuestro Santo Padre el Papa como el divino representante de Cristo entre nosotros.
Que esta Consagración le dé a Él la unidad de nuestros corazones, mentes y almas: llevar a una realidad el Triunfo de Tu Inmaculado Corazón, para que pueda descender sobre la tierra bajo su pontificado.
Te ruego, querida Madre, que me lleves en tus manos maternales para ser presentado a Dios Padre en el Cielo y ser así escogido y colocado al servicio de tu Hijo en forma especial, al aceptar los sacrificios del Triunfo de tu Inmaculado Corazón.
Quiero confiarte, Madre dulcísima y misericordiosa, mi existencia y vocación cristiana, para que Tú dispongas de ella para tus designios de salvación en esta hora decisiva que pesa sobre el mundo. Reina de los Apóstoles, Corredentora, guíame en medio de la oscuridad de este tiempo, en el que los rayos de tu amanecer vienen a dar luz a mi horizonte. Con el refugio de tu Inmaculado Corazón como mi faro, mándame a los campos de batalla con tu espada de la verdad y con la coraza de la virtud, para ser su reflejo.
Que el Espíritu Santo se manifieste sobre el mundo como un murmullo de oraciones a través de la unión de corazones. Yo, como tu hijo, te ofrezco mi Sí al uní- sono con el tuyo propio; te ruego que sea fortificado y permanezca fuerte hasta el final de esta batalla por la culminación de las promesas que hiciste en Fátima: la conversión de Rusia, la tierra de tu más grande victoria, y por medio de la cual vendrá la conversión del mundo entero y el reinado de la paz global.
Doy, Madre, mi amor y compromiso para que siempre estemos unidos en el SI de la eternidad y en las profundidades de tu Triunfante Inmaculado Corazón. Colócame en tu Corazón Inmaculado y cúbreme con tu manto. Amén
Yo, pecador infiel, renuevo y ratifico hoy en tus manos, Oh madre Inmaculada, los votos de mi bautismo. Renuncio a Satanás, a todas sus presunciones y a sus obras, y me entrego enteramente a Jesucristo, la Sabiduría Encarnada, para llevar mi cruz siguiendo sus pasos, todos los días de mi vida, y serle fiel de ahora en adelante.
En presencia de la Corte Celestial, te escojo en este día como mi Madre y Señora.
Me consagro a tu Corazón Inmaculado y te entrego, como esclavo, mi cuerpo, mi mente y mi alma; todos mis bienes, tanto interiores como exteriores; y aún el mérito de todas mis buenas obras pasadas, presentes y futuras. Particularmente te consagro a mi familia, otorgándote todo el derecho de disponer de mí y de todo lo que te pertenece según sea de tu agrado
CONSAGRACIÓN CORTA TRADICIONAL
Oh Señora mía, Oh Madre mía. Yo me entrego del todo a Ti. Y en prueba de mi filial afecto te consagro desde este día mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón, en una palabra: todo mi ser. Y ya que soy tuyo, Oh Madre de Bondad, protégeme y defiéndeme, como hijo y posesión tuya, Amén
CONSAGRACIÓN A MARÍA
Virgen María, Madre mía, me consagro a ti y confío en tus manos toda mi existencia. Acepta mi pasado con todo lo que fue. Acepta mi presente con todo lo que es. Acepta mi futuro con todo lo que será. Con esta total consagración te confío cuanto tengo y cuanto soy, todo lo que he recibido de Dios. Te confío mi inteligencia, mi voluntad, mi corazón.
Deposito en tus manos mi libertad; mis ansias y mis temores; mis esperanzas y mis deseos; mis tristezas y mis alegrías. Custodia mi vida y todos mis actos para que le sea más fiel al Señor y con tu ayuda alcance la salvación.
Te confío ¡Oh María! Mi cuerpo y mis sentido para que se conserven puros y me ayuden en el ejercicio de de las virtudes. Te confío mi alma para que Tú la preserves del mal. Hazme partícipe de una santidad igual a la tuya: hazme conforme a Cristo, ideal de mi vida. Te confío
mi entusiasmo y el ardor de mi juventud, para que Tú me ayudes a no envejecer en la fe. Te confío mi capacidad y deseos de amar. Enséñame y ayúdame a amar como tú has amado y como Jesús quiere que se ame.
Te confío mis incertidumbres y angustias, para que en tu corazón yo encuentre seguridad, y sostén y luz, en cada instante de mi vida.
Con esta consagración me comprometo a imitar tu vida. Acepto las renuncias y sacrificios que esta elección me comporta, y te prometo, con la gracia de Dios y con tu ayuda, ser fiel al compromiso asumido.
Oh María, soberana de mi vida y de mi conducta, dispón de mí y de todo lo que me pertenece, para que camine siempre junto al Señor bajo tu mirada de Madre.
¡Oh María! Soy todo tuyo y todo lo que poseo te pertenece ahora y siempre.
Fe
La perfección de la consagración es tener confianza como la de un niño en Mí, su Madre; esta confianza hace que tu alma recurra a mi Inmaculado Corazón con mucha sencillez y ternura; tú me implorarás a todas horas, en todo lugar y por sobre todas las cosas: en tus dudas para iluminarte, en tus extravíos para que encuentres de nuevo el camino correcto, en tus tentaciones para sostenerte, en tus debilidades para fortalecerte, en cada día para que yo pueda levantarte, en cada desánimo para que yo pueda consolarte, en tus cruces, afanes y tribulaciones de la vida para darte valor, para aceptar y soportar. Debemos buscar la faz de Nuestra Señora cada mañana tal como un niño busca la cara de su madre cuando se despierta; y si no la ve, comienza a llorar hasta que ella se acerca.
Así debemos tratar a Nuestra Madre, María. No debemos temer llamarla a Ella cuando estamos seguros de su paradero. Si nos sentimos solos, no debemos dudar en llamarla inmediatamente. Debemos escudriñar en busca de su mano, asirnos a Ella y no soltarla jamás. Es por medio de nuestra consagración como estaremos aptos para encontrar su mano en medio de la oscuridad.
En nuestra consagración le entregaremos a Ella nuestras inseguridades y debilidades y depositamos nuestra confianza dentro de su Inmaculado Corazón. Le debemos ofrecer a Ella nuestros corazones cada día y así Ella puede darnos su guía y alegría en cada obstáculo
que encontremos.
Finalmente, debemos entregarnos a Ella en total abandono poniéndonos completamente a su servicio. A cambio Ella coloca todas nuestras obras a los pies de su Hijo.
Ella pide que unamos nuestros corazones al de Ella sin vacilación, sin reserva, o sin dispensa; que nos abandonemos a Ella totalmente.
A pesar de todo lo que Ella le ha dado al mundo en el curso de los siglos, muy especialmente en el curso de nuestra vida, nosotros continuamos creyendo firmemente que nuestros corazones están mejor cuidados por nosotros mismos.
Fe es tener como cierto todo lo que Dios ha dicho; Creer las verdades reveladas por Dios y enseñadas por la Iglesia. La fe no se entiende. Fe es creer lo que no entendemos y no vemos. Si entendié- ramos ya no sería fe sino ciencia. Algunos dicen: “Yo no creo”, porque les parece muy difícil lo que enseña la religión. Más bien deberían decir: “Yo no entiendo”. Cuanto más nos cueste entender eso que creemos, mayor será nuestro premio
La fe es un regalo de Dios. San Pablo dice: “Gratuitamente habéis sido salvados por medio de la fe, y la fe es un regalo de Dios (Ef 2) La fe es muy importante porque la Sagrada Biblia dice: “Si tenéis fe, aunque sea tan pequeña como un granito de mostaza, nada os será imposible.
Todo cuanto pidáis con fe en oración recibiréis –dichosos los que crean sin haber visto- Según sea tu fe, así serán las cosas que te sucederán. Todo es posible para el que cree. Nada es imposible para los que tienen fe. –El que crea se salvará y el que no crea se condenará. El que crea en el Hijo de Dios tendrá vida eterna”.
Para que se nos aumente la fe debemos pedirle a Dios, como los apóstoles que le decían: “Señor auméntanos la fe”. Debemos también leer y escuchar con gusto y frecuentemente la Palabra de Dios porque ella aumenta la fe. Y evitar las amistades con gente que no cree y las malas lecturas y películas, porque esto disminuye y acaba la fe.
Esperanza
El «Sí» que Dios desea es el «Sí» de la eternidad. El propósito de la venida de Jesús a la tierra fue la salvación de las almas. Nuestra Señora permaneció en completa unión con todo lo que Él hizo, y su parte como corredentora no podrá nunca ser separada; Deseo guiarlos hacia el mensaje completo del Evangelio, de esta manera ustedes podrán moldear sus vidas y así ganar la corona del cielo.
La devoción a Nuestra Señora es necesaria para todo el mundo a fin de conseguir su salvación. Es aún más importante para aquellos que aceptan el llamado a la perfección. No es posible adquirir una intima unión con Dios y con el Espíritu Santo sin una sincera unión con Nuestra Señora. Esta unión conlleva una gran dependencia a su buena voluntad e instintos maternales. Es el corazón de Nuestra Señora el que gana el acceso a la puerta del estrecho camino al Cielo.
Al llevar esta carga, se gana el mérito de la felicidad eterna; por esto, nosotros tenemos que someter nuestras voluntades a la vivencia evangélica para así aplastar el obstáculo a la santidad.
Nuestra Señora nos pide que avancemos en santidad, pero es solo por su mano como se nos da el modo para cumplirlo. (6 md) Por medio del deseo de santidad, Nuestra Señora puede darle a tu alma su propia fe, que es la mayor que puede existir en la tierra. Ella te da confianza, porque tú no te acercaras a Dios solo, sino siempre con Ella. (19 md) Te digo que este es el llamado a la santidad en estos días, es la gracia de renovación y transformación, en forma igualmente personal y universal. (30 ms) Por favor escuchen y reciban mi Corazón de esta manera, porque yo solo tengo un deseo; este deseo es el de conducirlos hacia la santificación y que su santidad es el deseo más grande de Dios en el Cielo».
¿A qué altura está llamada a volar nuestra alma? Sin la consagración es imposible la conexión de Dios y Nuestra Señora, al grado en que Él ha destinado que ofrezcan nuestras almas. Quien se niegue a Nuestra Señora nunca podrá alcanzar la altura donde Dios desea llevarla; estas gracias que vienen de Dios son dadas con la intención de que sean aceptadas únicamente dentro de la unión que Él ha creado. El alma se formará en Jesús y Jesús dentro del alma, porque la cámara de los sacramentos divinos está en el seno de Nuestra Señora, donde Jesús y todos los elegidos han sido formados.
Muchos desean llegar a ser santos pero quieren que Dios haga todo el trabajo y que Él los lleve a la gloria eterna sin esfuerzo o inconveniencia para ellos; pero esto es imposible, la ley divina de Dios declara que la carga debe ser llevada por los dos, para mostrar que su mano divina y nuestra cooperación son indispensablemente necesarias para crear la santidad del alma
La esperanza es la virtud por la cual estamos seguros de que Dios nos premiará en la otra vida con los goces del cielo, si en esta vida hacemos lo que Él ha mandado. Y que en esta vida nos concederá todo lo que necesitamos para poder conseguir la salvación. Y todo esto por los méritos de Cristo.
Dijo el salmista: “Soy viejo y hasta ahora no he visto a ninguno que haya puesto su esperanza en Dios y haya sido abandonado”. Y Dios dice por medio del profeta: “Aunque tu madre y padre te abandonen yo nunca te abandonaré”.
Cuando San Pablo estaba muy desanimado por sus sufrimientos, Dios le hizo ver lo que tiene destinado en la eternidad para los que cumplen los mandamientos, y el Apóstol exclama: “Ni el ojo vio, ni el oído puede tener idea de lo que Dios tiene preparado para los que lo aman”.
En adelante San Pablo vive siempre alegre en medio de sus sufrimientos, porque recuerda los premios que le esperan en el Paraíso, y repite: “Si nuestra esperanza es solo para esta vida, somos los seres más desdichados. Pero no. Cristo sí resucitó, y nosotros también resucitaremos”
No os entristezcáis como los que no tienen esperanza: Dios llevará consigo a quienes fueron amigos de Jesucristo. Seremos llevados por las nubes al encuentro con el Señor y estaremos siempre con Dios. Consolaos con estas palabras”
Caridad
Ángel mío, deseo pedirles a todos mis hijos: antes de comenzar el Acto de la Consagración, antes de la primera palabra de promesa de sus corazones, que deben examinar su vida interior.
La unión de nuestros corazones esta hecha de puros obsequios de amor. Si no encuentran que este es el motivo, el alma debe detenerse, retroceder y volver a comenzar. Solamente cuando esté invadida por un irresistible amor por mi Inmaculado Corazón podrá consagrarse definitivamente.
Este es el verdadero Acto de Consagración, un intercambio de corazones con una total entrega tuya a mi amor y una entrega total de mi amor hacia ustedes. El amor es el único regalo del Padre, con el amor viene todo lo demás. Tú no puedes florecer en este acto sin la base de amar.
En la preparación para la consagración, el alma debe permanecer abierta; y el deseo fundamental de amar a Nuestra Señora debe estar presente. Este tiene que ser un deseo puro, sin complicación y sin otro motivo más que el de puro amor hacia Ella.
La consagración levanta el alma hasta el punto donde Dios se mueve hacia ella para elevarla por encima de la capacidad humana de amar; en esencia, Dios levantará el alma al conocimiento del Cielo. Esta es la era de la gracia divina, está en medio de nosotros para penetrarnos profundamente con la bondad de la Misericordia de Dios.
La caridad es una virtud sobrenatural por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas, y amamos al prójimo como a nosotros mismos, por amor a Dios. Tiene, pues, un doble objeto: Dios y el prójimo. Pero un solo motivo, pues amamos a Dios por sí mismo y al prójimo por amor a Dios.
Un sabio se acercó a Jesús y le dijo: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de todos?” Jesús le respondió: “El mandamiento más importante de todos es: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
El segundo es: Amarás a tu prójimo como te amas a ti mismo. No hay mandamiento más importante que éstos”. La caridad es la más excelente de todas las virtudes, porque le da sentido y mérito a todas las demás virtudes. El Amor a Dios tiene tanta gracia que por sí sola justifica al pecador, esto es le borra os pecados (aunque no lo exime de la obligación de confesarlos). En otras palabras, un acto de amor profundo a Dios equivale a un acto de contrición perfecto, que trae una reconciliación con Dios aún con toda una carga de pecados mortales a cuestas, y que permite en caso de muerte, salvar el alma, aunque no haya alcanzado a confesarse. ¿Cómo se conoce que alguien tiene caridad? Si vemos que se esfuerza por cumplir los mandamientos y por no pecar; si hace con frecuencia actos de amor a Dios, dándole gracias por sus favores, pidiéndole perdón por los pecados y ofreciéndole lo que hace y lo que sufre. Y si trata a los demás como quisiera que los demás lo trataran a él mismo. San Juan dijo: “Se conoce el que es de Dios en que se esfuerza por cumplir los mandamientos (1 Jn 3, 24) y por no pecar (1 Jn 5, 18). San Francisco de Sales recomendaba como el mejor método para aumentar el amor de Dios: “recordar sus favores y darle gracias por ellos”. Y Jesús dio la ley de oro en el trato con el prójimo: “Todo el bien que de-seáis que los demás os hagan a vosotros, hacedlo vosotros a ellos” (Mt 7, 12). No es fácil cumplir humanamente por esfuerzo de la voluntad amar al prójimo como Dios lo pide: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. En esto conoceréis que sois mis discípulos, si os amáis los unos a los otros” (Jn 15, 12. 13, 35). Es especialmente difícil cumplir, por ejemplo con “Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen y orad por los que os persiguen y calumnian
Y en el Padre Nuestro nos da a entender que si no perdonamos, Él tampoco nos perdonará, ya que le decimos: “perdónanos… así como nosotros perdonamos”. Con ciertos familiares y ciertas personas con las que tenemos afinidad nos “nace” amarlos, “a veces”. Con esfuerzo conseguimos amarlos muchas veces, pero con el tiempo… fallamos y en ocasiones gravemente.
Qué no decir con las personas cercanas difíciles con las que tenemos que relacionar frecuentemente y qué decir de las relaciones con nuestros “enemigos”. Tenemos la carga del pecado original. Necesitamos de la gracia y del don del Amor, que viene del Espíritu Santo como virtud infusa. Para conseguirlo necesitamos de la intersección de la medianera de todas las gracias: La Santísima Virgen María.
Humildad
La humildad es la base y la guardiana de todas las virtudes; el Señor ha prometido escuchar todas nuestras oraciones. Al orgulloso, Él, le oye con oídos sordos y se resiste a sus peticiones; pero con el humilde, Él, es generoso más allá de toda medida; a ellos Él les abre sus manos y les concede todo lo que ellos pidan o deseen.
A través de nuestra consagración nosotros ganamos en esta gracia, pero es solo en la humildad como nosotros podemos realizar y disfrutar de nuestra promesa; con el Fiat que haremos vienen los bloques que forman el cimiento del Triunfo de Nuestra Señora dentro de nuestros propios corazones. Humilla tu alma ante el señor y espera de sus manos cualquier cosa que busques.
Recuerda que el orgullo es el mayor adversario del hombre, es la semilla de la discordia y de la ilusión; el tiempo es tan crítico ahora, que yo no puedo expresarte la importancia de tus sinceros esfuerzos en estos días.
Reina y abogada mía, asísteme para humillar mi corazón y mi alma ante la gloria de Dios, concédeme la gracia de la humildad en el momento de mi consagración para que yo pueda imitar la intensidad de tu propio Fiat Debemos recordar que el espíritu humilde siempre vencerá sobre el orgullo.
«Porque quiso mirar la condición humilde de su esclava»
¡Oh Inmaculado Corazón de María!,… deseo no ver las faltas que Satanás exagera en los demás, que todos sean para mí como tus hijos queridos, así como tú has hecho conmigo. Destierra de mi alma el pecado del orgullo, que no me deje llevar por ilusiones y engaños creados por Satanás; deseo buscar el corazón de cada persona para que con nuestras obras juntemos nuestros corazones por el bien de tu triunfo.
¡Oh Inmaculado Corazón de María!, te pido tu intercesión para obtener la gracia de la humildad para mi alma; para que reconociendo la grandeza de la obra de Dios en mí pueda yo humillarme ante su presencia.
Nosotros no debemos descansar en nuestro deseo intenso para alcanzar la santidad, sino que debemos correr continuamente para poder obtener la corona de pureza adornada con virtud; esta es una corona incorruptible que Nuestra Señora desea tanto colocar sobre nuestra alma a través de nuestra consagración a su Inmaculado Corazón.
Vengo Para traer la abundancia de los bienes del Cielo; Dios Padre me envía con la gracia de estos bienes preciosos para ser conferidos al alma, el halo de pureza adornada con todas las virtudes. Es mi deseo colocar esta corona sobre cada uno de los corazones, que se arrodillen ante mí altar para entregarme su corazón.
¡Oh Inmaculado Corazón de María!, concede a mi alma el don de la gracia para obtener un ardiente deseo de sinceridad, pureza y simplicidad! En estos dones del alma me será posible retener la inocencia de mi consagración. Ayúdame a luchar con todas mis fuerzas para preservar lo que ya poseo.
¡Oh Inmaculado Corazón de María!, ayúdame a avanzar en perfección mediante el deseo de obtener virtud y pureza; «Crea en mi, Oh Dios, un corazón puro, pon en mí Espíritu firme»
El triunfo de su Corazón Inmaculado en nosotros sólo se podrá encontrar cuando tú te consideres como nada, porque es entonces cuando Dios llevará tu alma hasta las alturas de una sagrada unión.
¡Oh Inmaculado Corazón de María!, te ofrezco la disposición de mi pequeño corazón. Enséñale la virtud y construye dentro de él un alma de pureza, de simplicidad y un espíritu infantil
La soberbia y el orgullo La soberbia o el orgullo es creerse autosuficiente; considerarse mejor que los demás, andar buscando que los otros nos admiren y nos alaben; hablar de sí mismo con vanidad y buscar más aparecer bien ante las criaturas que ser estimados por Dios. Nuestro Señor decía: “El que se enorgullece será humillado. Tened cuidado de no hacer las obras para ser alabados por la gente, porque en este caso ya no tendréis premio de vuestro Padre Celestial. Cuando des limosna no andes haciéndolo saber a todo el mundo como hacen los hipócritas. Os digo que ellos ya recibieron su recompensa”. (Mt 6) Dos hombres subieron al templo a orar. El uno un fariseo y el otro un publicano. El fariseo oraba de pie diciendo: “Te doy gracias oh Dios porque yo sí no soy como los demás hombres. Yo ayuno y pago los diezmos. No soy como ese publicano”. En cambio el publicano humilde oraba de rodillas y no se atrevía ni a levantar los ojos y decía “Misericordia de mí”. –Señor que soy un gran pecador”. Y Dios oyó y santificó al publicano por ser humilde, pero no al fariseo porque era orgulloso. (Lc 18, 10) Los efectos del orgullo son graves, tanto en nuestra relación con Dios, como con el prójimo y con nosotros mismos. Para con Dios, nos hace olvidar que es nuestro creador y que todo lo que tenemos es don suyo: “¿Qué tienes que no has recibido? (1 Cor 4, 7); y nos hace olvidar que es nuestro fin, y nos lleva a buscar, no su gloria sino nuestra gloria y satisfacción.
Para con el prójimo, nos mueve a buscar con avidez los elogios, a des-conocer sus méritos y a tratarlo con desprecio y altanería. Para con nosotros mismos, nos engaña exagerando nuestras cualidades y ocultándonos nuestros defectos. Nacen de la soberbia la presunción, la ambición y la vanagloria.
La presunción nos lleva a emprender cosas superiores a nuestras fuerzas, y a querer vencer las tentaciones sin acudir a la oración; la ambición, al deseo inmoderado de honores y dignidades; la vanagloria, al deseo desordenado de que otros nos alaben.
Esta última, la vanagloria, se expresa por ejemplo en la vanidad, cuando los motivos en que descansa son enteramente fútiles como vestidos, cabellos, adornos, joyas, etc., hipocresía, cuando lleva a disimular los defectos (sin intentar corregirlos) y fingir cualidades que no se poseen, y la ostentación cuando se vive haciendo alarde de riquezas, ingenio, hermosura, etc.
Contra el orgullo, humildad Es muy importante combatir el orgullo, porque
a) lo tenemos muy dentro del alma por el pecado original y por el frecuente uso de él como tentaciones por Satanás,
b) ya que no es sino una exageración del amor a nosotros mismo; y
c) porque nos lleva a funestos resultados con grave peligro de perdición del alma.
El orgullo nos priva de muchas gracias, porque “Dios resiste a los soberbios” (1 Pe 5, 5); nos despoja de muchos méritos, pues destruye la recta intención de las obras, y es fuente de muchos defectos y faltas.
A La soberbia se opone la virtud de la humildad, que nos hace reconocer que por nosotros mismos nada somos, podemos ni valemos, y a obrar de acuerdo con este convencimiento. La soberbia fue el pecado por el cual cayó Lucifer del alto puesto que tenía en el cielo y con el cual busca tentar a la humanidad hoy día. Lo hace con sistemas religiosos como la Nueva era, o sistemas sociopolíticos como los fomentados por la masonería que quieren implantar un nuevo orden mundial que prescinde de Dios con esfuerzos solo humanos. Caemos muy fácilmente en él sin la ayuda de la gracia, y la ayuda de la Medianera de todas las gracias.
La Virgen María es el modelo perfecto de la humildad, y quien se acoja a su ayuda tiene garantizada la virtud base de todas las demás.
Paciencia
Consuélate en los sufrimientos de las pruebas de tu consagración, con la esperanza del paraíso; aceptamos nuestras cruces con paciencia para que nuestros sufrimientos puedan ser meritorios.
Para ganar el Cielo toda labor en la tierra es pequeña, sería poco sufrir todas las penas de la tierra por el disfrute de un solo momento en el Cielo. Cuanto más debemos abrazar las cruces que Dios nos manda sabiendo que los cortos sufrimientos aquí, nos ganarán una felicidad eterna.
No debemos sentir tristeza, sino consuelo de Espíritu cuando Dios nos manda las pruebas aquí abajo. Los que pasan a la eternidad con los más grandes meritos, recibirán los más grandes premios. A cuenta de esto, Dios nos manda tribulación.
Las virtudes, que son las fuentes del mérito, son practicadas solamente con hechos. Los que tienen más frecuentes ocasiones de pruebas hacen más actos de paciencia; los que son insultados tienen mayores oportunidades de practicar la humildad, benditas las almas que sufren aflicción con paz, pues ellas, por estos méritos recibirán la corona de la gloria. Ellas son las almas que ganarán el centro de la virtud y la corona de la pureza.
¡Oh Inmaculado Corazón de María!, Me ofrezco totalmente para privarme de todos los apegos mundanos, a sufrir la cruz que abrazo con pasión y permanecer firme a tu lado en orden de batalla, listo para defender el Triunfo de tu Inmaculado Corazón. «Él se fijó en la felicidad que le estaba reservada, y por ella no hizo caso a la vergüenza de la cruz»
La paciencia forma parte de la virtud moral de la fortaleza que es la que fortifica nuestra voluntad para el bien obrar, para emprender obras difíciles y para soportar graves males. En este último caso, la virtud de la fortaleza cobra la manifestación de soportar sin desfallecimiento los males que se presentan en el camino y en el cumplimiento de proyectos de vida, como son las enfermedades, los reveses, las penas, y las injusticias de la vida.
La paciencia como todas las virtudes es el término medio entre dos extremos como son, en este caso, la tristeza y la ira. La paciencia evita que, ante las contrariedades y los obstáculos en el camino caigamos entre los extremos del abandono depresivo o la ira desmedida y mal encausada. Si queremos apreciar y desarrollar la paciencia, debemos entender los vicios opuestos de la depresión y de la ira. No nos vamos a detener acá en el manejo de la depresión hasta alcanzar la virtud de la paciencia (queda como trabajo de investigación) y manejemos el vicio capital de la ira que es opuesta a esta virtud. Entendiendo este vicio podemos poner más de nuestra parte para su manejo con esfuerzo de la voluntad, y para pedir la gracia de la virtud infusa de la paciencia como regalo del Espíritu Santo, con la mediación de la Virgen María. Contra la ira, paciencia La ira es la inclinación desordenada a estallar en arrebatos de cólera y a ofender a los demás con palabras o a vengarse de los que nos han ofendido. Vemos entonces, que hay dos cosas: el acaloramiento de ánimo cuando algo nos contraría y el deseo desordenado de venganza. En cuanto al acaloramiento de ánimo ante una acción mala, sin excederse en el modo es natural y buena, pero irritarse por lo que no vale la pena o excediéndose en el modo, es malo. Peor cuando hay irritación ante un hecho bueno, por ejemplo por envidia o celos injustificados. En cuanto al apetito de venganza, es desordenada cuando se busca una venganza, o no merecida, o mayor de la merecida; o peor, una venganza personal nacida del odio.
No es desordenada cuando se pide a la autoridad la aplicación del castigo merecido en reparación del derecho lesionado. La ira es causa de odios, maledicencia, enemistades y otros pecados. De ahí la necesidad de refrenarla. San Pablo recomendaba: “Alejad de vosotros toda ira, toda cólera, los gritos y las palabras ofensivas. Sed más bien muy amables unos con otros, perdonándoos mutuamente como Dios perdonó en Cristo”
El modelo perfecto para dominar la ira es Cristo. Él dijo “Aprended de Mí que soy manso y humilde de Corazón.” Y San Pedro dice de Jesús: “Él al ser crucificado no respondió con insultos; al ser tratado mal no amenazaba sino se callaba” . El segundo mejor ejemplo de paciencia es el de la Virgen María que en todas las penas que tuvo que soportar en su vida terrena, las afrontó con absoluta abnegación y paciencia.
Quien desea dominar su ira debe pedir mucho a Dios la paciencia y procurar descansar un día cada semana, salir de paseo, oír músicas suaves y agradables, no afanarse tanto por el futuro, e ir acostumbrándose a no disgustarse por pequeñeces. Todo esto es muy provechoso para obtener un buen genio y ser más feliz. Pidamos esta importante gracia al cielo diariamente en esta coronilla durante los treinta y tres días preparatorios de la Consagración
Perseverancia
Satanás vendrá a apartarnos de este santo intento; por esto, debemos fortalecernos cada día más, para sentir siempre el fervor que experimentaremos al momento de la penetración del Espíritu Santo en nuestras almas, de acuerdo a la promesa de Nuestra Señora al pronunciar nuestro Fiat.
No se desanimen cuando encuentren que no han llegado a la perfección que ustedes querían; si se decepcionan por las imperfecciones que desean corregir, esto sería ceder a una gran ilusión de Satanás.
El alma que siempre acaricia el deseo ardiente de avanzar en la virtud y se esfuerza continuamente en seguir adelante, podrá obtener, con la asistencia divina, la perfección que se puede alcanzar en esta vida; el descorazonamiento da lugar a que se pierda la esperanza en las gracias obtenidas por medio de tu voto a la consagración; la promesa de la consagración es la marca del vínculo eterno de un puro «Fiat».
¡Oh Inmaculado Corazón de María!, ruego tener las fuerzas para sobrellevar las aflicciones con las cuales Dios probará mi amor. Que los méritos del Cielo permanezcan imbuidos en mi mente y que la llama del amor sagrado permita a mi alma alcanzar la gloria eterna. Envía tus ángeles, Madre querida, para proteger y cosechar este corazón consagrado.
Me abandono a tu cuidado compasivo, solo deseo ser tu hijo. Guarda mi espíritu con tu manto de protección, ayúdame, Virgen Santísima a buscar ayuda y refugio en ti. «Es verdad, me parece que los que sufrimos en la vida presente no se puede comparar con la gloria que ha de manifestarse después en nosotros»
La virtud de la perseverancia o constancia también forma parte de la virtud moral de la fortaleza. La fortaleza fortifica nuestra voluntad en el bien obrar, en este caso para emprender grandes obras, proyectos de vida e iniciativas apostólicas, y perseverar en el esfuerzo hasta coronar la obra emprendida. Por ejemplo, perseverar hasta cumplir los treinta y tres días de preparación y hacer nuestra consagración al Inmaculado Corazón de María. Como virtud, la perseverancia es el término medio entre la inconstancia, flojedad e ánimo y pereza, en que se cede al cansancio y las dificultades encontradas en el camino, y la terquedad que lleva a la ejecución obstinada e irracional, cuando definitivamente es obvio que el objetivo propuesto es inalcanzable, o el camino emprendido no fue el correcto y hay que redirigir el esfuerzo.
La inconstancia es un vicio muy común y suele tomar la forma de pereza, que es uno de los siete pecados capitales. Ampliemos el tema de la pereza como vicio para apreciar por contraste la virtud de la perseverancia Contra la pereza, diligencia (o perseverancia) La pereza es el decaimiento del ánimo en el bien obrar. Puede ser corporal, cuando nos hace descuidados en el trabajo y nos lleva a perder tiempo, o espiritual, cuando nos hace negligentes en la oración y demás deberes religiosos.
Hay una pereza especial y grave, que consiste en sentir fastidio por la fe y los dones divinos a causa de las obligaciones que nos impone. “La ociosidad es la madre de todos los vicios” (Ecl 33, 29), nos dice la Sagrada escritura.
La ociosidad hace nuestra vida inútil, la siembra de tentaciones, y causa la ignorancia, el tedio y la miseria. A la pereza se opone la diligencia y la perseverancia en el alcance de los fines propuestos, virtudes que nos mueven a obrar con esmero y buen ánimo en toda clase de obras buenas. Pidamos a la Virgen María que interceda por nosotros ante el cielo para que nos sea regalada la virtud de la perseverancia.
Obediencia
Nosotros debemos consagrar cada nuevo día a su servicio, uniendo nuestra voluntad a su voluntad en su constante aceptación. Lo más querido que tenemos es nuestra propia voluntad y Dios nos pide continuamente que se la ofrezcamos como un sacrificio; nada contenta más a Dios que el ofrecimiento de nuestra propia voluntad, sin reserva; feliz el alma que no tiene más voluntad que la de Dios.
Se nos pide que relevemos nuestros deseos y que resistamos a nuestra voluntad, para así poder estar vacíos, para después ser llenados con su voluntad.
¡Oh Inmaculado Corazón de María!, permite que mi alma sea conducida de la manera que Dios desea; te suplico Madre querida, que me hagas saber qué es lo que más complace a Dios. Ayúdame para que mi alma viva en su divina voluntad y para que así pueda traerle el sacrificio de mi voluntad propia como una ofrenda de mi unión con Él. Haz que mi alma vuelva al unísono con los deseos del Espíritu Santo, para que pueda ser llevada solamente a los lugares que Él designe.
«Yo soy la sierva del Señor; hágase en mí lo que has dicho»
Debemos comenzar a preguntar «¿có- mo?» en todo lo que Él pida. En nuestra consagración descartamos la necesidad de preguntar «¿por qué?» a Él. Es la profundidad de nuestra sinceridad lo que nos permite abrir más nuestros corazones para comprender la Santa Voluntad de Dios. Debemos entregarnos con alegría a convertimos en el reflejo de este Corazón majestuoso.
Debemos comprender lo que significa la solicitud del corazón; consiste en expulsar del alma cada afecto que no sea para Dios y en buscar en nuestras acciones solo la complacencia de su Sagrado Corazón. En esencia, la solitud de corazón implica que tú puedas decir con sinceridad: «Dios mío, yo te deseo a Ti solamente y nada más».
Nosotros debemos separarnos de todas las cosas, buscándolo solo a Él y así encontraremos su corazón en abundancia; no se puede buscar ni encontrar a Dios si Él no es conocido por el alma.
El corazón ocupado por los afectos del mundo no puede reflejar puramente su luz divina; el alma que desea ver a Dios tiene que remover el mundo de su corazón, el alma que desea ver a Dios tiene que retirarse a un corazón abierto; un corazón simplemente enfocado a Él. (10 d) ¡Líbrame, Madre mía, de mí mismo!.
La virtud de la obediencia también forma parte de la virtud moral de la humildad. Pedía Jesús en el Evangelio: “Aprended de Mí que soy manso y humilde de Corazón.”. La obediencia es esa mansedumbre y docilidad pedida por Jesús, y que contrasta con la rebeldía a las leyes y a las autoridades. Esta rebeldía es una manifestación de la soberbia, opuesta a la humildad. Dios creó el mundo con una estructura jerárquica y unas leyes que espera sean acatadas por sus criaturas. Esto se manifiesta en las leyes divinas y en las leyes naturales. Respecto a las leyes divinas, Dios espera de nosotros que lo amemos, lo respetemos y le rindamos culto, que cumplamos los diez mandamientos, los mandamientos de la Santa Madre Iglesia y la ley del amor. Espera obediencia de nuestra parte. En cuanto a las leyes naturales, Dios da autoridad a algunas personas sobre otras, para guiarlas en su camino hacia el bien.
Los padres tienen responsabilidad sobre los hijos y tienen una autoridad sobre ellos que demanda obediencia y respeto. Los fieles deben ser obedientes a las jerarquías y al Magisterio de la Iglesia. Los ciudadanos deben ser obedientes a las leyes y autoridades de la Patria. Los empleados deben ser obedientes y respetuosos a sus jefes en las empresas, los empleados domésticos a los patrones, os estudiantes a sus profesores, las esposas a los esposos en los hogares bien constituidos
Es el orden natural puesto por Dios y sin el cual la sociedad se desintegra y no es posible la convivencia. Debemos acatar las autoridades constituidas y serles obedientes
Pero el espíritu de rebeldía se ha propagado actualmente sobre toda nuestra sociedad, atizado por el “Príncipe de este mundo”, el Rebelde original, que quiere hacernos caer en el pecado que lo alejó eternamente del cielo. Hay actualmente una rebeldía generalizada contra cualquier figura de autoridad y contra las obligaciones impuestas por ellas para el bien común fomentado por los medios de comunicación.
Los muchachos ya no son obedientes a los padres, los ciudadanos irrespetan a las autoridades, los fieles no acatan las leyes de la Iglesia, los empleados son rebeldes al orden empresarial constituido, la mujer cae en falsas liberaciones femeninas que desintegran las familias, los legisladores emiten leyes contra la ley de la vida y el orden natural, etc.
Todos claman por derechos pero no están dispuestos a cumplir con sus deberes. La humildad, la docilidad, la sumisión, la mansedumbre, lejos de ser consideradas virtudes, hoy día se consideran vicios y manifestaciones de complejos de inferioridad y de falta de “asertividad”.
Ante tanto bombardeo de antivalores fá- cilmente caemos en el vicio de la soberbia y la rebeldía. Y este vicio lleva a todos los demás y a la pérdida del cielo. La Virgen María es nuestro modelo perfecto de la virtud de la obediencia: “He aquí la esclava del Señor; hágase en Mí según tu palabra”. Subordinemos nuestra voluntad a la voluntad del Padre, como hizo Jesús en el Huerto de Getsemaní. Pidamos en la coronilla el regalo de esta virtud y hagamos un esfuerzo de nuestra parte para descontaminarnos del antivalor de rebeldía que impera en nuestra sociedad.