Día 26: María, Madre, que no te quedaste con la alabanza de tu prima Isabel, sino que la referiste a quien
correspondía en verdad, diciendo: «El Señor hizo en mí maravillas»; enséñame a reconocer la mano de Dios en todo y a darle gracias por todo.
Te ofrezco: repetir durante el día esta jaculatoria de la beata Maravillas de Jesús: «Lo que Dios
quiera, como Dios quiera, cuando Dios quiera».
Meditación: María ama, María consuela y cubre con su Manto de amor, otorgando la curación del alma y del cuerpo a sus hijos enfermos. Intercede ante el Señor para nuestra sanación. Sino siempre se cura el cuerpo, es porque no nos conviene, pero María nos ayuda y conforta aliviando el dolor y sanándonos el alma con sus bellas lágrimas.
Oración: María salud de los enfermos, no sólo del cuerpo, sino de todos los que no tenemos un corazón bueno. Madre de todos los dolores, de los más atroces, sánanos en cuerpo y alma para que prestemos a Dios alabanza. Amén.
Decena del Santo Rosario (Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).
Florecilla para este día: Orar a María por la salud de un enfermo, pidiendo su poderosa intercesión para su sanación física y espiritual.
Amapola
Mes de mayo
Día 26
Invocamos a María con este hermoso título, "Consuelo de los afligidos". En realidad no es un título. Suena mal, aplicado a cualquier madre y todavía más a la Madre del Cielo.
¡Es una realidad! Una actividad permanente que nuestra Madre nunca deja de llevar a cabo, consolar a sus hijos afligidos, enjugar las lágrimas de nuestro corazón, soplar dulcemente sobre las heridas que escuecen nuestra alma, estrecharnos fuertemente contra su Corazón Inmaculado.
¿Quién sino María, nuestra Madre, es la buena samaritana que nos encontramos en todos nuestros caminos, siempre dispuesta a socorrernos, consolarnos y sanar nuestras dolencias más íntimas y profundas?
El Corazón Inmaculado de María es un pozo rebosante de aguas que van creciendo en la medida en que Ella va recogiendo todas y cada una de las lágrimas de todos los que formamos esta pobre humanidad.
Ella no deja que se pierda ninguna de esas lágrimas y las une a las suyas y a las de su Hijo para que el amor sepulte bajo sus aguas todo egoísmo, toda maldad, toda iniquidad.
¿Cómo consuela María a sus hijos? Envolviéndonos en su amor, arropándonos en su ternura casi infinita, y sobre todo acercándonos a Aquél que es el médico y la salud de todos nosotros, su divino Hijo Jesucristo.
Parece que el Corazón de María hubiese sido creado por Dios especialmente para ejercer ese ministerio de la consolación sin el cual nuestra vida sería como una tierra en la que jamás brillase el sol.
Sin sus consuelos maternales nos moriríamos de frío y desamor.
¿En que fuentes hace Ella acopio de las aguas de la consolación que luego distribuye en todos los corazones?
María recibe permanentemente el torrente del amor divino, el caudal de la misericordia infinita de nuestro Dios y deja que ese amor pase incontaminado a través de Ella para regar de consuelo y de paz nuestros corazones.
La Virgen Santísima no es tan sólo el consuelo de todos aquellos que experimentan el dolor de las llagas de la aflicción.
¡María es también la gran consoladora del corazón herido de Dios!
Misteriosamente, nuestro Dios conoce también el ardor de las llagas de la aflicción. ¡Misterio desconcertante!
¿Quién sino María infundió en el corazón del pequeño Francisco de Fátima la aspiración de buscar por encima de todas las cosas consolar a Nuestro Señor, tan ofendido por los pecados de la humanidad!
Ella transformó al pequeño en un místico de la consolación y del amor herido de todo un Dios que no sabe otra cosa que amar, porque Dios es solamente Amor.
¿Cómo consuela María a Dios? Siendo toda Ella puro amor de Dios. Obrando en todo con el único deseo de agradar a Dios, de adorarlo, de alabarlo, de ensalzarlo y glorificarlo.
Dios recibe de María la correspondencia plena al amor con que Él inunda su criatura.
En Ella encuentra Dios el consuelo del amor que desgraciadamente no recibe de nosotros.
María, criatura del Señor, es una llama de amor viva y ardiente que hace las delicias de su Dios. Y en su amar y corresponder trata de compensar y suplir toda nuestra frialdad, nuestra ruindad para con Dios.
Nuestro amadísimo Juan Pablo II, el esclavo de amor de María, invitó a todos los miembros de la Iglesia a acudir a la escuela de María para ser formados por Ella, como lo fueron los pastorcitos de Fátima. Porque es en la escuela de María donde se pueden aprenden los misterios de Dios acomodados a la pobre capacidad humana.
Es en la escuela de María donde a los pequeños y a los humildes se les revelan los secretos del reino que permanecen escondidos para los sabios y entendidos.
Como cristianos, hijos de Dios e hijos de María, somos llamados a vivir y ejercitar este ministerio de la consolación.
¡Consolad a vuestro Dios! Este fue el llamamiento del ángel a los pastorcitos en la tercera aparición de Fátima.
¡Consolad a vuestro Dios! Es el grito del cielo que retumbó en la Serra de Aire y que a través de los pequeños videntes hoy resuena en la tierra entera y en los corazones que están atentos a la voz de Dios.
"¡Ten compasión del Corazón de tu Santísima Madre. Está cercado de las espinas que los hombres ingratos le clavan a cada momento, y no hay nadie quien haga un acto de reparación para sacárselas!" Escuchó la pastorcita de Fátima, Hermana Lucía, ahora ya Religiosa en el Convento de Pontevedra.
El cielo nos llama a ejercitar cada día a todos, niños, jóvenes y adultos, el ministerio de la consolación. Consolar a nuestro Dios, consolar a nuestra Madre, consolar a todos aquellos que encontramos en el camino de nuestra vida y que están necesitados de nuestro amor, de nuestra palabra cálida, de nuestro ánimo,de nuestra ayuda.
¡Consolar a Dios y a María mediante el consuelo que ofrecemos a nuestros hermanos! ¡Todo un programa de vida cristiana!
"Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre misericordioso y Dios de todo consuelo. Él es el que nos conforta en todas nuestras tribulaciones, para que, gracias al consuelo que recibimos de Dios, podamos nosotros consolar a todos los que se encuentran atribulados" (2 Cor 1, 3-4).
Fruto: Ejercer como cristianos el ministerio de la consolación.
26 de Mayo
Hoy, te pedimos generosísima Sierva del Señor, por tantas personas Consagradas, que deseando imitar más perfectamente a tu Divino Hijo se unen a Él en pobreza, castidad y obediencia. Haz, ¡oh Madre! que correspondan dócilmente al divino llamamiento; y dales, en esta vida el ciento por uno, y tras una existencia de fiel entrega, la vida eterna.
Obsequio: Preguntarme con valentía y fe si Dios no me estará llamando para servirle en una vida de consagración total, fuera del Matrimonio y pedirle a mi Madre que me ayude a discernir mi vocación.
Día veintiséis
I. La vainilla
1. Esta planta llena todo el jardín de una fragancia muy fuerte; su flor no tiene belleza, pero sirve de adorno en los ramilletes y los perfuma. No puede tenerse en pie, necesita quien la sostenga.
II. La continencia
2. La templanza, como virtud principal, modera, con la abstinencia y sobriedad, con la castidad y virginidad, con la penitencia y demás mortificaciones de la carne, las pasiones más fuertes del hombre: la continencia refrena las de orden inferior y tiene bajo sus órdenes, para conseguir este su objeto, la clemencia, la mansedumbre, la modestia, la humildad y la eutropelia. Depende la continencia de la templanza: es la templanza, con orden al freno de pasiones, de inferior orden; por esto la vainilla ni tiene flor que sea hermosa, ni se tiene de por sí sola.
III. La continencia en María
3. Como las pasiones en María no se rebelaron, esta virtud le fue dada con toda la perfección que era menester.
IV. La flor a María
4. Cuando sientes moverse contra ti además de las pasiones que notaremos abajo, la tristeza y la melancolía, el gozo y la alegría excesiva, el temor y el miedo infundado, la osadía y el atrevimiento, el amor y el odio y otras pasiones ¿qué haces? ¿das libre expansión al movimiento? ¿extiendes las alas de la pasión y le das libre vuelo? Si así es ¡ay! las has de poner freno; las has de contener por entre el exceso y el defecto en un justo medio dictado por la recta razón. Promete hacerlo, propón practicarlo, y, al presentar a María tus resoluciones, le dirás: Presentación de la flor
ORACIÓN. Señora: Os ofrezco junto a un ramillete de violas la vainilla, emblema de la continencia y del freno que pro - meto poner a todas mis pasiones. Recibid mi flor y haced que mis carnes sean reprimidas por el temor santo de Dios.
DÍA 26
Madre del Salvador, has sido creada para salvar pecadores, y a mí me has sido otorgada para conseguirme la salvación.
María, salva al que a Ti recurre. Yo no merezco tu amor, pero el deseo que tienes de salvar a los perdidos, me hace tener confianza en que me amas.
Y si tú me quieres ¿cómo me voy a perder? María, mi libertadora, mi esperanza, mi Reina y mi Abogada.
Madre mía, yo te amo, y te quiero amar con todo el corazón y siempre. Así lo espero. Amén.
Cuando nos referimos a las tres personas de la Santísima Trinidad, nos resulta relativamente fácil imaginarnos al Padre y al Hijo: sin embargo, no sucede lo mismo en relación con el Espíritu Santo. El es descrito en la Sagrada Escritura como el hálito de vida, el agua, el viento, el fuego. En el bautismo de Jesús aparece en forma de paloma, símbolo del amor y de la simplicidad. Todas estas imágenes nos quieren hacer comprensible y cercano el misterio del Espíritu.
Existe, no obstante, otro símbolo personal que nos hace presentir quién y cómo es el Espíritu Santo; a la mujer y, más específicamente, María, la "Mujer vestida de sol".
Cuando tomamos contacto con la mujer nos acercamos a un misterio de interioridad; junto a ella entendemos que la carne no es meramente carne, que detrás de la materia y más allá de la materia, hay vida y alma y que el mundo de lo invisible es más real que el de lo visible. La mujer nos enseña la actitud de dependencia, de apertura, de simplicidad filial ante el Padre Dios. Ella no se avergüenza de ser y darse como niño, como el Señor lo pidió. Ella nos pone en contacto con la realidad del amor personal, todo en ella es personal, y más que el hombre, "es amor" así como Dios es amor.
La mujer tiene por misión ser vínculo de amor entre el padre y el hijo. Y ésa es nada menos que la misión del Espíritu Santo en la Trinidad de Dios. Por eso, la mujer, y sobre todo María, es símbolo del Espíritu Santo, es decir, de Dios que está en lo más íntimo de nuestra intimidad, haciéndonos "hijos en el Hijo"; de Aquel que como una madre nos conforta y no nos deja huérfanos, de ese Espíritu por el cual el amor ha sido difundido en nuestros corazones, el Espíritu que es vida y da vida.
Quizás hemos tenido la gracia de encontrar en nuestro camino una mujer que haya sido para nosotros un poco como el Espíritu Santo. Sin embargo, está tan deformada la imagen de Dios en su criatura que esto no sucede tan a menudo, así como no son muchos los padres en los cuales sus hijos pueden contemplar el reflejo de la faz del Padre Dios. Por eso, tal vez, Dios quiso asegurar que en alguien tuviésemos una imagen y una presencia simbólica y sacramental del Espíritu Santo, en forma inconfundible y directa, y nos dio a María.
Entre la Santísima Virgen y el Espíritu Santo existe una unión singular. Cuando el ángel la saluda, la llama "llena de gracia" y con ello ya se nos señala el misterio de su personalidad, llena de Dios, plena del Espíritu Santo. "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el pdoer del Altísimo te cubrirá con su sombra". Así como el arca de la Alianza se llenaba de la presencia de Dios, ella también sería envuelta por la gloria de Dios. "Morada de Dios entre los hombres", "Mujer vestida de sol", la llama el Apocalipsis. (Apoc.12 y 21)
María, la "llena de gracia" es portadora de Cristo a quien le ha sido dado el Espíritu sin medida (Jn 3,34). Por eso María, al entregarnos a su Hijo, nos entrega también el Espíritu.
"Al oír Isabel el saludo de María, nos relata el evangelista Lucas, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta voz: Bendita tú entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre" (Lc 41 s.). Bastó el saludo de María, tan llena estaba ella del Espíritu de Dios, para que Isabel y el niño en su seno sintiesen de inmediato la presencia del Espíritu en ellos.
Y si nos trasladamos a la primera comunidad de los creyentes en Jerusalén, en ella encontramos a María, que hecha un solo corazón con los apóstoles, implora la venida del Espíritu Santo. Era necesaria su presencia silenciosa y maternal para confortar y animar a aquel grupo de hombres que el Señor había elegido, pero que no supieron responder a su amor, que habían sido cobardes y lo habían abandonado en el momento crucial de su pasión. Sólo ella y Juan, el discípulo a quien Jesús amaba, habían estado junto a la cruz del Señor. María ahora ejercía todo su poder de imploración: "Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la Madre de Jesús, y de sus hermanos". (Hech 1,14)
María será siempre paras la Iglesias símbolo de apertura y disponibilidad a la acción del Espíritu. Si ella está presente, descenderá el Espíritu Dios, el Verbo se hará carne y surgirá la creación renovada. ¿Nos hemos preguntado por qué nuestro mundo está tan lejos de Cristo, por qué nuestra cultura es tan ajena a la gracia del Señor; por qué somos tan materialistas y hay tan poca alma en las cosas? ¿No significará que María, que la mujer, está poco presente, que el Señor no encuentra dónde descender Para llenarnos con su vida? ¿No nos falta la receptividad, la pobreza, el silencio de María para seducir al Espíritu Santo? Quizás, si nos abriéramos a su visita, como Isabel, sentiríamos también nosotros su poderosa acción en nuestra alma.
Tal como los apóstoles en Pentecostés, también nosotros quisiéramos hacernos un solo corazón con María, en la oración y la súplica. Entonces, el Fuego de Dios nos podrá coger desde lo más hondo y transformará nuestra miseria y cobardía, para hacer de nosotros alegres heraldos de la Buena Nueva.
La Iglesia, más que nunca, necesita un nuevo Pentecostés, una nueva irrupción del Espíritu Santo. Nuestra Iglesia, sometida a tantas tensiones, debilitada en los vínculos de su unidad, desvalida ante la inmensa tarea de ser levadura de una sociedad insensible a la Palabra y reacia al Espíritu, esta Iglesia nuestra, necesita convertirse cada día más en una Iglesia del Espíritu Santo. Para que esto sea posible, necesita convertirse en una Iglesia cada día más semejante a María, su imagen perfecta e ideal acabado
EL SILENCIO DE MARÍA 26 DE MAYO
1. Saludo Bienvenidos, un día más, a este encuentro con María. Caminaban padre e hijo cuando, en una calle, le preguntó al pequeño: Además de los pájaros, ¿escuchas alguna cosa más? El niño agudizó sus oídos y, segundos más tarde, le contestó: escucho el ruido de una carreta. Eso es -dijo el padre-. Es una carreta vacía. El hijo, sorprendido, preguntó: ¿Cómo sabes que es una carreta vacía, si aún no la vemos?
El padre le salió al paso diciéndole: Es muy fácil saber cuándo una carreta está vacía. Cuanto más vacía está, mayor es el ruido que hace. María fue una de esas mujeres que nunca interrumpió los planes de Dios. Sus palabras, recogidas en el Evangelio, es muestra del gran contenido de su persona.
No presumió de nada. Su grandeza fue el ser pobre. Su gloria el cumplir la voluntad del Padre. María, no hizo ruido. Pasó como de puntillas por el mundo para que cumpliera el plan de salvación. Se acercó, estoy seguro, a la Palabra que iluminaba todo el Antiguo Testamento. Meditó, en lo más hondo de sus entrañas, los gestos, las indicaciones y hasta los "desaires" que le pudo dar Jesús.
En un mundo donde hay una sobreabundancia de decibelios, la Virgen María, nos invita a escoger caminos que nos conduzcan hacia la pan interna; a oasis de calma y de reflexión; al encuentro personal y comunitario con Cristo. Si el silencio es el lugar donde Dios habla, a la fuerza María, procuraría en más de una ocasión, conquistar esos espacios de sosiego, que fuesen garantía y facilitasen masticar, saborear, pensar y disfrutar con las cosas de Dios y del Espíritu.
2. ORACIÓN Nunca, María, una mujer como Tú sin decir nada, dijo tanto. Vale más, tu actitud de escucha, que mil palabras. Hablan más tus obras que un libro de multitud de páginas. Nunca, María, nadie como Tú dijo tanto en tan poco espacio de tiempo. Con un
¡Si!, comenzó Dios a hacerse grande en tu seno Con un
¡Sí!, germinó Jesús en tus entrañas Con un
¡Sí!, Belén preparó humilde morada al Niño
Sí, María; tus hechos fueron más elocuentes que tus dichos. Tu sencillez más certera que tus palabras Tu silencio el secreto más profundo de tus galanteos con el Espíritu.
Si, María; enséñanos el difícil arte de decir poco y hacer mucho.
Sí, María; enséñanos a ahorrar palabras y regalarnos en gestos.
Si, María; enséñanos a construir la escuela del silencio el aula de la paz y de la mansedumbre el desierto de la calma y el misterio el oasis donde Dios, de forma determinante, habla para quien lo busca. Amén.