Cada 18 de septiembre, la Iglesia celebra a un santo cuyo legado empieza con la virtud de la humildad, la confianza en la oración y la determinación: San José de Cupertino (1603-1663), en italiano, Giuseppe da Copertino, nacido Giuseppe María Desa.
“Rezar, no cansarse nunca de rezar. Que Dios no es sordo ni el Cielo es de bronce. Todo el que le pide, recibe”, decía este gran franciscano, expresando de manera inmejorable cuánto había hecho Dios en su vida gracias a su oración perseverante.
Como muestra, basta este “pequeño” detalle: José nunca fue bueno en los estudios, pero a pesar de esta dificultad, de Dios recibió las fuerzas y la luz necesarias para seguir adelante. Por eso hoy -y no por azar- se le considera patrono de los estudiantes, en especial de los que pasan por problemas académicos.
Giuseppe María -José María, su nombre de pila- nació en 1603, en el pueblo de Cupertino, región de Lecce (Reino de Nápoles, hoy Italia), en el seno de una familia muy humilde.
A los 17 años pidió ser admitido por los franciscanos, en la rama de los Frailes Menores Conventuales; sin embargo, fue rechazado. Poco después, solicitó el ingreso a los Hermanos Menores Reformados, otra rama de la Orden de San Francisco de Asís, pero tampoco tuvo éxito. Y es que José casi no había recibido instrucción en su vida y, en lo poco recibido, no ataba ni desataba.
A pesar de estos “fracasos”, José se animó a hacer un nuevo intento. Esta vez con los frailes capuchinos, quienes sí lo recibieron en calidad de hermano lego.
Sin embargo, contra lo que podía esperarse después de tanto luchar, José terminó siendo expulsado del convento al cabo de unos meses. La razón: era muy distraído, y sus superiores lo denunciaron por “ineptitud”. Sus biógrafos suelen dar cuenta de su torpeza: dejaba caer constantemente los platos que llevaba al comedor, se olvidaba los encargos asignados y parecía que siempre estaba abstraído, fuera del mundo, pensando en cualquier cosa.
San José de Cupertino, entonces, buscó refugio en casa de un familiar adinerado. Pese a la acogida inicial, este también terminaría echándolo a la calle, frustrado por sus continuos yerros. Tras esto, José dejó confirmados con creces los rumores que lo señalaban como “un bueno para nada”. Es entonces que su madre intervino y fue a rogarle a un pariente suyo, un fraile franciscano, que recibiera al muchacho como mandadero de su convento.
Esta vez, José sería aceptado como obrero: como no era bueno para los mandados fue enviado a trabajar en el establo. Y, para sorpresa de muchos, no le fue tan mal. Algo había pasado: a golpes, en su todavía corta vida, San José había quedado firmemente sujeto a la cruz, su ancla y su cimiento. A partir de entonces, el muchacho empezaría a desempeñarse cada vez mejor, mostrando incluso destreza para su noble oficio.
Eso le ganó, poco a poco, el aprecio de los religiosos del convento, quienes empezaron a considerarlo como alguien ejemplar. Sus muestras de humildad y amabilidad, adornadas de espíritu de penitencia y presencia constante de Dios merecieron una reconsideración entre los franciscanos, quienes en 1625 -cuando el santo tenía unos 22 años- lo admitieron en el convento por votación unánime.
Al poco tiempo, los frailes mayores determinaron que José estudiase para ser sacerdote. Sin embargo, en los exámenes y evaluaciones, José parecía incapaz de salir airoso. Preso de los nervios por lo poco dotado de claridad para expresarse, la mayoría de veces se quedaba en silencio frente a sus maestros, con la mente en blanco.
Así llegó el día del inicio de las pruebas finales, y el examinador anunció que abriría la Biblia y leería un pasaje al azar para escuchar la interpretación del estudiante. José estaba aterrorizado esperando su turno.
No obstante, la Providencia quiso que el pasaje escogido para examinar a Fray José fuera el único que era capaz de explicar adecuadamente. Fue aquel del Evangelio de Lucas que hace referencia a la Madre de Dios y que rezamos en el Avemaría: “Bendito el fruto de tu vientre, Jesús”.
En la última prueba -el examen definitivo para definir quiénes serían ordenados-, el obispo a cargo de la evaluación comenzó a preguntar a los primeros frailes del grupo en el que estaba José. Como todos fueron respondieron muy bien, el prelado decidió no seguir examinando al resto porque no lo consideró necesario. San José -el siguiente de la lista de candidatos-, se libró, sin pretenderlo, de la prueba.
El que menos diría que se trató de un “golpe de suerte”, pero quizás no fue así. Pareció, más bien, que Dios quiso aligerarle el día al santo, quien había hecho todos los esfuerzos posibles para llegar bien preparado.
Por su compromiso con el estudio, y no por algún resultado brillante, este santo es considerado el patrón de los estudiantes, especialmente de aquellos que se encuentran en dificultades académicas.
El 18 de marzo de 1628, Fray José fue ordenado sacerdote, muy consciente de que no tenía cualidades especiales para predicar ni enseñar, pero sí el amor debido a la Eucaristía. Decidió también por eso, de manera especial, apuntalar su sacerdocio con penitencias y oraciones por los pecadores.
Fue en esa ruta espiritual como San José llegó a abrazar la vida mística. Caía en éxtasis constantemente y en ocasiones sus hermanos lo vieron levitar. Incluso fue visto volando como si de un ave se tratase, yendo de un lado a otro para atender necesidades espirituales de los fieles.
En el libro de la causa de canonización de San José de Cupertino consta que fueron numerosos los testigos que presenciaron los hechos sobrenaturales mencionados. Entre estos se cuenta el del Papa Urbano VIII (p. 1623-1644) y el del príncipe protestante Juan Federico, duque de Brunswick-Luneburgo (1625-1679), quien gracias a Fray José se convirtió al catolicismo.
San José de Cupertino partió a la Casa del Padre el 18 de septiembre de 1663. Fue beatificado en 1753 por Benedicto XIV y canonizado en 1767 por Clemente XIII.
Es el santo patrono de los viajeros de avión, de los aviadores, de los que tienen alguna discapacidad mental y de los estudiantes que rinden exámenes.
José nació el 17 de junio de 1603 en el pequeño pueblo italiano llamado Cupertino (Lecce). Sus padres eran muy pobres. El niño vino al mundo en un pobre cobertizo pegado a la casa, porque el papá, un humilde carpintero, no había podido pagar las cuotas que debía de su casa y se la habían embargado.
A los 17 años pidió ser admitido a la orden franciscana pero no fue aceptado. Pidió que lo recibieran en los capuchinos y fue aceptado como hermano lego, pero después de ocho meses fue expulsado porque era en extremo distraído. Dejaba caer los platos cuando los llevaba para el comedor. Se le olvidaban los oficios que le habían asignado. Parecía que estaba siempre pensando en otras cosas. Por no cumplir bien con sus deberes tuvo que dejar el convento.
Al verse desechado, José buscó refugio en casa de un familiar suyo que era rico, quien declaró que este joven "no era bueno para nada", y lo echó a la calle. Se vio entonces obligado a volver a la miseria y al desprecio de su casa. La mamá le rogó insistentemente a un pariente que era franciscano, para que le recibieran al muchacho como mandadero en el convento de los frailes.
Conversión
Sucedió entonces, que en José se obró un cambio que nadie había imaginado. Lo recibieron los frailes como obrero y lo pusieron a trabajar en el establo y empezó a desempeñarse con notable
destreza en todos los oficios que le encomendaban. Pronto con su humildad y su amabilidad, con su espíritu de penitencia y su amor por la oración, se fue ganando la estimación y el aprecio de los
religiosos, y en 1625, por votación unánime de todos los frailes de esa comunidad, fue admitido como religioso franciscano.
Dificultad en los estudios.
Lo pusieron a estudiar para prepararse al sacerdocio, pero le sucedía que cuando iba a presentar exámenes se trababa todo y no era capaz de responder. Llegó uno de los exámenes finales y el pobre
Fray José la única frase del evangelio que era capaz de explicar completamente bien era aquella que dice: "Bendito el fruto de tu vientre Jesús". Estaba asustadísimo, pero al empezar el examen, el jefe de los examinadores dijo: "Voy a abrir el
evangelio, y la primera frase que salga, esa será la que tiene que explicar". Y salió
precisamente la única frase que Fray Copertino se sabía perfectamente: "Bendito sea el fruto de tu vientre".
Llegó al fin el examen definitivo en el cual se decidía quiénes serían ordenados. Y los primeros diez que examinó el obispo respondieron tan maravillosamente bien todas las preguntas, que el obispo suspendió el examen diciendo: "¿Para qué seguir examinando a los demás si todos se encuentran tan formidablemente preparados?". José, que era el próximo en turno y estaba atemorizado, se libró de tener que pasar el examen.
Es por eso que nuestro santo es el patrón de los estudiantes, especialmente de los que, como el, encuentran dificultades en sus estudios. El santo se complace en ayudarles. En su santuario de Osimo sigue creciendo la documentación que testifica su intercesión.
Sacerdote de oración y penitencia
Fue ordenado sacerdote el 18 de marzo de 1628 y se dedicó a tratar de ganar almas por medio de la oración y de la penitencia. Sabía que no tenía cualidades especiales para predicar ni para
enseñar, pero entonces suplía estas deficiencias ofreciendo grandes penitencias y muchas oraciones por los pecadores. Jamás comía carne ni bebía ninguna clase de licor. Ayunaba a pan y agua
muchos días. Se dedicaba con gran esfuerzo, consagrado a los trabajos manuales del convento (que era para lo único que se sentía capacitado).
Éxtasis y milagros
Sus éxtasis, curaciones milagrosas y sucesos sobrenaturales eran tan frecuentes que no se conocen en semejante cantidad en ningún otro santo.
Levitación. Se conoce de más de 200 santos que experimentaron levitación. Este don extraordinario consiste en la elevación del cuerpo humano sin la participación de ninguna fuerza física. Se ha considerado como un regalo que Dios hace a ciertas almas muy espirituales. San José de Copertino tuvo numerosísimas levitaciones, es decir volaba por los aires.
Un domingo, fiesta del Buen Pastor, se encontró un corderito, lo echó al hombro, y al pensar en Jesús Buen Pastor, se fue elevando por los aires. Quedaba en éxtasis con mucha frecuencia durante la santa Misa, o cuando rezaba los Salmos. Durante los 17 años que estuvo en el convento de Grotella, sus compañeros de comunidad lo observaron 70 veces en éxtasis. El más famoso sucedió cuando diez obreros deseaban llevar una pesada cruz a una alta montaña y no lo lograban. Entonces Fray José se elevó por los aires con la cruz y la llevó hasta la cima del monte.
Cuando estaba en éxtasis lo pinchaban con agujas, le daban golpes con palos, y hasta le acercaban a sus dedos velas encendidas y no sentía nada. Lo único que lo hacía volver en sí, era oír la voz de su superior que lo llamaba a que fuera a cumplir con sus deberes. Cuando regresaba de sus éxtasis pedía perdón a sus compañeros diciéndoles: "Excúsenme por estos ataques de mareos que me dan".
Los animales sentían por él un especial cariño. Pasando por un campo, se ponía a rezar y las ovejas se iban reuniendo a su alrededor y escuchaban muy atentas sus oraciones. Las golondrinas en grandes bandadas volaban alrededor de su cabeza y lo acompañaban por cuadras y cuadras.
Como estos sucesos tan raros podían producir verdaderos movimientos de exagerado fervor entre el pueblo, los superiores le prohibieron celebrar misa en público, ir a rezar en comunidad con los demás religiosos, asistir al comedor cuando estaban los otros allí, y concurrir a las procesiones u otras reuniones públicas de devoción.
Un día llegó el embajador de España con la esposa y mandaron llamar a Fray José para hacerle una consulta espiritual. Este llegó corriendo. Pero cuando ya iba a empezar a hablar con ellos, vio un cuadro de la Virgen que estaba en lo más alto del edificio, y dando su típico pequeño grito, se fue elevando por el aire hasta quedar frente al rostro de la sagrada imagen. El embajador y su esposa contemplaban emocionados semejante suceso que jamás habían visto. El santo rezó unos momentos. Luego descendió suavemente al suelo, y como avergonzado, subió corriendo a su habitación, y ya no bajó más en ese día.
En Osimo, donde el santo pasó sus últimos seis años, un día los demás religiosos lo vieron elevarse hasta una estatua de la Virgen María que estaba a tres metros y medio de altura, y darle un beso al Niño Jesús, y allí junto a la Madre y al Niño se quedó un buen rato rezando con intensa emoción, suspendido por los aires.
El día de la Asunción de la Virgen en el año 1663, un mes antes de su muerte, celebró su última misa. Y estando celebrando quedó suspendido por los aires como si estuviera con el mismo Dios en el cielo. Muchos testigos presenciaron este suceso.
Muchos enemigos empezaron a decir que todo esto eran meros inventos y lo acusaban de engañador. Fue enviado al Superior General de los Franciscanos en Roma y este al darse cuenta que era tan piadoso y tan humilde, reconoció que no estaba fingiendo nada. Lo llevaron luego donde el Sumo Pontífice Urbano VIII el cual deseaba saber si era cierto o no lo que le contaban de los éxtasis y de las levitaciones del frailecito. Y estando hablando con el Papa, quedó José en éxtasis y se fue elevando por el aire.
El Duque de Hanover, que era protestante, al ver a José en éxtasis, se convirtió al catolicismo.
En la vida de San José de Copertino podemos ver cantidad de dones con los que el Señor adornó su humilde y piadosa alma. Es un santo en el que Dios derramó tanta abundancia de dones sobrenaturales que son incontables.
Fue elegido por sus Superiores a exorcizar demonios, lo cual él se consideraba indigno de hacer, y utilizaba esta frase: "Sal de esta persona si lo deseas, pero no lo hagas por mí, sino por la obediencia que le debo a mis superiores". Y los demonios salían.
También tenía el don de leer los Corazones, era buen confesor y cuando un alma se acercaba a confesarse él se podía dar cuenta de lo que a esta alma le atormentaba.
El don de Bilocación, (estar en dos lugares al mismo tiempo). Cuando su madre estaba muriendo en el pequeño pueblo de Copertino, José se encontraba en Asís y percibió la necesidad de su madre. Una gran luz entró por el cuarto de la señora, era San José de Copertino que había llegado. Su madre al verlo exclamó ¡oh Padre José, oh mi hijo!, y murió instantáneamente. Cuando sus superiores le preguntaron por qué estaba llorando tan amargamente, él contestó porque su madre acababa de morir. Hay muchos que atestiguan que el Padre José asistió a su madre en Copertino.
Multiplicaba panes, miel, vino, y cualquier comida que se le ponía en frente.
El don de Sanación Le recobró la vista aun ciego al ponerle su capa sobre la cabeza. Los mancos y cojos eran sanados al besar ellos el crucifijo que él ponía delante de ellos. Hubo una plaga de fiebre muy alta y los enfermos eran curados al hacerle la señal de la Cruz sobre su frente, bajándole la fiebre hasta la temperatura normal. Con la señal de la cruz, resucitaba muertos.
Tuvo el don de profecía, predijo el día y la hora de la muerte de los Papas Urbano VIII e Inocencio X. Predijo el ascenso al trono de Juan Casimir.
Tuvo también el don de tocar corazones hacia la conversión. El más conocido ejemplo fue el del Príncipe John Federick, un luterano, que a los 25 años de edad fue a Asís con dos escoltas, uno católico y otro protestante. Entraron a la iglesia donde el Padre José celebraba la santa misa y, a la hora de la consagración, cuando el padre quiso partir la hostia; esta estaba tan dura como una piedra y tuvo que devolverla a la patena. El Padre José comenzó a llorar de dolor y a levitar a unos tres pies de altura. Cuando regresó al altar trató otra vez de partir la hostia y, haciendo gran esfuerzo lo logró.
Más tarde cuando los superiores le preguntaron por qué había demorado tanto para partirla, él respondió: "Mis queridos hermanos, la gente que asistió hoy a misa tienen el corazón demasiado duro, por eso el Cordero de Dios se endureció en mis manos y no podía yo partir la Hostia Consagrada."
Al día siguiente regresó el príncipe con los dos hombres a la misa y, cuando el Padre José elevó la Hostia, la cruz de la Sagrada Hostia cambió a negra. Causándole gran dolor y llorando empezó a levitar junto con la Sagrada Hostia por 15 minutos. El milagro del Padre José levitando con la Hostia en alto conmovió el corazón del príncipe a convertirse a la Fe Católica, igual que sus acompañantes.
El Padre José nunca aceptó ningún mérito por sus milagros, siempre se los acreditaba a su Madre María, a la cual siempre tuvo una gran devoción.
El Papa Bendicto XIV que era rigurosísimo al aceptar milagros, estudió cuidadosamente la vida de José de Copertino y declaró: "todos estos hechos no se pueden explicar sin una intervención muy especial de Dios".
San José de Cupertino, modelo de paciencia y humildad, ruega por mí.
San José de Cupertino,
tesoro de gracia, ruega por mí.
San José de Cupertino,
hoguera de amor de Dios, ruega por mí.
Gloriosísimo San José de Cupertino,
benefactor de los estudiantes,
protector de los examinandos,
no desdeñéis las súplicas que os dirijo
implorando vuestro auxilio en los exámenes de mis estudios.
Alcanzadme del Señor que,
como verdadera fuente de luz y sabiduría,
disipe las dos clases de tinieblas de mi entendimiento,
el pecado y la ignorancia,
instruyendo mi lengua
y difundiendo en mis labios la gracia de su bendición.
Dadme agudeza para entender,
capacidad para retener,
método y facultad para aprender,
sutileza para interpretar,
y en el momento del examen,
gracia y abundancia para hablar,
acierto al empezar,
dirección al progresar y perfección al acabar,
si así conviene a la mayor gloria de Dios
y provecho de mi alma.
San José de Cupertino,
espejo de fe y esperanza, ruega por mí
y pide para que sea ayudado en:
(pedir lo que se quiere conseguir).
San José de Cupertino,
fuente de caridad, ruega por mí. Amén.
Rezar tres Padrenuestros, tres Avemarías y tres Glorias.
San José de Cupertino es uno de los santos más célebres, especialmente conocido por su asombroso don de levitación. Sin embargo, su vida está llena de otros hechos notables que todo católico debería conocer.
Nacido en 1603 y fallecido en 1663, San José de Cupertino, patrono de los estudiantes, fue bendecido con numerosos milagros a lo largo de su vida, los cuales siempre atribuía a la intercesión de la Santísima Virgen María.
Con motivo de su fiesta que la Iglesia Católica celebra cada 18 de septiembre, te presentamos siete hechos sorprendentes de la vida del “santo volador”.
San José de Cupertino caía constantemente en éxtasis. Sus hermanos frailes y los fieles lo vieron “volar” en varias ocasiones.
Cierto día los religiosos lo vieron elevarse hasta una estatua de la Virgen que estaba a tres metros y medio de altura y darle un beso al Niño Jesús. Luego rezó en el aire con intensa emoción.
El más famoso de estos sucesos se dio cuando diez obreros deseaban llevar una cruz pesada a una montaña alta, pero no lo lograban. Entonces Fray José se elevó por los aires con la cruz y la llevó hasta la cima del monte.
Sus superiores lo eligieron para exorcizar demonios, pero el Santo se consideraba indigno de hacerlo. Por ello usaba la siguiente frase contra los malignos: “Sal de esta persona si lo deseas, pero no lo hagas por mí, sino por la obediencia que le debo a mis superiores”. Y los demonios salían.
El don de estar en dos lugares al mismo tiempo se llama bilocación o ubicuidad. Cuentan que cuando San José se encontraba en Asís, su madre esta agonizando en el pueblo de Cupertino. Entonces se vio al fraile entrar con una gran luz al cuarto de su mamá, quien después de verlo partió a la Casa del Padre.
En Asís, sus superiores preguntaron a San José por qué estaba llorando amargamente y él les contestó que su madre acababa de fallecer. Más adelante fueron muchos los que atestiguaron que el santo acompañó a su madre en Cupertino.
Cierta vez un hombre arrogante le dijo a San José: “impío, hipócrita, no por ti, pero por el hábito de religioso que llevas tengo que respetarte. Yo creería en todo lo que haces si con la señal de la cruz sobre mi llaga me sanas”.
El santo humildemente respondió que todo lo que decía de él era cierto y haciendo la señal de la cruz sobre la llaga, el hombre quedó curado.
Asimismo hizo recobrar la vista a un ciego poniéndole su capa sobre la cabeza. Los mancos y cojos eran sanados al besar el crucifijo que San José ponía ante ellos. Los enfermos de una plaga de fiebre altísima fueron curados cuando el Santo les hacía la señal de la cruz sobre su frente.
El príncipe luterano John Federick a sus 25 años de edad fue a Asís con dos escoltas, uno católico y otro protestante. Ingresaron a la iglesia donde San José estaba celebrando Misa y en el momento de la consagración el Santo no pudo partir la Hostia Consagrada porque estaba dura como piedra y tuvo que devolverla a la patena.
El P. José empezó a llorar de dolor y se elevó a casi un metro de altura. Al bajar, logró partir la hostia con mucho esfuerzo. Sus superiores le preguntaron por qué había pasado eso y él respondió que se debió al corazón duro de la gente que asistió a la Misa.
Al día siguiente regresó el príncipe con los dos hombres y cuando el santo elevó la Hostia en la Misa, la cruz de la Sagrada Hostia se puso negra. Esto le causó un gran dolor y llorando levitó con la forma durante unos 15 minutos. Este milagro conmovió el corazón del príncipe por lo que él y su acompañante decidieron convertirse a la fe católica.
Cuando pasaba por un campo y se ponía a rezar, las ovejas se reunían a su alrededor y escuchaban atentas sus oraciones. Las golondrinas volaban en bandadas alrededor de su cabeza y lo acompañaban por varias cuadras.
En una ocasión, se cuenta que lo llevaron ante el Papa Urbano VIII, quien deseaba saber si eran ciertos los éxtasis y los episodios de levitación del fraile.
San José compareció ante el Pontífice y se elevó por los aires ante el asombro de los presentes. De este Papa y de Inocencio X, el Santo predijo el día y la hora de la muerte de ambos.
Nació en Rivera de Fresno, en Extremadura, España, el 2 de marzo de 1585. Era muy niño cuando sus padres murieron, quedando él bajo el cuidado de un tío suyo que lo hizo trabajar como pastor. Después de un tiempo conoció a un comerciante con el cual comenzó a trabajar, en 1616 el mercader viajó a América y Juan junto con él.
Llegó primero a Cartagena y de ahí decidió dirigirse al interior del Reino de Nueva Granada, visitó Pasto y Quito, para llegar finalmente al Perú donde se instalaría por el resto de su vida. Recién llegado obtuvo trabajo en una hacienda ganadera en las afueras de la capital y en estas circunstancias descubrió su vocación a la vida religiosa. Después de dos años ahorró un poco de dinero y se instaló definitivamente en Lima.
Repartió todo lo que tenía entre los pobres y se preparó para entrar a la Orden de Predicadores como hermano lego en el convento de dominicos de Santa María Magdalena donde había sido admitido. El 23 de enero de 1622 tomó los hábitos.
Su vida en el convento estuvo marcada por la profunda oración, la penitencia y la caridad. Por las austeridades a las que se sometía sufrió una grave enfermedad por la cual tuvo que ser intervenido en una peligrosa operación. Ocupó el cargo de portero y este fue el lugar de su santificación. El portón del monasterio era el centro de reunión de los mendigos, los enfermos y los desamparados de toda Lima que acudían buscando consuelo. El propio Virrey y la nobleza de Lima acudían a él en busca de consejos.
Andaba por la ciudad en busca de limosna para repartir entre los pobres. No se limitaba a saciar el hambre de pan, sino que completaba su ayuda con buenos consejos y exhortaciones en favor de la vida cristiana y el amor a Dios.
Murió el 16 de setiembre de 1645 y fue canonizado el 28 de setiembre de 1975 por Pablo VI.
¡Oh Divina Providencia, ¡Concédeme tu clemencia y tu infinita bondad! Arrodillado a tus plantas, a Ti caridad portento. Te pido para los míos casa, vestido y sustento. Concédeles la salud, llévalos por buen camino. Que sea siempre la virtud la que los guíe en su destino. Tú eres toda mi esperanza. Tú eres el consuelo. En lo que a mi mente alcanza, en Ti creo, en Ti espero y en. Ti confió. , Divina Providencia se extiende a cada momento. Para que nunca nos falte casa, vestido y sustento.
Divina Providencia, que riges los destinos del mundo, sin cuya voluntad no se mueve la hoja de un árbol, y cuya solicitud viste a los lirios del campo y no desampara ni al más pequeño gusano: míranos con ojos de misericordia y guárdanos siempre bajo tu paternal cuidado.
Derrama sobre nosotros y sobre los nuestros, presentes y ausentes, sobre nuestro hogar, sobre nuestra familia, sobre nuestra casa, sobre nuestros bienes, proyectos y trabajos, la eficacia de tus bendiciones y favores.
Danos el pan, el techo, el abrigo y la salud, provee a todas nuestras necesidades del cuerpo y del alma. Conserva la unión, la paz y tranquilidad entre nuestra familia; procúranos el trabajo honrado y suficiente para satisfacer las necesidades nuestras y las de aquellos que nos han confiado.
Apártanos del mal; defiéndenos en los peligros. Protege nuestra honra, presérvanos del pecado. Asístenos en toda hora, principalmente en el trance de la muerte: Guíanos en la vida y más tarde recíbenos en la eternidad
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento para que nunca nos falte tu gracia, salud, casa, vestido y sustento.
Encomendamos a tu Providencia Divina a todos los Enfermos dales la salud. Te rogamos por todos los Agonizantes, no permitas que mueran sin tu auxilio.
Ten Misericordia, Oh Providencia Divina, de todas las almas del Purgatorio, en especial de nuestros familiares, Bienhechores y amigos, haz que pronto gocen de la felicidad eterna.
Te pedimos por todos los que Viajan, haz que regresen felices a sus hogares.
Te pedimos que concedas el Arrepentimiento a los que viven en pecado por todos los que se encuentran agobiados por las aflicciones o sufren calumnias o se encuentran perseguidos, te rogamos no les niegues tu ayuda, haz que se sientan protegidos y consolados por tú Providencia Divina.
Padre Nuestro…
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento; para que nunca nos falte tu gracia, salud casa, vestido y sustento.
¡Oh Providencia Divina! Te pedimos humildemente que te compadezcas de todos los que no tienen Trabajo, mira sus necesidades, dales tu ayuda.
¡Oh Providencia Divina! Te rogamos por todos los que no tienen Hogar, concédeles un techo que los cobije.
Te suplicamos en favor de todos los que padecen Hambre, dales el pan que los alimente.
Te rogamos también por todas las Viudas y todos los Huérfanos, se Tú, Providencia Divina, su amparo y su consuelo.
Padre Nuestro…
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento; para que nunca nos falte tu gracia, salud casa, vestido y sustento.
¡Oh Providencia Divina! Te rogamos por nosotros mismos, Divina Providencia que conoces lo más íntimo de nuestros corazones, tú que conoces todas nuestras necesidades, de nuestros males espirituales y temporales, por eso humildemente y con toda confianza, te pedimos que vengas en nuestro auxilio, líbranos de las tentaciones y las acechanzas del demonio, líbranos de todos aquellos que quieran ocasionarnos algún mal;
Te rogamos Oh Providencia Divina que bendigas nuestro hogar, que bendigas nuestro trabajo, y que nunca nos falte tu protección y amparo en todos los días de nuestra vida.
Padre Nuestro…
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento; para que nunca nos falte tu gracia, salud casa, vestido y sustento ni los Santos Sacramentos en el ultimo momento.(3 vcs)
Dios Padre Creador, Dios Hijo Redentor, Dios Espíritu Santo Santificador. Tú. que abres tu mano y colmas de bendiciones a todos los vivientes, Tú, que diriges todo hacia el bien de los que te aman, Tú, que en la misericordia nos amas, nos ayudas y no nos olvidas jamás, recibe nuestras súplicas, pues en Ti, Señor, ponemos nuestra esperanza.
Humildemente vengo a darte las gracias por los infinitos bienes con que tu Providencia me ha colmado. Ingrato sería si no viniese a rendir ese justísimo acto de gratitud. Acéptalo no solo por mí, sino también por todos mis familiares y devotos que reconocen tu generosidad y la largueza de tu Bendita y Sacrosanta Mano.
Te pido por todos mis bienhechores, por todas las personas que en tu infinita gracia han intervenido proporcionándome los medios de subsistencia. Ayúdalos, socórrelos y protégelos, y a mí y a mi familia, adorable Misterio, haznos dignos de tu protección, de tu auxilio y de tus favores e ilumínanos en el sendero de la fe, para que mientras seamos peregrinos de este mundo, constantemente ensalcemos tu Grandeza.
Tú, que lo diriges todo según el designio de tu voluntad y estás lleno de bondad y misericordia, recíbenos en tu Sagrado Corazón y ten piedad de nosotros, haz que siempre confiemos en tu Providencia y llénanos de gracias durante este mes, dígnate concedernos alivio en nuestras necesidades y consuelo las aflicciones
Haz que en mi familia y en mi hogar, no suframos por las adversidades y carencias, aleja de nosotros las enfermedades y líbranos de todo mal y enemigo, danos tu santísima bendición en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Que la Divina Providencia se extienda en cada momento para que nunca nos falte salud, casa, vestido, sustento, y en la hora de la muerte los últimos sacramentos.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
Omnipotente y sempiterno Dios
que nos has concedido a tus siervos
el don de conocer la gloria de la eterna Trinidad
en la confesión de la verdadera fe,
y la de adorar la unidad en el poder de tu majestad;
te rogamos que por la firmeza de esta misma fe,
y por Cristo nuestro Señor,
nos libres siempre de todas las adversidades,
te pedimos que nunca nos falte Tu Divina Providencia.
Dios y Señor Nuestro,
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
cuya Providencia no se equivoca en todo lo que dispone,
y nada acontece que no lo ordene,
rendidamente te pedimos y suplicamos
que apartes de nosotros todo lo que nos pueda separar de Ti,
y nos concedas todo lo que nos conviene
para el bien de nuestra alma
y el bienestar de nuestro cuerpo.
Haz que en toda nuestra vida
busquemos primeramente Tu Reino
y que seamos justos en todo.
Haz que no nos falte un buen trabajo,
un techo bajo el cual nos cobijamos,
ni el pan de cada día,
haz que nuestras vidas estén bendecidas
por tu misericordia, por tu eterna bondad,
en especial concédenos asistencia
cuando nos veamos afligidos
y las carencias y los problemas nos agobien,
que no nos falte tu Divina Providencia en:
(solicitar con gran fe y esperanza lo que se necesita).
Líbranos de las enfermedades y de la miseria;
que ningún mal nos domine.
Sálvanos del pecado, el mayor de todos los males,
y que siempre estemos preparados santamente a la muerte.
Por Tu Misericordia, Señor y Dios Nuestro,
haz que vivamos siempre en Tu Gracia.
Así seremos dignos de adorar Tu amable Providencia
en la eterna bienaventuranza. Amén.
Oración para ganar la Indulgencia del "Perdón de Asís"
¡Santísimo Señor Jesucristo!, creo que estás presente en este santo templo franciscano y de manera especial en el Sagrario. Te adoro con todo mi corazón; me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y con tu amorosa ayuda me propongo no volver a pecar. Te suplico, me concedas la gracia de ganar la santa Indulgencia Plenaria de la Porciúncula o Perdón de Asís, que tú mismo concediste a tu humilde siervo San Francisco de Asís, por la súplica maternal de tu Madre Santísima y que quiero ganar por mí y por (se dice el nombre del difunto).
Te ruego por las intenciones del Papa Francisco, para que siga confirmando en la fe a sus hermanos bautizados y podamos seguirte como discípulos misioneros. Te suplico por la Iglesia, medio por el que concedes tus favores, para que siga construyendo tu Reino de paz, justicia y amor. Te pido por la paz del mundo y la conversión de los pecadores.
Y tú, Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo y Reina de los Ángeles, suplica ante tu amado Hijo por mí, ayúdame a seguir tu maternal consejo: hacer lo que Él me dice que haga. San José, bondadoso y prudente, esposo fiel y padre ejemplar, protégeme. Santos Ángeles, Apóstoles Pedro y Pablo, seráfico y glorioso San Francisco de Asís y todos los Bienaventurados del cielo, rueguen por mí y por el fiel difunto por el que he orado en este día tan especial. Amén.
Cada año todos los fieles que visiten una iglesia franciscana en cualquier lugar del mundo desde el mediodía de hoy, 1 de agosto, y todo el 2 de agosto, podrán obtener la llamada indulgencia plenaria de la Porciúncula.
Este don requiere además las condiciones habituales de confesión sacramental, comunión eucarística y la oración por las intenciones del Papa.
En declaraciones para ACI Prensa, el Hno. Gonzalo Cateriano, exprovincial de los Franciscanos Capuchinos en el Perú, resaltó el "gran deseo de San Francisco de Asís de que todas las almas se salven" y que los fieles "con piedad y devoción" reciban la indulgencia cumpliendo las disposiciones de la Iglesia.
Señaló además que "antiguamente era muy difícil que la Iglesia conceda indulgencias" ya que solo se obtenían en peregrinación a algunos lugares como Tierra Santa, por tanto es un gran regalo que San Francisco obtuvo por su amor a las almas.
"Ahora el Perdón de Asis se puede obtener en todas las iglesias franciscanas del mundo desde la víspera de la fiesta central" e invitó que todas las personas se acerquen para recibirla.
La concesión de la Indulgencia de la Porciúncula se dio en 1216, cuando San Francisco partió para Perusa junto al hermano Maseo para ver al Papa Honorio III, luego que una noche anterior el mismo Cristo y la Virgen rodeados de ángeles se le habían aparecido en la capilla de Santa María de los Ángeles en Asís.
En este aparición, el santo le pidió al Señor le concediese una indulgencia a cuantos visitasen la Iglesia dedicada a la Virgen bajo la advocación de María de los Ángeles. El Señor aceptó y le ordenó que se dirigiese a Perusa, para obtener del Papa el favor deseado. El Santo Padre concedió la gracia.
En 1966 el Papa Pablo VI publicó la Carta Apostólica "Sacrosancta Portiunculae ecclesia" con ocasión del 750º aniversario de la concesión de la indulgencia de la Porciúncula, donde expresó que "la institución de esta indulgencia sea celebrado de manera que verdaderamente la Porciúncula sea aquel lugar santo donde se consigue el perdón total y se hace estable la paz con Dios".
Además refiriéndose a las peregrinaciones que los fieles realizan hacia el lugar, indicó que "quiera Dios que la peregrinación, transmitida durante siglos, a la iglesia de la Porciúncula, que Nuestro mismo Predecesor Juan XXIII emprendió con ánimo piadoso, no termine sino que más bien crezca continuamente la multitud de los fieles que acuden aquí al encuentro con Cristo rico en misericordia y con su Madre, que intercede siempre ante él".
La pequeña iglesia conocida como Porciúncula que San Francisco de Asís dedicó a Santa María de los Ángeles, se encuentra dentro de la gran Basílica que lleva el mismo nombre de esta advocación mariana. La Basílica data de los siglos XVI y XVII.
Esta iglesia fue la segunda morada del santo y de sus primeros hermanos, así como el lugar donde la tarde del 3 de octubre de 1226, San Francisco falleció. Aquí también el Domingo de Ramos de 1211 San Francisco recibió la consagración de Santa Clara, dando origen a las clarisas.
Indulgencia de
la Porciúncula: el Perdón de Asís
Francisco, repara mi
Iglesia
En una
noche de Julio del año 1216, un fraile oraba fervientemente en su pequeña cueva del bosque. Pedía a Dios la virtud de la humildad. Le llamaban hermano Francisco y, aunque tenía 34 años, ya
era conocido y amado por miles de personas. Doce años mas tarde y solo 22 meses después de su muerte, la Santa Madre Iglesia lo proclamaría santo. Pero el "poverelo" se consideró siempre el
jefe de los pecadores. En el silencio de la noche, imploraba a Dios todopoderoso que tuviese misericordia de los pobres pecadores, recordando las palabras del Señor: "a menos que hagan
penitencia, todos perecerán". Pensaba en su propia juventud, solo doce años antes había sido inquieto, frívolo, ambicioso, mujeriego, y por último, soldado. Difícilmente le daba algún momento
de su atención a Dios.
Aquella noche el Señor le dijo al poverelo: "Francisco, ¿quien puede hacerte mayor bien, el amo o el siervo?" Francisco guardó esta lección a su corazón y decidió poner de primero lo primero.
Le preguntó al amo como podría servirle, y Jesús, el amado salvador que abrazó la agonía de la cruz por todos los hombres, le miró con ternura y afecto y le dijo: "Repara mi Iglesia". Desde
entonces, cuando Francisco pensaba en lo delicado, bueno, y amoroso que era Jesús, rompía en llanto y exclamaba: "¡El amor no es amado!".
Primero Francisco tomó las palabras del Señor literalmente y con gozo reparó la capilla donde había recibido la visión del Señor. Después bajó al bosque en el valle de Asís y reparó la vieja
capilla de Nuestra Señora de los Angeles, llamada Porciúncula (pequeña porción). Por su devoción a la Santísima Virgen y por su reverencia a los ángeles, tomó la porciúncula como lugar de
vivienda. Los campesinos insistían que ellos muchas veces escuchaban ángeles cantando en la Porciúncula. Ahí fue donde los primeros hermanos se unieron a El, en la vida nueva de santa
pobreza, trabajo manual, cuidando a los leprosos, mendigando y predicando el amor de Cristo. Siendo los benedictinos propietarios de aquel lugar, Francisco pagaba como renta anual una canasta
de pescado.
Oprimido por el pensamiento de ser indigno ante la misión de fundar la orden religiosa, subió a una cueva en las montañas. Ahí, durante una tormenta se echó al piso y, con una perfecta
contricción, rogó a su Salvador que le perdonara los pecados de su vida pasada. En la angustia de su alma el gritaba: "¿Quien eres tu mi querido Señor y Dios, y quien soy yo vuestro miserable
gusano de siervo? Mi querido Señor quiero amarte. Mi Señor y mi Dios, te entrego mi corazón y mi cuerpo y yo quisiera, si tan solo supiera como, hacer mas por amor a ti!. Repetía: "Señor ten
misericordia de mi que soy un pobre pecador."
Luego, una dulce y gentil paz, la maravillosa paz del Señor llegó a su pura y penitente alma y le dijo: "Francisco, tus pecados has sido borrados." Desde entonces, por la gratitud que sentía,
ardía en un deseo apasionado de obtener el mismo favor celestial por todos los pecadores arrepentidos. Y por eso oraba y pedía fervientemente esa noche en la cueva del bosque.
De repente el sintió un impulso irresistible de ir a la pequeña Iglesia, la Porciúncula. En cuanto entró, como siempre, se arrodillo, inclinó su cabeza y dijo esta oración: "Te alabamos,
Señor Jesucristo, en todas las iglesias del mundo entero. Y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo." Luego al alzar su mirada, en su asombro Francisco vio una luz brillante
arriba del pequeño altar y en unos rayos misteriosos el vio al Señor con su Santísima Madre con muchos ángeles.
Con pleno gozo y profunda reverencia, Francisco se postró en el piso ante esta gloriosa visión y Jesús le dijo: "Francisco pide lo que quieras para la salvación de los hombres". Sobrecogido
al escuchar estas palabras inesperadas y consumido por un amor angelical por su misericordioso Salvador y por su Santísima Madre, Francisco exclamo: "Aunque yo soy un miserable pecador, yo te
ruego querido Jesús, que le des esta gracia a la humanidad: dale a cada uno de los que vengan a esta Iglesia con verdadera contricción y confiesen sus pecados, el perdón completo e
indulgencias de todos sus pecados".
Viendo que el Señor se mantenía en silencio, Francisco se dirigio con un confiado amor a Maria, refugio de los pecadores, y le suplicó: "Te ruego, a Ti, Santísima Madre, la abogada de la raza
humana, que intercedas conmigo, por esta petición". Entoces Jesús miro a Maria, y Francisco se alegró al ver a Ella sonreir a su Divino Hijo, como que si dijera: "por favor, concedele a
Francisco lo que te pide, ya que esa petición me hace feliz a mi".
Inmediatamente Nuestro Señor le dijo a Francisco: "Te concedo lo que pides, pero debes de ir a mi Vicario, el Papa, y pídele que apruebe esta indulgencia". La visión, entonces, se desvaneció
dejando a Francisco en el piso de la capilla, llorando de alegría, con profundo amor y agradecimiento.
Temprano en la mañana, Francisco salio con el Hermano Maceo, a la cercana ciudad de Perugia, donde un nuevo Papa había sido electo, Honorio III. En el camino, Francisco empezó a preocuparse,
ya que iba a pedirle al Papa, un privilegio muy grande para una capilla desconocida. Ese tipo de indulgencia solo se le había concedido a la tumba de Cristo, a la de San Pedro y San Pablo y a
los que participaban en las cruzadas. Entonces Francisco oró arduamente a Nuestra Señora de los Angeles.
Cuando llegó el turno de hablar con el Papa, Francisco se dirigió con gran humildad: "Su santidad, unos años atrás reparé una pequeña Iglesia en honor a la Santísima Virgen. Le suplico le
conceda recibir indulgencias, pero sin tener que dar ninguna ofrenda" (Francisco pensaba en los pobres).
-El Papa replicó:"No es muy razonable lo que pides, pues quien desea una indulgencia debe hacer un sacrificio. Pero, bueno, ¿de cuantos años quieres que sea esta indulgencia?
-Francisco respondió: "Santo Padre, podría usted no darle años específicos, sino almas?
-¿Que significa eso de almas, Francisco?
Ahora
Francisco tuvo que elevar una oración ferviente a Nuestra Señora, ya que debía explicarle al Papa lo que significaba su petición. Con mucha humildad pero con firmeza hizo su extraordinaria
petición, la que ha sido conocida como la indulgencia de la Porciúncula.
-"Yo deseo, si le parece a su Santidad, por las gracias que Dios concede en esa pequeña Iglesia, que todo el que entre en ella, habiéndose arrepentido sinceramente, confesado y habiendo
recibido la absolución, que se le borren todos los pecados y las penas temporales de ellos en este mundo y en el purgatorio, desde el día de su Bautismo hasta la hora en que entren en esa
iglesia."
Impresionado por esta firme y sincera petición, el Papa exclamo: "Estas pidiendo algo muy grande Francisco, ya que no es la costumbre de la Corte Romana conceder ese tipo de
indulgencia"
Reconociendo que esta oportunidad de traer gracias a la humanidad, podía desvanecerse en aquel instante, Francisco añadió con fervor y vehemencia, y con una serenidad devastadora:
"Reverendísimo Santo Padre, yo no le pido esto por mi mismo, lo pido en nombre de Aquel que me ha enviado, Nuestro Señor Jesucristo".
En ese momento el Papa recordó que su gran predecesor Inoceno III, estaba convencido que Cristo se le aparecía y guiaba de manera especial a este pequeño y santo poverelo. Movido, por el
Espíritu Santo, el vicario de Cristo solemnemente declaró tres veces: es mi deseo que se te sea concedida tu petición. Pero los cardenales que estaban presente al escuchar esta innovación
revolucionaria, protestaron y reclamaron al Papa que esta rica y nueva indulgencia debilitaría las cruzadas. En términos fuertísimos le exigieron que la cancelara. Pero el Papa les dijo, "yo
no cancelo lo que he concedido". -"Entonces restríngela lo mas posible".
El Santo Padre llamó a Francisco y le dijo: "nosotros te concedemos esta indulgencia y debe ser válida perpetuamente, pero solo en un día cada año, desde las vísperas, a través de la noche,
hasta las vísperas del siguiente día."
Francisco sumisamente bajo la cabeza y después de agradecer al Papa, se levanto y comenzó a salir. Pero el Papa le llamo: "¿Adonde vas, tu pequeño poverelo? No tienes garantía sobre esta
indulgencia". Francisco se volvió hacia el y con su simpática y confiada sonrisa le dijo: "Santo Padre su Palabra es suficiente para mi, si esta es la obra de Dios es El quien hará su obra
manifiesta. No necesito ningún otro documento. La Santísima Virgen María habrá de ser la garantía, Cristo el notario, y los ángeles los testigos." (recordando la visión)
Francisco escucho estas palabras en su oración: "Francisco quiero que sepas que esta indulgencia, que ha sido concedida a ti en la tierra, ha sido confirmada en el cielo". Con gran gozo
compartió esta revelación al hno. Maceo, y juntos aligeraron el paso para ir a darle gracias a Nuestra Señora de los Angeles en la Porciúncula.
Para la solemne inauguración de este perdón en la Porciúncula, Francisco escogió Agosto 2, porque fue el primer aniversario de la consagración de esta santa capilla, y porque Agosto 1, era la
fiesta de la liberación de San Pedro de las cadenas que tenía en la cárcel (Agosto 2, es el día de Nuestra Señora de los Angeles).
En presencia de los obispos de Asís, Perugia, Todi, Spoleto, Gubbio, Nocera y Foligno, anunció Francisco a la multitud la gran noticia: «Quiero mandaros a todos al paraíso anunciándoos la indulgencia que me ha sido otorgada por el Papa Honorio. Sabed, pues, que todos los aquí presentes, como también cuantos vinieren a orar en esta iglesia, obtendrán la remisión de todos sus pecados».
Jesús y María confirmaron su aprobación del Gran Perdón de la Porciúncula. Una vez a un santo fraile franciscano, Beato Conrado de Ofida, la Virgen Santísima se le apareció envuelta en un rallo de luz, con el niño Jesús en sus brazos, en la puerta de la Porciúncula. El niño bendecía a todos los peregrinos que entraban en la capilla de su Madre para adquirir el perdón de los pecados.
Mas tarde los obispos de Asis y otros Papas promulgaron documentos confirmando "El gran Perdón de la Porciúncula". La pequeña iglesia dedicada a la Santísima Virgen se convirtió en uno de los mas famosos santuarios de peregrinación de toda Europa. Mas tarde Gregorio XV hizo extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas las Iglesias Franciscanas del mundo. En 1921, el Papa Benedicto XV canceló la restricción de manera que se pueda obtener indulgencias cualquier día. Según el decreto de la Penitenciaría Apostólica del 15 de julio de 1988 («Portiuncolae sacrae aedes»), se puede ganar la indulgencia en La Porciúncula durante todo el año, una sola vez al día. Cada año una multitud de fieles acude allí para recibir el «Perdón de Asís» también llamado «Indulgencia de la Porciúncula».
Condiciones para obtener la indulgencia
El
Perdón de Asís se puede obtener para uno mismo o por los difuntos. Las condiciones son las prescritas para las indulgencias plenarias.
1) Visita al Santuario con la recitación de un Padrenuestro y un Credo
2) Confesión sacramental y Santa Comunión
3) Rezar según las intenciones del Sumo Pontífice.
Los peregrinos pueden obtener la indulgencia todos los días del año.
Virgen de los Ángeles, que desde hace siglos has puesto tu trono de misericordia en la Porciúncula, escucha la oración de tus hijos que confiados recurren a Ti. Desde este lugar verdaderamente santo y habitado por Dios, especialmente amado por el corazón de San Francisco, has llamado siempre a todos los hombres al Amor. Tus ojos, llenos de ternura, nos aseguran una continua y materna asistencia y prometen ayuda divina a cuantos se postran a los pies de tu trono o desde lejos se dirigen a Ti, llamándote en su socorro. Tú eres nuestra dulce Reina y nuestra esperanza. ¡Oh Reina de los Ángeles, obtennos, por la oración san Francisco, el perdón de nuestras culpas, ayuda a nuestra débil voluntad para que permanezcamos lejos del pecado y de la indiferencia, para ser dignos de llamarte siempre Madre nuestra. Bendice nuestras casas, nuestro trabajo, nuestro descanso, dándonos aquella paz serena que se saborea entre los viejos muros de la Porciúncula, donde el odio, la culpa, el llanto, por el Amor reencontrado, se transforman en canto de alegría, como el canto de tus Ángeles y del Seráfico Francisco. Ayuda a quien está desamparado y a quien no tiene pan, a aquellos que están en peligro o en tentación, en la tristeza o en la desolación, en la enfermedad o en la hora de la muerte.
Bendícenos como a hijos amados tuyos, y con nosotros te rogamos que bendigas, con el mismo gesto materno, a los inocentes y a los culpables, a los fieles y a los extraviados, a los creyentes y a los que están en la duda. Bendice a toda la Humanidad, para que los hombres, reconociéndose hijos de Dios e hijos tuyos, encuentren, en el Amor, la verdadera Paz y el verdadero Bien. Amén.