Cada 7 de junio, se recuerda a la Beata Ana de San Bartolomé, religiosa carmelita, mística y discípula de Santa Teresa de Jesús. Sor Ana impulsó, con grandes frutos, la expansión de la reforma carmelita descalza en Francia y Países Bajos.
Fue proclamada “Libertadora de Amberes” (Bélgica) ya que la antigua ciudad de Flandes, que había sido escenario de los enfrentamientos entre católicos y protestantes durante buena parte del s. XVI, ganó en paz y prosperidad gracias a la fundación del monasterio carmelita descalzo liderado por la Beata Ana. El monasterio le dio nueva vida a la ciudad, la que alguna vez fue llamada “la más bella de las ciudades”, en los siglos anteriores. Posteriormente, Amberes se salvaría de la destrucción a manos de los holandeses, gracias a que los católicos de la ciudad se encomendaron a la beata.
Tiempos aciagos
Ana de San Bartolomé nació el 1 de octubre de 1549 con el nombre Ana García Manzanas en Almendral de la Cañada (Toledo, España).
Vivió durante el periodo que se denomina el Siglo de Oro Español, cuando en América se desarrollaba la conquista y se llevaban a cabo los primeros grandes esfuerzos evangelizadores en el nuevo continente. España libraba una dura y sangrienta batalla en el marco de lo que se conoce como “guerras de religión” ocasionadas por el avance del protestantismo. Por su parte, la Iglesia católica impulsaba la Contrarreforma, que tuvo en el Concilio de Trento su momento cumbre. El Concilio dio -entre otras medidas- un impulso a la reforma de las órdenes religiosas como medio para renovar el catolicismo y hacer frente a las ideas protestantes.
Bajo el patrocinio del apóstol Bartolomé
En ese contexto la joven Ana fue creciendo y madurando la idea de un posible llamado a la vida religiosa. Sin embargo, en un momento determinado su salud se vio afectada y enfermó gravemente. Entre sus hermanos y familiares se suscitó una gran preocupación así que decidieron rezar una novena al apóstol San Bartolomé para pedir por su curación.
El 24 de agosto de 1570, día de la fiesta del apóstol, Ana fue llevada a una ermita dedicada a él y se curó milagrosamente. Ese mismo año, completamente recuperada, ingresó al convento de San José de Ávila como hermana lega y eligió a San Bartolomé como su santo patrono cuyo nombre tomaría como carmelita descalza.
Santa Teresa de Ávila y el espíritu de la reforma
Siendo novicia, conoce a Santa Teresa de Jesús, impulsora de la reforma del Carmelo. La Doctora de la Iglesia aprobó su profesión y le tomó los votos el 15 de agosto de 1572. Luego la convirtió en su secretaria particular.
Aprendió a escribir pulcramente de modo milagroso. Destacó siempre por su extraordinaria caridad, por su unión mística con Dios y su gentileza con el prójimo.
Tras el fallecimiento de Santa Teresa, Sor Ana de Bartolomé inició el periplo que la llevaría a Francia, Bélgica y Países Bajos fundando conventos, dejando en muchos lugares hermosos testimonios de su virtud.
En su autobiografía, escrita por obediencia, dejó constancia de las abundantes gracias de las que gozó durante su vida, en especial de los regalos místicos que el Señor le concedió. No falta el recuento de sus luchas contra los ataques y tentaciones del demonio.
Tuvo el don de la bilocación. Cuando se enteró de que su confesor, el P. Juan de San Cirilo, estaba por morir, oró por él y de pronto se vio a su lado, dándole consejos a su enfermero. También tuvo el don del conocimiento de las almas, que le aprovechó mucho para dar consejo espiritual y asistir con su oración a quienes se le acercaban.
Epílogo
En 1624 Sor Ana de San Bartolomé sufrió una apoplejía, de la que no pudo recuperarse totalmente. El 7 de junio de 1626, luego de haber recibido la extremaunción y la Santa Comunión, cayó en éxtasis por unos minutos y entregó su alma en paz.
Ana de San Bartolomé fue beatificada en 1917 por el Papa Benedicto XV.
Ana García Manzanas nace el 1 de octubre de 1549, sexta de siete hermanos, e hija de Alonso Sánchez y María Sánchez. De su infancia sabemos que dedicaba largos ratos a la penitencia y la oración y que tuvo la gracia de ser acompañada frecuentemente por el Niño Jesús, que según ella crecía, se iba mostrando de su edad. A los diez años habían muerto sus padres y fue enviada como pastora por sus hermanos. A los 13 años la quieren casar, pero ella desecha a todos los pretendientes y suplica a Dios la libre de matrimonio alguno si no es con Él mismo. Tiene una revelación de una orden nueva: carmelitas que viven la regla primitiva, y con ellas quiere entrar. Rechaza a las jerónimas, que la invitan a profesar con ellas. Los hermanos le dicen que de carmelitas fundadas por "una loca llamada Teresa"; nada, que si quiere, a las jerónimas. Uno llega a acuchillarle. Finalmente su tío intercede por ella y la llevan a Ávila, donde le dilatan la entrada y mientras, los hermanos le hacen la vida imposible, cargándola de trabajos todo el día. Al fin, el 2 de noviembre de 1570 entra al monasterio como hermana lega, siendo la primera de la descalcez.
Enterrada la Santa en Alba, quiso Ana quedarse a la vera de su cuerpo, pero fue enviada a Ávila, su verdadero convento. Fue testigo entre 1583 y 1588 de las desastrosas e indignas traslaciones del cuerpo de Santa Teresa, de Alba a Ávila y viceversa. Tuvo, como otras religiosas, apariciones de la santa, ya fuera bendiciendo a la priora, en el coro sentada entre las demás monjas, o sintiendo el mismo olor que expedía su cuerpo incorrupto en varias estancias del convento de Ávila.
En 1591 María de San Jerónimo es nombrada priora del convento de Madrid para atajar un atisbo de separación de las monjas de dicho convento, y llevó consigo a nuestra beata a dicha ciudad. En 1595 la llevaría consigo a la fundación de Ocaña, donde permaneció hasta 1598 y se fraguó la tercera y definitiva parte de su vida. Ella lo cuenta:
"Estando en esta fundación de Ocaña, la noche de Navidad, después de los Maitines, me quedé recogida y en sueños me mostraron la venida que había de hacer a la Francia. Entráronme en un mar muy oscuro que me daba temor y me enviaron con unas compañeras que no eran mis conocidas, sino una conocí después en este recogimiento. Me hallé forzada mi espíritu antes de esta vista en un vivo deseo de ser mártir, y aunque algunas veces se me han apretado estos deseos, no tan perfectos como esta vez, que me hallaba con una conformidad y gozo, tomándolo por Dios con el más encendido amor que en esta parte he tenido (...) Se me mostró Nuestro Señor como cuando andaba por el mundo, mas con grandísima hermosura y Majestad, pero por otra parte afligido, dándome a entender la mucha pena que tenía y tocándome en el hombro, me dijo: “Hija, ayúdame. Mira las almas que se me pierden en Francia”. Y fuéme mostrando todo el reino y estas tierras de por acá cómo se están abrasando en herejías y grandes pecados. Y de aquel tocarme en el hombro me parece descargó su pena y me la dio a mí tan grande y sentí tan gran dolor que me parece me moría. Los efectos con que quedé de este arrobamiento y visión fue un amor tan abrasado con aquellas almas y las de todos mis prójimos que me parece me iba secando".
En 1571, siendo novicia aún, conoce a la Santa Madre Teresa de Jesús (15 de octubre y 26 de agosto), que al verla, dice: "Aunque sea novicia, llévenla a mi celda, que quiero que sea mi compañera". Siendo priora la santa en la Encarnación le dará permiso para la profesión, que ocurrió el 15 de agosto de 1572. Fue tornera y enfermera. Jamás estaba ociosa y aún de priora, si iba al locutorio, hilaba, cosía, escribía o rezaba el rosario.
En 1574 enferma de cuidado, por lo que la Santa no puede llevarla consigo, como quería, a las fundaciones de Beas de Segura y Sevilla. Vuelta la santa de Sevilla, encuentra gran pobreza en el monasterio, y varias enfermas por el hambre que pasaban. Pone a Ana de enfermera y esta, por obediencia, arrastrando su enfermedad, consuela a las otras y mejora su salud. Desde ese momento, comienza a atender a la Santa y no se separará de ella hasta ayudarla a morir en sus brazos. Juntas vivieron los caminos calurosos o fríos, secos o húmedos; los desplantes de Burgos y las alegrías de Palencia. Juntas por esos mundos:
Valladolid, Salamanca, Villanueva de la Jara. Juntas padeciendo, riendo, enfermando y sanando. Juntas temieron la persecución de los "calzados", la angustia por la prisión del Santo Padre, los ataques a Gracián y el casi derrumbe de la obra teresiana. Juntas agradecieron a Dios por el Capítulo de Alcalá de Henares. Juntas, en fin, llegaron a Alba de Tormes el 20 de septiembre de 1582, para morir la santa el 4 de octubre del mismo año, sostenida por Ana de San Bartolomé.
En 1571, siendo novicia aún, conoce a la Santa Madre Teresa de Jesús (15 de octubre y 26 de agosto), que al verla, dice: "Aunque sea novicia, llévenla a mi celda, que quiero que sea mi compañera". Siendo priora la santa en la Encarnación le dará permiso para la profesión, que ocurrió el 15 de agosto de 1572. Fue tornera y enfermera. Jamás estaba ociosa y aún de priora, si iba al locutorio, hilaba, cosía, escribía o rezaba el rosario.
En 1574 enferma de cuidado, por lo que la Santa no puede llevarla consigo, como quería, a las fundaciones de Beas de Segura y Sevilla. Vuelta la santa de Sevilla, encuentra gran pobreza en el monasterio, y varias enfermas por el hambre que pasaban. Pone a Ana de enfermera y esta, por obediencia, arrastrando su enfermedad, consuela a las otras y mejora su salud. Desde ese momento, comienza a atender a la Santa y no se separará de ella hasta ayudarla a morir en sus brazos. Juntas vivieron los caminos calurosos o fríos, secos o húmedos; los desplantes de Burgos y las alegrías de Palencia. Juntas por esos mundos:
Valladolid, Salamanca, Villanueva de la Jara. Juntas padeciendo, riendo, enfermando y sanando. Juntas temieron la persecución de los "calzados", la angustia por la prisión del Santo Padre, los ataques a Gracián y el casi derrumbe de la obra teresiana. Juntas agradecieron a Dios por el Capítulo de Alcalá de Henares. Juntas, en fin, llegaron a Alba de Tormes el 20 de septiembre de 1582, para morir la santa el 4 de octubre del mismo año, sostenida por Ana de San Bartolomé.
La fundación en Francia, procurada por Madame Acarie y su primo Pedro Berulle, había pasado por varios contratiempos que podéis leer en el artículo dedicado a esta santa mujer en este blog. En 1604 Berulle fue a España a buscar las religiosas necesarias, pero halló que la religiosa que más lo había procurado, la Gran María de San José, había fallecido. Berulle la sustituyó con Ana de San Bartolomé, cosa que no gustó ni al Nuncio ni a las demás monjas (Ana de Jesús Lobera, Leonor de San Bernardo, Isabel de los Ángeles, Isabel de San Pablo y Beatriz de la Concepción), pues Ana de San Bartolomé era una lega sin instrucción. Entraron en Francia el 29 de agosto de 1604, y llegaron a París el 15 de octubre. El 18 se fundaría el convento de la Encarnación, nombrando a Ana de Jesús como priora.
A los dos meses los superiores determinaron darle el velo negro de corista a Ana, que se negó rotundamente. Era necesario, para que fuera fundadora y priora, dada la posibilidad de hacer otras fundaciones. La Venerable Ana de Jesús se opuso fuertemente, diciendo que iba contra la Santa, que la había querido de velo blanco, que jamás se había visto que una lega cambiase al velo negro, y menos para ser priora y fundadora. Dice la Beata su autobiografía:
"La prelada [Ana de Jesús] no quería. Yo estaba sola y ella me tenía a veces en una celda una hora entera, diciéndome cosas de harta temeridad, que no los creyese, que me condenaría y que por mí se perdería y relajaría la Orden en Francia y en España".
Finalmente Berulle y los superiores harían su voluntad, y el 11 de enero de 1065 tomaría el velo negro. Dos días después sería encomendada como fundadora y priora de Pontoise. El 15 de enero llegó a la ciudad. No le fue fácil; estaba acostumbrada a obedecer, no a mandar. No podía enseñar a rezar el breviario a las cuatro novicias que entraron, pues no sabía leer latín. Ninguna hablaba español, ni ella hablaba francés. Finalmente, por un milagro, pues Ana de San Bartolomé tenía don de lenguas, lograron entenderse. Mientras, en París, la tensión entre Berulle y Ana de Jesús crecía, puesto que este, pretendía mantener a perpetuidad la autoridad sobre las carmelitas, en contra de lo acordado, que era que sólo sería hasta que los carmelitas descalzos entraran en Francia. Como no se preveía aún dicha fundación, Berulle maquinaba, y, todo sea dicho, los descalzos desentendidos de sus monjas. Pronto entendió Ana de San Bertolomé las verdaderas intenciones de Berulle de hacerla monja de coro: manipularla e influir en las monjas para imponer su propia visión de la vida religiosa reformada, valiéndose de una figura tan cercana a la Santa Madre como Ana de San Bartolomé. Pero no contaba con el temple de una hija de Santa Teresa como era la Beata.
Ana de Jesús dejó París, y fue de fundadora a Dijon, por lo que Ana de San Bartolomé fue mandada de priora a París, y para que las monjas de Pontoise no protestaran, la sacaron disfrazada de hombre. Toda una locura e improvisación por parte de Berulle y compañía. Milagros casi eran necesarios para que todo aquello prosperase. El primer año le fue bien, pero al cabo, las tensiones de Berulle con las monjas se acentuaron y Ana de San Bartolomé las padeció. La acusaron de pretender introducir a los frailes (¡como si ese no fuese el "convenio"!) para librarse de su obediencia. Comenzaron a sembrar cizaña entre las monjas francesas contra la beata, diciéndoles (según cuenta Ana en su autobiografía):
"No tratéis con la Madre vuestras almas, que su espíritu no es para vosotras. Ella es extranjera, y más, española. No os fiéis de ella, que si quiere a los frailes, os darán una vida muy cruel. Son recios; no es para vosotras su término".
Menuda cara dura, cuando el rigorismo del Carmelo francés fue obra suya y no de los frailes ni monjas españolas. Más aún, Berulle gobernaba el monasterio, aceptando o echando monjas, cambiando oficios a su antojo, o poniendo o quitando prácticas de devoción o penitencias, sin contar con la priora para nada. O más, diciéndole "que no tengo que tener pena ni cuidado, que ellos lo tendrán". La vigilaba, le ponía una monja espía de tornera o de compañera, prohibía a las monjas y a ella misma elegir confesor, a las monjas que le hablaran cualquier cosa de espíritu, siendo esto contra la regla y constituciones teresianas.
En 1608 logró salir de allí, para fundar en Tours, donde le tocó otra persecución era ciudad casi totalmente protestantizada, y las calumnias llovieron sobre ella y las monjas: que si vivían con sacerdotes, que si una prostituta era monja allí, que si tenían hijos a escondidas. Y tampoco tuvo paz: la supriora era afín a Berulle y le informaba de cada paso que daba la beata. Llegaron a interceptarle las cartas que enviaba y recibía de España. En 1611 quiso volver a París, ya que, al fin, los descalzos estaban a punto de fundar. Berulle aceptó, pero le prohibió pidiese la obediencia a los descalzos, pues "ellas eran suyas" (!). Pero el General envió una orden a Ana para que fundase en Flandes, lo que enfureció a Berulle que quiso hacerla negarse y que le prestara obediencia. Ella, claro está, se negó rotundamente y fue castigada. Pero no osó Berulle contradecir al General y en octubre de 1611 partió Ana de San Bartolomé hacia Flandes. Y dice:
"Salí antes del amanecer fuera del lugar adonde me llevaron, que estaban allí los religiosos aguardando. Dios me dio tan grande consuelo de verme vuelta a la Orden que me parecía estaba como cuando echan una piedra en un pozo y se va al centro y allí reposa como en su gloria y paraíso".
Y a Flandes llegó. Tenía 62 años, que no son pocos para el siglo XVI, siendo ella también una "inquieta y andariega". Llegada a
Flandes, estuvo un año con las carmelitas de esta ciudad, hasta el 17 de octubre de 1611, que partió como fundadora a Amberes. Esta fundación le infundía algunos temores, pero Jesucristo se le
reveló consolándola y diciéndole:“No temas, que esta fundación resplandecerá con el tiempo como una antorcha que da mucha luz".
El 26 de octubre llegarían a Amberes. Revisó los últimos retoques de la casa provisional y alquilada, y el 6 de noviembre se hizo el traslado solemne y se inaugura la clausura, em una probreza
teresiana al cien porciento:
"Vinimos aquí en tanta pobreza que no teníamos sino 50 florines prestados, y los padres jesuitas nos dieron recaudo para decir la primera misa, que no teníamos cosa, y los del Magistrado no nos querían; querían tornarnos a enviar, y Dios lo ha todo allanado de tal manera que de toda la villa está este monasterio estimado y, en tres años que ha estamos aquí, está más proveído que otros de diez años. Hemos comprado el mejor sitio del lugar… La santa es la Priora, que lo más ordinario me imagino que la ando sirviendo como lo hacía cuando era viva, y que lo demás ella lo hace. Y sin ser muchas veces imaginación, actualmente la he sentido conmigo y que lo hace todo. Dios me ha dado en esto tanta paz y consuelo que nadie lo podrá creer". (Autobiografía)
El 21 de noviembre profesaría la primera novicia, y muy pronto se reencontraría con el P. Gracián, ya expulsado de la descalcez y en esos momentos "calzado", que visitaba la ciudad para predicar
a los soldados y a unas religiosas con motivo del Adviento. El 11 de abril de 1619 profesaba en sus manos Sor Clara de la Cruz, antigua dama de la Infanta Isabel Clara Eugenia, a la que la Beata
había profetizado años antes que sería monja. No solo acertó, sino que fue su secretaria, su apoyo y amiga hasta la muerte de la Beata.
El 1 de mayo de 1619 se funda otro Carmelo de jóvenes inglesas, que pronto abandonarían la obediencia a la Orden, con pena y disgusto de Ana de San Bartolomé, que llegaría a escribir a Isabel
Clara Eugenia, para que les llamara al orden, o las expulsara del país incluso. El 15 de agosto se inaugura la casa definitiva de las carmelitas, trasladadas de la primera casa. En 1618 será año
de gran alegría para Ana de San Bartolomé: sus queridos descalzos fundan en Amberes, aportándole consuelo y seguridad. En 1623 las carmelitas de Borges huyen de Berulle, la Beata las acoge y con
la misma comunidad funda el monasterio de Jeper. 1614 le llena de gran alegría, por la beatificación de la Santa Madre, el 24 de abril. Inmediatamente cambia el nombre a su monasterio de Amberes
por el de "Beata Teresa y San José", siendo el primero en llevar el nombre de su amada Madre. Alegría completa en 1622, cuando Gregorio XV canoniza a Santa Teresa de Jesús. Nuestra Beata escribe:
"Me consolé el día de su canonización… Yo quedé en paz y gozo, que lo he tenido de ver esta santa honrada como lo merece de Dios y de su santa Iglesia. Bendigamos día y noche al Señor que la escogió para poner en ella tantas gracias, que es de su gloria mostrarlas en sus amigos".
Es llamada, y con razón, libertadora de Amberes, pues en dos ocasiones el poder se su intercesión salvó la ciudad. En 1621, las tropas españolas y las holandesas terminan la tregua y se reanuda
la guerra. Ana de San Bartolomé aumenta su oración, sus penitencias en aras de la victoria española y católica, contra los holandeses herejes, todo por la gloria de Dios y el bien de las almas.
Es el siglo XVII, recordad. Al año siguiente, los españoles sufren pérdidas y el asedio a Bergen-op-Zoom es un fracaso. Spínola tiene que abandonar el asedio para no someter a los soldados a una
matanza segura. Con esto, se quedaba el camino despejado para que los herejes tomaran Amberes. En diciembre de 1622 llegó el momento, las tropas holandesas atacaron la ciudad, pero no contaban
con aquella monja que se sacrificaba y oraba intensamente por la exaltación de la fe católica, y perdieron.
Sobre este hecho contará la M. Teresa de Jesús, quien sería la priora que le sucedió:
"Pasaba las noches en oración clamando a Dios por estas necesidades como lo hizo aquella noche cuando los holandeses quisieron venir a tomar Amberes, que antes de acostarse nos dijo a todas en el coro con grandísimo fervor: que por amor de Dios que rezásemos bien y apretásemos a Dios por estas cosas de su Iglesia, y esto tornaba a repetir con tanto ímpetu, que nos espantábamos, y pensábamos que había tenido nuevas, que se había de hacer alguna gran empresa. Y preguntádoselo dijo que no sabía esto, mas que Dios le ponía este espíritu; y desde las dos de la mañana se puso en oración hasta que yo fui a su celda a la mañana antes de ir al coro como lo tenía de costumbre, y en entrando me dijo: '¡Ay, hija!, y qué cansada que estoy, que parece tengo el cuerpo molido, alguna gran traición debe de haber, porque toda la noche parece he peleado y de la fuerza que me han hecho para que yo rezase que al momento que yo quería bajar los brazos que tenía levantados para clamar a Dios, me decían siempre reza más, más, más, y aunque hubiera peleado con un ejército no creo estuviera más cansada, que estoy toda en agua'. Y así fue menester mudarle la túnica, y a la mañana sosegó y dijo: 'Ya está hecho', y dos o tres horas de ahí vino la nueva de cómo había faltado muy poco para que los holandeses tomasen Amberes, y fuíselo a decir a nuestra Madre, la cual dio hartas gracias a Dios por esta merced. Hartas veces decía sentía había alguna traición, y de ahí algunos días venían las nuevas cómo era verdad. (Procesos de canonización).
Dos años después , en agosto de 1624, Spínola comienza el asedio de Breda, y aún con el temor que los holandeses aprovecharan para atacar Amberes de nuevo, como pasó de hecho el 13 de octubre del
mismo año, con el fracaso de los herejes, en la rendición de Breda. Cartas dela Beata, estampas o pañuelos que habían sido tocados o bendecidos por ella eran tenidos como reliquias y muchos
soldados llevaban alguno, confiando en la oración de esta Esposa de Cristo.
Su otra gran intervención en favor de las tropas católicas, esta vez a distancia, fue en la batalla de la Montaña Blanca, el 8 de noviembre de 1620, donde el paladín de la victoria sería el
carmelita Venerable Domingo de Jesús María y la Capitana de los ejércitos sería Nuestra Señora, en su advocación carmelitana de Nuestra Señora de la Divina Gracia. La Beata profetizaría sobre esta batalla: "En este día los cristianos han obtenido una gran victoria”, y a los pocos días la noticia de la victoria le dio la razón.
En este mismo 1624, los primeros síntomas de su partida al cielo se hicieron notar. Sufrió una apoplejía de la que no se recuperó del todo, aunque la Infanta le hizo ver de los mejores médicos y tomar los mejores remedios del momento. Casi tenía que moverse a gatas, y aún así no abandonó sus oraciones y el trabajo. En una ocasión llegó incluso a cortar la leña para que se calentasen las monjas al salir del Oficio Divino. Dos años duró esta agonía, durante los cuales, intensificó su unión con el Amado, recitando frecuentemente con San Juan de la Cruz "adonde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido". Los días de comunión se preparaba desde la madrugada, con oraciones, ratos de silencio y se hacía leer los salmos.
El 4 de junio de 1626 tuvo una recaída, el 7 del mismo mes se le impartió la extremaunción, y luego de comulgar tuvo un éxtasis de unos quince minutos, para luego morir dulcemente, sin tensión ni dolor aparente. A los pocos días, la venerable Catalina de Cristo escribió contando a la M. Teresa, como había tenido revelación de la muerte nuestra beata:
"El Señor me dio a entender en la oración que estaban a su cabecera todos los santos y toda la Trinidad y la Madre de Dios y nuestra santa Madre y el maestro, santísimo padre san José, con las demás vírgenes; y en saliendo su bendita alma del cuerpo, fue al cielo derecha con cánticos celestiales de todos los santos y santas y ángeles".
El cuerpo fue puesto en el coro bajo de las monjas, y fue tanta la afluencia de gente a venerar el cuerpo de su "santa española", que las monjas, sin permiso, lo acercaron a la ventanilla de comulgar del presbiterio, para que los fieles la tocaran, besaran y pasaran objetos de devoción. Cuando les regañó el superior, ya no pudo impedirlo. Durante esos días de continua devoción, se tocaron miles de rosarios, los carros provenientes de Bruselas, Mons, y otras ciudades llegaron a atascar las entradas y salidas de Amberes. Aún no estaba enterrada y ya se hizo patente el primer prodigio: una endemoniada que llevaba poseída dos años fue liberada en la iglesia de los agustinos de Amberes, luego que le aplicaran una reliquia tocada al cuerpo de la Beata. Los procesos narran que continuaron los prodigios: las ropas, cama y objetos que había usado desprendían un olor sobrenatural, incluso después de haber sido lavados en lejía algunos, para probar.
En 1625 el P. Matías de San Francisco, General de la Orden, quiso ver el estado de las reliquias, se abrió el sepulcro y el cuerpo estaba íntegro y oloroso. Se le cambió de caja. En 1634 se volvió a abrir la sepultura, por deseo de la reina de Francia, María de Médicis, sanada milagrosamente en 1633 por la intercesión de Ana. Se comprobó por parte de los asistetes, el olor del cuerpo. En 1635 se concluyó el proceso ordinario, como de costumbre; recopilación y análisis de sus escritos, declaración de testigos, certificación de milagros y prodigios, evidencias de devoción popular, etc.
En 1783 se abrió el sepulcro y se vio el cuerpo en buen estado. Se tocaron varios objetos, para reliquias. Pero el proceso se detuvo, se ralentizó, hasta recibir un definitivo impulso entre los siglos XIX y XX. En 1917 los restos fueron exhumados y colocados en su celda, convertida en oratorio. Finalmente Benedicto XV el 6 de mayo de 1917, y actualmente proceso para la definitiva su canonización duerme en el sueño de los papeles.
En este mismo 1624, los primeros síntomas de su partida al cielo se hicieron notar. Sufrió una apoplejía de la que no se recuperó del todo, aunque la Infanta le hizo ver de los mejores médicos y tomar los mejores remedios del momento. Casi tenía que moverse a gatas, y aún así no abandonó sus oraciones y el trabajo. En una ocasión llegó incluso a cortar la leña para que se calentasen las monjas al salir del Oficio Divino. Dos años duró esta agonía, durante los cuales, intensificó su unión con el Amado, recitando frecuentemente con San Juan de la Cruz "adonde te escondiste, Amado, y me dejaste con gemido". Los días de comunión se preparaba desde la madrugada, con oraciones, ratos de silencio y se hacía leer los salmos.
El 4 de junio de 1626 tuvo una recaída, el 7 del mismo mes se le impartió la extremaunción, y luego de comulgar tuvo un éxtasis de unos quince minutos, para luego morir dulcemente, sin tensión ni dolor aparente. A los pocos días, la venerable Catalina de Cristo escribió contando a la M. Teresa, como había tenido revelación de la muerte nuestra beata:
"El Señor me dio a entender en la oración que estaban a su cabecera todos los santos y toda la Trinidad y la Madre de Dios y nuestra santa Madre y el maestro, santísimo padre san José, con las demás vírgenes; y en saliendo su bendita alma del cuerpo, fue al cielo derecha con cánticos celestiales de todos los santos y santas y ángeles".
El cuerpo fue puesto en el coro bajo de las monjas, y fue tanta la afluencia de gente a venerar el cuerpo de su "santa española", que las monjas, sin permiso, lo acercaron a la ventanilla de comulgar del presbiterio, para que los fieles la tocaran, besaran y pasaran objetos de devoción. Cuando les regañó el superior, ya no pudo impedirlo. Durante esos días de continua devoción, se tocaron miles de rosarios, los carros provenientes de Bruselas, Mons, y otras ciudades llegaron a atascar las entradas y salidas de Amberes. Aún no estaba enterrada y ya se hizo patente el primer prodigio: una endemoniada que llevaba poseída dos años fue liberada en la iglesia de los agustinos de Amberes, luego que le aplicaran una reliquia tocada al cuerpo de la Beata. Los procesos narran que continuaron los prodigios: las ropas, cama y objetos que había usado desprendían un olor sobrenatural, incluso después de haber sido lavados en lejía algunos, para probar.
En 1625 el P. Matías de San Francisco, General de la Orden, quiso ver el estado de las reliquias, se abrió el sepulcro y el cuerpo estaba íntegro y oloroso. Se le cambió de caja. En 1634 se volvió a abrir la sepultura, por deseo de la reina de Francia, María de Médicis, sanada milagrosamente en 1633 por la intercesión de Ana. Se comprobó por parte de los asistetes, el olor del cuerpo. En 1635 se concluyó el proceso ordinario, como de costumbre; recopilación y análisis de sus escritos, declaración de testigos, certificación de milagros y prodigios, evidencias de devoción popular, etc.
En 1783 se abrió el sepulcro y se vio el cuerpo en buen estado. Se tocaron varios objetos, para reliquias. Pero el proceso se detuvo, se ralentizó, hasta recibir un definitivo impulso entre los siglos XIX y XX. En 1917 los restos fueron exhumados y colocados en su celda, convertida en oratorio. Finalmente Benedicto XV el 6 de mayo de 1917, y actualmente proceso para la definitiva su canonización duerme en el sueño de los papeles.
Varios dones místicos tuvo Ana de San Bartolomé, como la bilocación: Sabiendo que su confesor, el P. Juan de San Cirilo estaba para morir, oró por él, se sintió arrebata y se vio a su lado, recomendándole un remedio al enfermero. A los pocos días el antes enfermo fue al monasterio a darle las gracias. Tuvo muchos éxtasis, mediante los cuales contemplaba y comprendía misterios de la fe, como la Santísima Trinidad, o la presencia de Cristo en el Sacramento. Tuvo don de conocimiento de las almas, y lo usaba para orar por los demás, y para aconsejar a religiosas y seglares, sin que estos le contasen sus problemas, o antes que lo hicieran, si iban a visitarla. Varios milagros realizó en vida, como multiplicar el dinero de un mercader que les había dado a guardar una suma, sanar a hermanas de melancolía, fiebres, dolores de muelas o de cabeza. Y todo con sencillez, discreción y naturalidad, sin alterar sus oficios, ni pavonearse por ello.
Sufrió ataques y tentaciones del demonio, al que llegó a ver en forma de perro gigante en la cocina de Ávila. Se le enfrentó diciéndole que no le temía, y que más prefería tener a siete demonios en el monasterio que a un solo hombre, con lo que el diablo se esfumó por la chimenea. Otro ataque del demonio lo venció con la oración, y como premio vio como San Juan Evangelista, San José, Santiago Apóstol y San Bartolomé bendecían la casa derramando agua bendita. Como no podía ser menos en una carmelita, fue hija amantísima de la Virgen María. Escribe en su autobiografía:
"Estando una vez en la fiesta de Navidad haciendo mi oración, adoraba las llagas de los pies de Jesucristo y vínome a la memoria: “Ahora, Señor, venís niño, y Vos en la cruz. ¿Qué haré de veros siempre así, oh Niño?”. Y en ese momento se le apareció la Virgen con el Niño en sus brazos mostrándomelo desnudo y pequeñito como lo tenía en sus sagradas entrañas y tenía en sus pequeñitos pies señaladas las llagas como llagas con unas gotas de sangre, que parecía le habían caído como señalados los clavos que había de tener"
De su devoción y trato frecuente con los santos, dice, igualmente en su Vida:
"Tuve devoción (desde niña) con los gloriosos San José, San Juan Bautista, San Francisco, San Bernardo y el arcángel San Gabriel, y a cada uno rezaba un padrenuestro y un avemaría cada día, y tres a las once mil vírgenes a quienes rogaba guardasen mi castidad (...) Una vez, el día de San José, habiéndome levantado, me puse en oración diciendo que como estaba mala me pesaba de no poder solemnizar su fiesta como yo quisiera. Entonces el glorioso San José me representó todas las mercedes que Dios le había hecho desde su niñez; de que quedé tan consolada y elevada que, si no me hubiera ido a la mano, me hubiera hecho mucho daño. Y cuando empezaron los cantores a cantar la misa, estaba fuera de mí".
Tal vez la revelación más conocida, y representada en los ambientes carmelitanos, por su trascendencia es aquella donde vio a Nuestro Padre San Elías (20 de julio; 12 de enero, en la Iglesia Oriental, la ascensión al Paraíso; y 20 de junio, traslación de reliquias a la iglesia de los Santos Apóstoles en Constantinopla) bendecir el importante Capítulo de Valladolid de los descalzos:
"Una vez, estando nuestros padres en capítulo en Valladolid, habiéndose juntado de toda la provincia para definir cosas de la Orden y hacer prelados, acabando de comulgar que era cuando querían entrar en el Capítulo, yo los estaba encomendando a Dios. Y mostróme el Señor al santo padre nuestro Elías, que estaba sobre el convento donde estaban juntos, en una manera de nube como fuego, tendida su capa y abiertos los brazos sobre ellos, mostrando darles su espíritu. Y acabado el Capítulo vino el provincial a nuestro convento de Ávila, que era el padre fray Nicolás [Doria], un santo varón, y dijo a la Priora que había tenido un Capítulo de cielo que, entrando los frailes en él, se hallaron tan suspensos y recogidos que ninguno discrepó de otro en cuantas cosas se ordenaban. Y todos tenían un mismo espíritu sin hablarse los unas con los otros. Y dividían entonces las provincias y todos a una voz dijeron: 'llamemos ésta de San Elías' [provincia de Castilla], que parece en esto que sentían su espíritu. Y así lo dijo el provincial: 'Este Capítulo ha sido de Dios y de su Santo Espíritu por los efectos que todos me han confesado y lo que yo he sentido'".
Y muchos más dones y virtudes podríamos relatar, pero necesitaríamos mucho más espacio y tiempo.
Antonio María Gianelli, Santo
¡Oh Divina Providencia, ¡Concédeme tu clemencia y tu infinita bondad! Arrodillado a tus plantas, a Ti caridad portento. Te pido para los míos casa, vestido y sustento. Concédeles la salud, llévalos por buen camino. Que sea siempre la virtud la que los guíe en su destino. Tú eres toda mi esperanza. Tú eres el consuelo. En lo que a mi mente alcanza, en Ti creo, en Ti espero y en. Ti confió. , Divina Providencia se extiende a cada momento. Para que nunca nos falte casa, vestido y sustento.
Divina Providencia, que riges los destinos del mundo, sin cuya voluntad no se mueve la hoja de un árbol, y cuya solicitud viste a los lirios del campo y no desampara ni al más pequeño gusano: míranos con ojos de misericordia y guárdanos siempre bajo tu paternal cuidado.
Derrama sobre nosotros y sobre los nuestros, presentes y ausentes, sobre nuestro hogar, sobre nuestra familia, sobre nuestra casa, sobre nuestros bienes, proyectos y trabajos, la eficacia de tus bendiciones y favores.
Danos el pan, el techo, el abrigo y la salud, provee a todas nuestras necesidades del cuerpo y del alma. Conserva la unión, la paz y tranquilidad entre nuestra familia; procúranos el trabajo honrado y suficiente para satisfacer las necesidades nuestras y las de aquellos que nos han confiado.
Apártanos del mal; defiéndenos en los peligros. Protege nuestra honra, presérvanos del pecado. Asístenos en toda hora, principalmente en el trance de la muerte: Guíanos en la vida y más tarde recíbenos en la eternidad
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento para que nunca nos falte tu gracia, salud, casa, vestido y sustento.
Encomendamos a tu Providencia Divina a todos los Enfermos dales la salud. Te rogamos por todos los Agonizantes, no permitas que mueran sin tu auxilio.
Ten Misericordia, Oh Providencia Divina, de todas las almas del Purgatorio, en especial de nuestros familiares, Bienhechores y amigos, haz que pronto gocen de la felicidad eterna.
Te pedimos por todos los que Viajan, haz que regresen felices a sus hogares.
Te pedimos que concedas el Arrepentimiento a los que viven en pecado por todos los que se encuentran agobiados por las aflicciones o sufren calumnias o se encuentran perseguidos, te rogamos no les niegues tu ayuda, haz que se sientan protegidos y consolados por tú Providencia Divina.
Padre Nuestro…
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento; para que nunca nos falte tu gracia, salud casa, vestido y sustento.
¡Oh Providencia Divina! Te pedimos humildemente que te compadezcas de todos los que no tienen Trabajo, mira sus necesidades, dales tu ayuda.
¡Oh Providencia Divina! Te rogamos por todos los que no tienen Hogar, concédeles un techo que los cobije.
Te suplicamos en favor de todos los que padecen Hambre, dales el pan que los alimente.
Te rogamos también por todas las Viudas y todos los Huérfanos, se Tú, Providencia Divina, su amparo y su consuelo.
Padre Nuestro…
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento; para que nunca nos falte tu gracia, salud casa, vestido y sustento.
¡Oh Providencia Divina! Te rogamos por nosotros mismos, Divina Providencia que conoces lo más íntimo de nuestros corazones, tú que conoces todas nuestras necesidades, de nuestros males espirituales y temporales, por eso humildemente y con toda confianza, te pedimos que vengas en nuestro auxilio, líbranos de las tentaciones y las acechanzas del demonio, líbranos de todos aquellos que quieran ocasionarnos algún mal;
Te rogamos Oh Providencia Divina que bendigas nuestro hogar, que bendigas nuestro trabajo, y que nunca nos falte tu protección y amparo en todos los días de nuestra vida.
Padre Nuestro…
Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
Que tu Divina Providencia se extienda a cada momento; para que nunca nos falte tu gracia, salud casa, vestido y sustento ni los Santos Sacramentos en el ultimo momento.(3 vcs)
Omnipotente y sempiterno Dios
que nos has concedido a tus siervos
el don de conocer la gloria de la eterna Trinidad
en la confesión de la verdadera fe,
y la de adorar la unidad en el poder de tu majestad;
te rogamos que por la firmeza de esta misma fe,
y por Cristo nuestro Señor,
nos libres siempre de todas las adversidades,
te pedimos que nunca nos falte Tu Divina Providencia.
Dios y Señor Nuestro,
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
cuya Providencia no se equivoca en todo lo que dispone,
y nada acontece que no lo ordene,
rendidamente te pedimos y suplicamos
que apartes de nosotros todo lo que nos pueda separar de Ti,
y nos concedas todo lo que nos conviene
para el bien de nuestra alma
y el bienestar de nuestro cuerpo.
Haz que en toda nuestra vida
busquemos primeramente Tu Reino
y que seamos justos en todo.
Haz que no nos falte un buen trabajo,
un techo bajo el cual nos cobijamos,
ni el pan de cada día,
haz que nuestras vidas estén bendecidas
por tu misericordia, por tu eterna bondad,
en especial concédenos asistencia
cuando nos veamos afligidos
y las carencias y los problemas nos agobien,
que no nos falte tu Divina Providencia en:
(solicitar con gran fe y esperanza lo que se necesita).
Líbranos de las enfermedades y de la miseria;
que ningún mal nos domine.
Sálvanos del pecado, el mayor de todos los males,
y que siempre estemos preparados santamente a la muerte.
Por Tu Misericordia, Señor y Dios Nuestro,
haz que vivamos siempre en Tu Gracia.
Así seremos dignos de adorar Tu amable Providencia
en la eterna bienaventuranza. Amén.
Oración para ganar la Indulgencia del "Perdón de Asís"
¡Santísimo Señor Jesucristo!, creo que estás presente en este santo templo franciscano y de manera especial en el Sagrario. Te adoro con todo mi corazón; me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y con tu amorosa ayuda me propongo no volver a pecar. Te suplico, me concedas la gracia de ganar la santa Indulgencia Plenaria de la Porciúncula o Perdón de Asís, que tú mismo concediste a tu humilde siervo San Francisco de Asís, por la súplica maternal de tu Madre Santísima y que quiero ganar por mí y por (se dice el nombre del difunto).
Te ruego por las intenciones del Papa Francisco, para que siga confirmando en la fe a sus hermanos bautizados y podamos seguirte como discípulos misioneros. Te suplico por la Iglesia, medio por el que concedes tus favores, para que siga construyendo tu Reino de paz, justicia y amor. Te pido por la paz del mundo y la conversión de los pecadores.
Y tú, Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo y Reina de los Ángeles, suplica ante tu amado Hijo por mí, ayúdame a seguir tu maternal consejo: hacer lo que Él me dice que haga. San José, bondadoso y prudente, esposo fiel y padre ejemplar, protégeme. Santos Ángeles, Apóstoles Pedro y Pablo, seráfico y glorioso San Francisco de Asís y todos los Bienaventurados del cielo, rueguen por mí y por el fiel difunto por el que he orado en este día tan especial. Amén.
Cada año todos los fieles que visiten una iglesia franciscana en cualquier lugar del mundo desde el mediodía de hoy, 1 de agosto, y todo el 2 de agosto, podrán obtener la llamada indulgencia plenaria de la Porciúncula.
Este don requiere además las condiciones habituales de confesión sacramental, comunión eucarística y la oración por las intenciones del Papa.
En declaraciones para ACI Prensa, el Hno. Gonzalo Cateriano, exprovincial de los Franciscanos Capuchinos en el Perú, resaltó el "gran deseo de San Francisco de Asís de que todas las almas se salven" y que los fieles "con piedad y devoción" reciban la indulgencia cumpliendo las disposiciones de la Iglesia.
Señaló además que "antiguamente era muy difícil que la Iglesia conceda indulgencias" ya que solo se obtenían en peregrinación a algunos lugares como Tierra Santa, por tanto es un gran regalo que San Francisco obtuvo por su amor a las almas.
"Ahora el Perdón de Asis se puede obtener en todas las iglesias franciscanas del mundo desde la víspera de la fiesta central" e invitó que todas las personas se acerquen para recibirla.
La concesión de la Indulgencia de la Porciúncula se dio en 1216, cuando San Francisco partió para Perusa junto al hermano Maseo para ver al Papa Honorio III, luego que una noche anterior el mismo Cristo y la Virgen rodeados de ángeles se le habían aparecido en la capilla de Santa María de los Ángeles en Asís.
En este aparición, el santo le pidió al Señor le concediese una indulgencia a cuantos visitasen la Iglesia dedicada a la Virgen bajo la advocación de María de los Ángeles. El Señor aceptó y le ordenó que se dirigiese a Perusa, para obtener del Papa el favor deseado. El Santo Padre concedió la gracia.
En 1966 el Papa Pablo VI publicó la Carta Apostólica "Sacrosancta Portiunculae ecclesia" con ocasión del 750º aniversario de la concesión de la indulgencia de la Porciúncula, donde expresó que "la institución de esta indulgencia sea celebrado de manera que verdaderamente la Porciúncula sea aquel lugar santo donde se consigue el perdón total y se hace estable la paz con Dios".
Además refiriéndose a las peregrinaciones que los fieles realizan hacia el lugar, indicó que "quiera Dios que la peregrinación, transmitida durante siglos, a la iglesia de la Porciúncula, que Nuestro mismo Predecesor Juan XXIII emprendió con ánimo piadoso, no termine sino que más bien crezca continuamente la multitud de los fieles que acuden aquí al encuentro con Cristo rico en misericordia y con su Madre, que intercede siempre ante él".
La pequeña iglesia conocida como Porciúncula que San Francisco de Asís dedicó a Santa María de los Ángeles, se encuentra dentro de la gran Basílica que lleva el mismo nombre de esta advocación mariana. La Basílica data de los siglos XVI y XVII.
Esta iglesia fue la segunda morada del santo y de sus primeros hermanos, así como el lugar donde la tarde del 3 de octubre de 1226, San Francisco falleció. Aquí también el Domingo de Ramos de 1211 San Francisco recibió la consagración de Santa Clara, dando origen a las clarisas.
Indulgencia de
la Porciúncula: el Perdón de Asís
Francisco, repara mi
Iglesia
En una
noche de Julio del año 1216, un fraile oraba fervientemente en su pequeña cueva del bosque. Pedía a Dios la virtud de la humildad. Le llamaban hermano Francisco y, aunque tenía 34 años, ya
era conocido y amado por miles de personas. Doce años mas tarde y solo 22 meses después de su muerte, la Santa Madre Iglesia lo proclamaría santo. Pero el "poverelo" se consideró siempre el
jefe de los pecadores. En el silencio de la noche, imploraba a Dios todopoderoso que tuviese misericordia de los pobres pecadores, recordando las palabras del Señor: "a menos que hagan
penitencia, todos perecerán". Pensaba en su propia juventud, solo doce años antes había sido inquieto, frívolo, ambicioso, mujeriego, y por último, soldado. Difícilmente le daba algún momento
de su atención a Dios.
Aquella noche el Señor le dijo al poverelo: "Francisco, ¿quien puede hacerte mayor bien, el amo o el siervo?" Francisco guardó esta lección a su corazón y decidió poner de primero lo primero.
Le preguntó al amo como podría servirle, y Jesús, el amado salvador que abrazó la agonía de la cruz por todos los hombres, le miró con ternura y afecto y le dijo: "Repara mi Iglesia". Desde
entonces, cuando Francisco pensaba en lo delicado, bueno, y amoroso que era Jesús, rompía en llanto y exclamaba: "¡El amor no es amado!".
Primero Francisco tomó las palabras del Señor literalmente y con gozo reparó la capilla donde había recibido la visión del Señor. Después bajó al bosque en el valle de Asís y reparó la vieja
capilla de Nuestra Señora de los Angeles, llamada Porciúncula (pequeña porción). Por su devoción a la Santísima Virgen y por su reverencia a los ángeles, tomó la porciúncula como lugar de
vivienda. Los campesinos insistían que ellos muchas veces escuchaban ángeles cantando en la Porciúncula. Ahí fue donde los primeros hermanos se unieron a El, en la vida nueva de santa
pobreza, trabajo manual, cuidando a los leprosos, mendigando y predicando el amor de Cristo. Siendo los benedictinos propietarios de aquel lugar, Francisco pagaba como renta anual una canasta
de pescado.
Oprimido por el pensamiento de ser indigno ante la misión de fundar la orden religiosa, subió a una cueva en las montañas. Ahí, durante una tormenta se echó al piso y, con una perfecta
contricción, rogó a su Salvador que le perdonara los pecados de su vida pasada. En la angustia de su alma el gritaba: "¿Quien eres tu mi querido Señor y Dios, y quien soy yo vuestro miserable
gusano de siervo? Mi querido Señor quiero amarte. Mi Señor y mi Dios, te entrego mi corazón y mi cuerpo y yo quisiera, si tan solo supiera como, hacer mas por amor a ti!. Repetía: "Señor ten
misericordia de mi que soy un pobre pecador."
Luego, una dulce y gentil paz, la maravillosa paz del Señor llegó a su pura y penitente alma y le dijo: "Francisco, tus pecados has sido borrados." Desde entonces, por la gratitud que sentía,
ardía en un deseo apasionado de obtener el mismo favor celestial por todos los pecadores arrepentidos. Y por eso oraba y pedía fervientemente esa noche en la cueva del bosque.
De repente el sintió un impulso irresistible de ir a la pequeña Iglesia, la Porciúncula. En cuanto entró, como siempre, se arrodillo, inclinó su cabeza y dijo esta oración: "Te alabamos,
Señor Jesucristo, en todas las iglesias del mundo entero. Y te bendecimos porque por tu santa cruz redimiste al mundo." Luego al alzar su mirada, en su asombro Francisco vio una luz brillante
arriba del pequeño altar y en unos rayos misteriosos el vio al Señor con su Santísima Madre con muchos ángeles.
Con pleno gozo y profunda reverencia, Francisco se postró en el piso ante esta gloriosa visión y Jesús le dijo: "Francisco pide lo que quieras para la salvación de los hombres". Sobrecogido
al escuchar estas palabras inesperadas y consumido por un amor angelical por su misericordioso Salvador y por su Santísima Madre, Francisco exclamo: "Aunque yo soy un miserable pecador, yo te
ruego querido Jesús, que le des esta gracia a la humanidad: dale a cada uno de los que vengan a esta Iglesia con verdadera contricción y confiesen sus pecados, el perdón completo e
indulgencias de todos sus pecados".
Viendo que el Señor se mantenía en silencio, Francisco se dirigio con un confiado amor a Maria, refugio de los pecadores, y le suplicó: "Te ruego, a Ti, Santísima Madre, la abogada de la raza
humana, que intercedas conmigo, por esta petición". Entoces Jesús miro a Maria, y Francisco se alegró al ver a Ella sonreir a su Divino Hijo, como que si dijera: "por favor, concedele a
Francisco lo que te pide, ya que esa petición me hace feliz a mi".
Inmediatamente Nuestro Señor le dijo a Francisco: "Te concedo lo que pides, pero debes de ir a mi Vicario, el Papa, y pídele que apruebe esta indulgencia". La visión, entonces, se desvaneció
dejando a Francisco en el piso de la capilla, llorando de alegría, con profundo amor y agradecimiento.
Temprano en la mañana, Francisco salio con el Hermano Maceo, a la cercana ciudad de Perugia, donde un nuevo Papa había sido electo, Honorio III. En el camino, Francisco empezó a preocuparse,
ya que iba a pedirle al Papa, un privilegio muy grande para una capilla desconocida. Ese tipo de indulgencia solo se le había concedido a la tumba de Cristo, a la de San Pedro y San Pablo y a
los que participaban en las cruzadas. Entonces Francisco oró arduamente a Nuestra Señora de los Angeles.
Cuando llegó el turno de hablar con el Papa, Francisco se dirigió con gran humildad: "Su santidad, unos años atrás reparé una pequeña Iglesia en honor a la Santísima Virgen. Le suplico le
conceda recibir indulgencias, pero sin tener que dar ninguna ofrenda" (Francisco pensaba en los pobres).
-El Papa replicó:"No es muy razonable lo que pides, pues quien desea una indulgencia debe hacer un sacrificio. Pero, bueno, ¿de cuantos años quieres que sea esta indulgencia?
-Francisco respondió: "Santo Padre, podría usted no darle años específicos, sino almas?
-¿Que significa eso de almas, Francisco?
Ahora
Francisco tuvo que elevar una oración ferviente a Nuestra Señora, ya que debía explicarle al Papa lo que significaba su petición. Con mucha humildad pero con firmeza hizo su extraordinaria
petición, la que ha sido conocida como la indulgencia de la Porciúncula.
-"Yo deseo, si le parece a su Santidad, por las gracias que Dios concede en esa pequeña Iglesia, que todo el que entre en ella, habiéndose arrepentido sinceramente, confesado y habiendo
recibido la absolución, que se le borren todos los pecados y las penas temporales de ellos en este mundo y en el purgatorio, desde el día de su Bautismo hasta la hora en que entren en esa
iglesia."
Impresionado por esta firme y sincera petición, el Papa exclamo: "Estas pidiendo algo muy grande Francisco, ya que no es la costumbre de la Corte Romana conceder ese tipo de
indulgencia"
Reconociendo que esta oportunidad de traer gracias a la humanidad, podía desvanecerse en aquel instante, Francisco añadió con fervor y vehemencia, y con una serenidad devastadora:
"Reverendísimo Santo Padre, yo no le pido esto por mi mismo, lo pido en nombre de Aquel que me ha enviado, Nuestro Señor Jesucristo".
En ese momento el Papa recordó que su gran predecesor Inoceno III, estaba convencido que Cristo se le aparecía y guiaba de manera especial a este pequeño y santo poverelo. Movido, por el
Espíritu Santo, el vicario de Cristo solemnemente declaró tres veces: es mi deseo que se te sea concedida tu petición. Pero los cardenales que estaban presente al escuchar esta innovación
revolucionaria, protestaron y reclamaron al Papa que esta rica y nueva indulgencia debilitaría las cruzadas. En términos fuertísimos le exigieron que la cancelara. Pero el Papa les dijo, "yo
no cancelo lo que he concedido". -"Entonces restríngela lo mas posible".
El Santo Padre llamó a Francisco y le dijo: "nosotros te concedemos esta indulgencia y debe ser válida perpetuamente, pero solo en un día cada año, desde las vísperas, a través de la noche,
hasta las vísperas del siguiente día."
Francisco sumisamente bajo la cabeza y después de agradecer al Papa, se levanto y comenzó a salir. Pero el Papa le llamo: "¿Adonde vas, tu pequeño poverelo? No tienes garantía sobre esta
indulgencia". Francisco se volvió hacia el y con su simpática y confiada sonrisa le dijo: "Santo Padre su Palabra es suficiente para mi, si esta es la obra de Dios es El quien hará su obra
manifiesta. No necesito ningún otro documento. La Santísima Virgen María habrá de ser la garantía, Cristo el notario, y los ángeles los testigos." (recordando la visión)
Francisco escucho estas palabras en su oración: "Francisco quiero que sepas que esta indulgencia, que ha sido concedida a ti en la tierra, ha sido confirmada en el cielo". Con gran gozo
compartió esta revelación al hno. Maceo, y juntos aligeraron el paso para ir a darle gracias a Nuestra Señora de los Angeles en la Porciúncula.
Para la solemne inauguración de este perdón en la Porciúncula, Francisco escogió Agosto 2, porque fue el primer aniversario de la consagración de esta santa capilla, y porque Agosto 1, era la
fiesta de la liberación de San Pedro de las cadenas que tenía en la cárcel (Agosto 2, es el día de Nuestra Señora de los Angeles).
En presencia de los obispos de Asís, Perugia, Todi, Spoleto, Gubbio, Nocera y Foligno, anunció Francisco a la multitud la gran noticia: «Quiero mandaros a todos al paraíso anunciándoos la indulgencia que me ha sido otorgada por el Papa Honorio. Sabed, pues, que todos los aquí presentes, como también cuantos vinieren a orar en esta iglesia, obtendrán la remisión de todos sus pecados».
Jesús y María confirmaron su aprobación del Gran Perdón de la Porciúncula. Una vez a un santo fraile franciscano, Beato Conrado de Ofida, la Virgen Santísima se le apareció envuelta en un rallo de luz, con el niño Jesús en sus brazos, en la puerta de la Porciúncula. El niño bendecía a todos los peregrinos que entraban en la capilla de su Madre para adquirir el perdón de los pecados.
Mas tarde los obispos de Asis y otros Papas promulgaron documentos confirmando "El gran Perdón de la Porciúncula". La pequeña iglesia dedicada a la Santísima Virgen se convirtió en uno de los mas famosos santuarios de peregrinación de toda Europa. Mas tarde Gregorio XV hizo extensivo el jubileo de la Porciúncula a todas las Iglesias Franciscanas del mundo. En 1921, el Papa Benedicto XV canceló la restricción de manera que se pueda obtener indulgencias cualquier día. Según el decreto de la Penitenciaría Apostólica del 15 de julio de 1988 («Portiuncolae sacrae aedes»), se puede ganar la indulgencia en La Porciúncula durante todo el año, una sola vez al día. Cada año una multitud de fieles acude allí para recibir el «Perdón de Asís» también llamado «Indulgencia de la Porciúncula».
Condiciones para obtener la indulgencia
El
Perdón de Asís se puede obtener para uno mismo o por los difuntos. Las condiciones son las prescritas para las indulgencias plenarias.
1) Visita al Santuario con la recitación de un Padrenuestro y un Credo
2) Confesión sacramental y Santa Comunión
3) Rezar según las intenciones del Sumo Pontífice.
Los peregrinos pueden obtener la indulgencia todos los días del año.
Virgen de los Ángeles, que desde hace siglos has puesto tu trono de misericordia en la Porciúncula, escucha la oración de tus hijos que confiados recurren a Ti. Desde este lugar verdaderamente santo y habitado por Dios, especialmente amado por el corazón de San Francisco, has llamado siempre a todos los hombres al Amor. Tus ojos, llenos de ternura, nos aseguran una continua y materna asistencia y prometen ayuda divina a cuantos se postran a los pies de tu trono o desde lejos se dirigen a Ti, llamándote en su socorro. Tú eres nuestra dulce Reina y nuestra esperanza. ¡Oh Reina de los Ángeles, obtennos, por la oración san Francisco, el perdón de nuestras culpas, ayuda a nuestra débil voluntad para que permanezcamos lejos del pecado y de la indiferencia, para ser dignos de llamarte siempre Madre nuestra. Bendice nuestras casas, nuestro trabajo, nuestro descanso, dándonos aquella paz serena que se saborea entre los viejos muros de la Porciúncula, donde el odio, la culpa, el llanto, por el Amor reencontrado, se transforman en canto de alegría, como el canto de tus Ángeles y del Seráfico Francisco. Ayuda a quien está desamparado y a quien no tiene pan, a aquellos que están en peligro o en tentación, en la tristeza o en la desolación, en la enfermedad o en la hora de la muerte.
Bendícenos como a hijos amados tuyos, y con nosotros te rogamos que bendigas, con el mismo gesto materno, a los inocentes y a los culpables, a los fieles y a los extraviados, a los creyentes y a los que están en la duda. Bendice a toda la Humanidad, para que los hombres, reconociéndose hijos de Dios e hijos tuyos, encuentren, en el Amor, la verdadera Paz y el verdadero Bien. Amén.